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¡Pare de sufrir!

Pare de Sufrir

Quien realmente cree en Jesucristo, jamás debe estar triste”, afirmaba en un retiro al que asistí un sacerdote mexicano que daba las meditaciones.

Y ahí, en medio de mi oración recordé el slogan de una iglesia protestante, dicho con mucha fuerza y un acento brasileño marcado, que se anunciaba en la radio cuando yo tenía unos 14 años: “¡Pare de sufrir!”.

A mis hermanos y a mí nos causó muchísima gracia y enseguida lo tomamos como broma. Si alguno se quejaba por algo, le gritábamos: “¡pare de sufrir!”; o si eran mis padres quienes se molestaban o nos regañaban por una travesura, quien estuviera cerca les decía con picardía: “¡pare de sufrir!”… Total, que la broma nos duró casi un año pero nunca dimos con la dichosa iglesia, jamás llegamos a saber dónde estaba ubicada, ni quienes asistían.

El dilema del sufrimiento humano: ¿Aflicción o tristeza?

pare de sufrir

Hace un par de años, haciendo un retiro de 3 días de silencio en una casa maravillosa en medio del campo que queda a una hora y media de Austin, el sacerdote que dirigía las meditaciones nos decía que una persona que realmente cree en Jesucristo, jamás debe estar triste. Una cosa es el verdadero dolor que se llega a sentir por la pérdida de un ser querido, por ejemplo, la noticia de una amiga que le acaban de diagnosticar una enfermedad incurable o ver a un hijo que sufrir un accidente; pero otra muy distinta es la tristeza, esos sufrimientos que nos llevan a pensar “pobre de mí, ¿qué voy a hacer yo ahora?, ¿por qué Dios me pide tanto?”.  El padre Frank nos animaba a entender la clara diferencia que existe entre una aflicción y la tristeza.

Llorar la muerte de un ser querido es humano, es lógico y es lo normal. A esto se le llama aflicción.  Pero sentirnos víctimas y pensar “pobre de mí, ¿qué va a ser de mi vida ahora?” o “por qué me ha tocado esto a mí, si hay tantos que no les pasa nada”, es caer en la tristeza.  En ese dolor del alma que sentimos cuando pensamos que estamos siendo tratados injustamente, que no hay esperanza para esto que nos ha tocado vivir.

¿Cuál debe ser la actitud del cristiano?

El sacerdote nos puso un ejemplo que me ayudó mucho a comprender cuál debe ser la actitud de un cristiano frente a las contradicciones que nos va planteando la vida. En una ocasión Don Álvaro del Portillo, quien fue Prelado del Opus Dei y primer sucesor de San Josemaría, llegó al Vaticano a visitar al Papa Juan Pablo II casi a la última hora de la tarde. Al entrar se dio cuenta que el Papa, que aún no sufría tan severamente los estragos del Parkinson (que se conoció años más tarde), caminaba a su encuentro arrastrando los pies. Al saludarlo le preguntó: “¿Santo Padre está usted cansando?”, pensando que lo mejor sería acortar la cita y dejarlo descansar. Para su sorpresa la respuesta del Papa fue la siguiente: “A esta hora del día el Papa no tiene derecho a NO estar cansado. La Iglesia entera necesita que a esta hora el Papa esté muy cansado”.

Esta nueva perspectiva da un giro completo al panorama de lo que consideramos sufrimientos. De esta manera las cosas que son difíciles, que nos cuestan, que suponen una buena dosis de fortaleza y esfuerzo personal, son exactamente las que logra cambiar mi vida y la vida de los que nos rodean.

Desde esta óptica podemos ver qué importante es que un padre de familia esté cansado al final del día aunque existan colegas que no mueven un dedo.  Lo fundamental y heroico, que una madre esté echa polvo al final de la semana, aunque muchas veces, nadie note todo lo que hace en casa.  Cosas muy buenas dependen de que un estudiante le meta cientos de horas de concentración y estudio a sus asignaturas, aunque piense, que jamás usará ese tema en la vida real; o que un profesor se clave en su escritorio para preparar bien sus clases aunque tenga alumnos que no le prestan atención; y una cajera asista con una sonrisa a su lugar de trabajo aunque despertó con dolor de cabeza… Es mucho, más de lo que podemos imaginar, lo que depende de que yo asuma mis responsabilidades, afronte mi vida “tomando el toro por los cuernos” y haga las cosas que me cuestan.

El verdadero amor implica sacrificio

Recuerdo muy bien una conversación que tuve con Olivia, una chica de 15 años que vino este año a Ecuador a un campamento de labor social en la Misión de Santa María del Fiat, en Manglaralto –un pueblito olvidado de la costa Ecuatoriana-.

  • “¿Qué es el amor?”, me preguntaba
  • ¿Cómo se si un chico realmente me quiere?”

Yo le contesté con absoluta franqueza: “Ante todo, el amor es sacrificio. Ese es el amor que vale de verdad”. Y le explicaba:

  • “Si un chico, realmente te quiere, hace cosas difíciles por ti, hace cosas que le cuestan”.
  • “Por eso no te toca, no te usa. No te toca ni en su imaginación, porque te tiene en un pedestal como algo que hay que cuidar al extremo».
¡Lo bueno cuesta y lo mejor cuesta aún más!

Es algo que podemos percibir incluso en las cosas materiales. Si queremos un carro, este tiene un precio, pero si queremos el Ferrari, su precio es aún mayor. Y si a lo que apuntamos es a un avión privado, la diferencia en costo puede ser brutal…. Del mismo modo, cuando las cosas requieren de nosotros un esfuerzo mayor, es porque de verdad valen. Lo fácil, lo que no requiere mayor sacrificio, lo tiene todo el mundo.

Así que ¡pare de sufrir! y enamórese de su vida tal y como llega, con sus luces y sus sombras. Solo el amor logra que nuestro esfuerzo realmente valga la pena.

www.fromstanfordhospital.blogspot.com

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