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APARTAR LOS OBSTÁCULOS DEL MUNDO

Zaqueo

Comienza este rato de oración yendo, como siempre, al Evangelio y la primera frase de este domingo dice:

«En aquel tiempo entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad»

(Lc 19, 1).

Jericó es una ciudad interesante situada cerca del río Jordán. Es una de las ciudades más antiguas del mundo. Sus ruinas son de un asentamiento que data de ocho mil años antes de Cristo.

En esa orilla, en la parte oeste del río Jordán, para muchos cristianos es el lugar habitual de peregrinación para conmemorar el bautismo de Jesús por Juan el Bautista.

Jericó, “Señor, tenías una especial predilección por esa ciudad”.  Además, fue

«La ciudad que Josué, hacia el año 1200 antes de Cristo, conquistó de manera pacífica»

(Jos 2, 1-4, 24).

Recordarás esas famosas trompetas que en la simbología bíblica manifiestan la intervención de Dios. El asedio en Jericó, del pueblo de la alianza mosaica fue un don de Dios.

En esta antiquísima ciudad, la ciudad fortificada más antigua conocida hasta la fecha en oriente, se sitúa también una pequeña colina de quince metros en la que en los años 1955 o 1956, se hicieron unas excavaciones arqueológicas para descubrir todas estas cosas de las que te estoy contando ahora.

Jericó es también un lugar evangélico en el que Jesús curó a dos hombres enfermos: Primero a Bartimeo, herido en su físico por la ceguera y luego a Zaqueo, que es el que vamos a intentar profundizar un poco más porque es el del Evangelio del día de hoy.

ZAQUEO

Él estaba herido en su alma por sus pecados. Leamos un poco cómo fue esa historia:

«Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía porque era bajo de estatura. 

Corrió más adelante y se subió a una higuera para verlo, porque tenía que pasar por allí.

Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: —Zaqueo, baja enseguida porque hoy tengo que alojarme en tu casa. Y bajó enseguida y lo recibió muy contento»

(Lc 19, 2-5).

Jesús conoce a Zaqueo.

Recuerdo que hace unos años, cuando estaba viviendo en Roma, el Padre -en ese instante- el Prelado del Opus Dei, que era don Javier Echevarría, comentando este Evangelio, con mucha fuerza (porque era un hombre que tenía mucha fuerza) decía que: el Señor vuelve.

Vuelve otra vez a nuestras vidas para transformarnos en lo que sea necesario.

Por la turba no podía Zaqueo ver a Jesús y todos nos damos cuenta de que a pesar de nuestros buenos deseos de buscar y estar con Cristo, a veces también tropezamos con dificultades y tenemos que hacer lo mismo que Zaqueo: apartar los obstáculos, superarlos.

Que tengamos la valentía de quitar todo lo que dificulte el encuentro, especialmente, las cosas mundanas.

“Señor, hoy te pedimos de corazón que nos ayudes a quitar las cosas que nos separan de Ti. Que sepamos subirnos al sicómoro, subirnos a ese árbol para poder verte mejor”.

¿CUÁL PUEDE SER MI SICÓMORO?

A veces, subirte a un sitio de distancia de la tierra, te distancia de lo demás. Los pocos sicómoros que aún quedan en la ciudad de Jericó actual, recuerdan siempre a los peregrinos ese sicómoro donde se subió Zaqueo, que le distanció del piso para poder ver más a Jesús.

Tú tienes que pensar a ver, ¿cuál puede ser mi sicómoro? ¿Cómo puedo quitarme de la vida las cosas que me separan de Dios? ¿Cómo puedo buscarle más espacios vitales?

Yo creo que es importante ilusionarnos con descubrir a Jesús, que era un poco lo que tenía en el corazón Zaqueo: ilusionarse con Jesús. Quería verle, buscarle. Hay que aprender a ilusionarse.

La esposa de un amigo que se va al mundial contó el otro día en la mesa (que me pareció gracioso), que cada vez que se despierta en estos días (que ya faltan pocos para ese viaje), le sale naturalmente: ¡Ya queda un día menos!

