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Amar cada día a todos: evita la misericordia selectiva

misericordia selectiva

Resultados del estudio

La gracia del experimento está en que, en el trayecto entre salir del lugar y llegar al salón de conferencias, pusieron a un actor disfrazado de persona de bajos recursos, en muy mal estado: Con la piel sucia, y actuando como si estuviera muerto de hambre.

Todos hasta acá pensaríamos que, quienes tenían que dar la charla del buen samaritano se detuvieron a ayudarlo, siendo fiel a lo que tenían que enseñar. Sin embargo, esta variable demostró no tener influencia.

Solo se detuvieron a ayudar (en su mayoría) los alumnos del grupo 1: El que tenía tiempo suficiente para llegar. Por tanto, las personas apuradas no se detuvieron ayudar, y ahí está el factor diferencial.

¿Tontos inocentes o esperanzados por amor?

Este artículo científico nos puede dar mucha esperanza, o desanimarnos. Esperanza porque sabemos que nosotros los cristianos no ayudamos al resto por el hecho de que tengamos o no tiempo, sino porque nos nace de un amor más grande. Nos puede desanimar al hacernos creer que somos unos tontos inocentes que ayudamos a la gente cuando “no tiene sentido”. Pero yo prefiero aferrarme a la esperanza en este caso.

Misericordia selectiva

El tema de este artículo es la Caridad: Ayudar al otro sin mirar a quién. No tener lo que se llama “misericordia selectiva”. Y creo que de eso Jesús sabía mucho, y hay mucho que aprender de Él.

En verdad os digo que los recaudadores de impuestos y las prostitutas entran en el Reino de Dios antes que vosotros. Porque Juan vino a vosotros en camino de justicia y no le creísteis, pero los recaudadores de impuestos y las prostitutas le creyeron; y vosotros, viendo esto, ni siquiera os arrepentisteis después para creerle. (Mateo 21, 30-32)

Estas son palabras de Jesús, no mías. Y qué fuerte que Jesús nos diga que las prostitutas entran al Reino de los Cielos antes que nosotros.

El tema está en la palabra “le creyeron”. Porque el hecho no pasa por ser o no ser recaudador de impuestos, sino por tener fe. Y precisamente la caridad, que en definitiva es amar mucho y amar bien, es la virtud teologal que le da vida a las otras dos virtudes (fe y esperanza).

Acá tenemos un punto muy importante que es el mismo Jesús el que nos señala. Entendiendo entonces que, cuando se refiere a la prostituta como una pecadora, y aclara que tiene fe, básicamente nos está enseñando que, para entrar al Reino de los Cielos, la variable importante no es la cantidad de pecados, sino la fe con que se cree y se ama al Señor.

Eso nos va a hacer entrar en el Reino de los Cielos: La fe. Pero no una fe apagada y sosa, sino viva y ardiente, donde el amor sea el protagonista y la llama que encienda esa fe.

Lo bueno se comparte

Y en el fondo, el amor y la caridad la tenemos que buscar de la fuente inagotable del amor, en ese Creador que nos ama con locura y desenfreno y que literalmente murió por nosotros. Este tema amerita varios artículos enteros, pero con entender la idea de que, el amor lo tenemos que buscar en Dios, a través de la oración y de los sacramentos, es suficiente (por ahora) para continuar leyendo.

Sería muy egoísta de nuestra parte que este amor nos lo guardemos. Una canción buena se comparte; una gran comida se disfruta en compañía, los partidos del mundial son más divertidos cuando los ves en grupo (¡y más cuando todos alientan a la misma selección!).

Por tanto, si estas cosas “pequeñas” se hacen tan grandes compartidas, ¿qué pasa cuando buscamos compartir ese gran amor con los demás?

Y ahí está la caridad: Amar a los demás. Y amar a los demás, como Jesús los ama (o al menos, hacer el intento).

Un amor vivo

 

Los cristianos tenemos que ser personas que amen a todos por igual. No amamos a los altos y sentimos indiferencia con los petisos. No somos selectivos. Los amamos a todos por igual.

Y nuestro amor es un amor que está vivo, porque está fundado en Cristo. Nosotros tenemos que ser las personas que más amemos a las personas de nuestro alrededor. Tenemos que estar vivos, encendidos, y amar a los demás con un amor que no pueda pasar desapercibido. Tenemos que hacer sentir felices y especiales a todos los que están a nuestro alrededor, porque eso precisamente hacía Cristo.

Él pasaba por la vida de las personas dejando huella. Si bien nosotros no podemos devolver la vista a los invidentes, podemos hacer sentir a los ciegos que ven a personas que tienen a Cristo en su corazón, si los tratamos con el amor del Señor.

¡Qué se note!

Hace poco conocí a una enfermera muy joven, de 25 años, enamorada de su trabajo y de su vocación de servicio. Le pregunté (o le pedí) que me diga una cosa especial por la que quiere que yo rece. Lo pensó y lo dudó, y cuando yo me imaginaba que me iba a pedir que rece por alguna amiga o por su familia, me dijo con ternura: “Reza por los pacientes. Hay muchos pasándola mal y necesitan a Dios”.

Ella no me dijo que rece por “algunos” pacientes. Ella se pareció al Señor en ese sentido, y le abrió el corazón a todos pidiendo por absolutamente todos los que tiene que atender.

Con este artículo yo lo que quiero es animarte a amar a los demás como Cristo ha amado. A que aproveches todas las oportunidades de amar que se te presenten en el día a día, y que tu amor sea tan ardiente que las personas a tu alrededor, vean tu servicio y piensen: “Esta persona está enamorada de Jesucristo, y se le nota”.

 

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