Más tarde, el hombre les dio nombre a todos los animales. Queda claro que el primer nombre masculino fue Adán y el primero femenino, Eva; nombres con traducción en todas las lenguas occidentales y también semíticas.
El nombre, además de su valor designativo, tenía otro simbólico, tanto o más importante. Por eso, Isaac viene a significar algo así como “aquel con el que Dios reirá”, lógico si se tiene en cuenta que su madre, Sarah, se empezó a reír cuando supo que iba a quedar embarazada a una edad más que avanzada.
El mismo Abraham se llamó antes Abram, y Dios le cambió el nombre por el nuevo, que significa “padre de muchos pueblos” en el momento de establecer su pacto con él.
Definitivamente, el nombre era un elemento central entre los judíos. Cuando a alguien se le imponía un nombre se quería expresar lo que había de ser en el futuro. Si no se conocía el nombre de una persona, no se conocía a esta en absoluto.
Tachar un nombre era suprimir una vida, y cambiarlo suponía alterar el destino de la persona. El nombre expresaba la realidad profunda de su ser.
Nombre y misión
Al octavo día de su nacimiento, Jesús recibió su nombre solemnemente durante la ceremonia de circuncisión. En ese momento, su sangre es derramada por primera vez y Jesús recibe el nombre que le dio el ángel en la Anunciación a María: “Darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 21).
En la circuncisión de Jesús, todas las personas son circuncidadas de una vez por todas, porque Él representa a toda la humanidad.
Y en el Antiguo Testamento, para los creyentes que esperaban que la promesa de Dios se cumpliera en el Mesías, los beneficios de la circuncisión incluían el perdón de los pecados, la justificación y la incorporación al pueblo de Dios.
Nosotros en el bautizo hemos recibido todas estas cosas.
Con el nombre queda señalada su misión: Jesús significa Salvador. Con Él nos llega la salvación, la seguridad y la verdadera paz: Es el nombre superior a todo nombre, a fin de que al nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el infierno (Flp 2,10).
Demostración de amistad y amor
Es claro que llamar a una persona por su nombre indica familiaridad que suele suponer un paso decisivo en una amistad, aun casual, el que dos personas empiecen, sin esfuerzo y sin embarazo, a llamarse mutuamente por sus nombres de pila.
A un amigo le tratamos por su nombre. ¿Cómo no vamos a llamar a nuestro mejor Amigo… por el suyo? Él se llama JESÚS, así lo llamó el ángel antes de que fuera concebido en el seno materno. Dios mismo fijó su nombre por medio del Ángel.
El nombre es nuestra primera seña de identidad, aquello que nos identifica y nos da entidad. Es la palabra que más nos gusta oír. Llamar a una persona por su nombre (en un tono agradable, claro) hace que se active en él la sensación de ser especial, de ser importante para nosotros y nos ayuda a conectar y que nos preste más atención.
El nombre del amado
Ronald Knox escribía que “cuando nos enamoramos, y todas nuestras experiencias se hacen más agudas y las cosas pequeñas significan tanto para nosotros, hay un nombre propio en el mundo que arroja un hechizo sobre nuestros ojos y oídos, cuando lo vemos escrito en un libro o cuando lo oímos en una conversación; su simple encuentro nos estremece.”
Esto es lo que nos debe pasar con el nombre de Jesús. También para nosotros el Señor lo es todo, y por eso le tratamos con toda confianza. San Josemaría nos aconseja en el punto 303 de Camino: “Pierde el miedo a llamar al Señor por su nombre –Jesús– y a decirle que le quieres”.
¡Con cuánto respeto y con cuánta confianza a la vez hemos de repetirlo! También, y de modo especial, cuando nos dirigimos a Él en nuestra oración personal, como ahora: “Jesús, necesito…”, “Jesús, yo querría…”.
En las dificultades
Con mucha frecuencia hemos de tener este nombre salvador en nuestros labios, pero de modo especial en la necesidad y en las dificultades.
En nuestro caminar hacia Dios vendrán tormentas, que el Señor permite para purificar nuestra intención y para que crezcamos en las virtudes; y es posible que, por fijarnos demasiado en los obstáculos, asome la desesperanza o el cansancio en la lucha.
En esos momentos más oscuros debemos invocar el nombre del Señor. Nos encontraremos en algunas ocasiones como aquellos leprosos que, desde lejos, le dicen: Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros” (Lc 17,13). Y el Señor les dice que se acerquen, y los cura enviándolos a los sacerdotes.
Invocando el Santísimo Nombre de Jesús desaparecerán muchos obstáculos y sanaremos de tantas enfermedades del alma que a menudo nos aquejan.
Recuerda que Él mismo nos alentó a llamarle así: “Todo lo que ustedes pidan en mi nombre, lo haré. Así la grandeza del Padre se mostrará a través del Hijo. Yo haré lo que pidan en mi nombre” (Jn 14, 13).