Ya queda un día menos para su viaje al mundial y claro, tiene una ilusión tan grande…

Después pensaba: ¿tengo ilusión de encontrarme con Cristo realmente? ¿De quitar las cosas que me interrumpen verle?

Porque tal vez son mis defectos. Soy pequeño de estatura, es lo que le pasaba a Zaqueo, pero yo, en cambio, tal vez estoy muy pegado a las cosas humanas o tal vez tengo algún resentimiento o algún rencor que tengo que sacar en el corazón.

Todas estas cosas dificultan ver a Dios. Una persona que tiene esto en el corazón, es una cosa que impide que le pueda ver a Cristo.

Y ya puede ir a misa todos los días, comunión, rosario, dormir en clavos… no sé, cualquier cosa, pero si esa persona no quita de su corazón ese odio, ese rencor, ese desear el mal, entonces no va a poder ver al verdadero Cristo.

Es importantísimo limpiarnos y ¿qué es lo que pasa? Que cuando hacemos ese esfuerzo por limpiarnos, nos pasa igual que a Zaqueo.

Porque el Evangelio no termina ahí, después, cuando Zaqueo le recibe a Cristo le dice:

«Zaqueo se puso de pie y dijo al Señor: —Mira, la mitad de mis bienes Señor se lo doy a los pobres, y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más. 

Y Jesús le contestó: —Hoy ha sido la salvación de esta casa. También este es hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido»

(Lc 19, 8-10).

EL BUEN PASTOR

“Señor Jesús, yo a veces también me pierdo. Yo sé que has venido por mí y a veces tengo la cabeza en pajaritos; a veces tengo el corazón mal orientado.  

Que quite todas estas cosas de mi vida que sé que me apartan de Ti, porque me distraen, porque no me dejan ver lo más importante, que es al Buen Pastor”.

Justamente, en Jericó tiene esta iglesia el Buen Pastor. Jesucristo ha hecho dos milagros ahí que muestran que es un buen pastor, que conoce a sus ovejas en el fondo.

Porque a Bartimeo, que tenía ese problema de vista también le sanó, se dejó caer como el hombre que, aunque él no tenía mucha idea, porque estaba pasando realmente Cristo por ahí, sabía que se iba a encontrar en ese camino con ese ciego, que necesitaba esa curación.

El Señor hace muchas veces esto: de las formas más inesperadas, se deja caer.

Ayer me invitaron al lanzamiento de una radio y la verdad, es que como trabajo a veces, colaboro con ellos, me fui y súper simpático. No era exactamente mi ambiente, un cura de sotana en la mitad de una fiesta de una radio mundana, no es tan común.

Se me acercaron varias personas con las que pude conversar (ahora mismo se me ocurren tres), pero una de ellas fue especialmente a decirme: —Yo antes vivía mucho mejor mi fe y ahora me he alejado, porque estoy en una situación un poco más difícil o lo que sea…

A mí me tocó un poco el corazón decir: si yo no hubiera venido, no hubiera podido tener esta conversación con esta persona, que tal vez sea el recomienzo de su vuelta a Cristo.

Y es que así somos todos los cristianos. Cuando no tenemos miedo de dar testimonio, de hacer apostolado, de dar un consejo, de ser instrumentos, entonces el Señor hace maravillas también.

Cuando nos salimos y nos subimos al árbol, quitamos la mundanidad de nuestras vidas, entonces el Señor puede hacer maravillas.

Vamos a ir hoy a acudir a su Madre santísima, la Virgen María, que también está esperando.

Aquí en Ecuador se celebra también la pastora, la buena pastora y me parece que, junto con su Hijo, es quien más se interesa porque las almas estén cerca de Dios.

A ella acudimos hoy para que nos ayude a hacer como Zaqueo, a subirnos al sicómoro, a subirnos al árbol, a alejarnos de las cosas mundanas para estar más disponibles, para ser buenos instrumentos y acercar a otras personas a Cristo, porque ahí es donde encontramos la verdadera alegría.

¡Gracias Señor!

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