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UNA MADRE NECESITADA

UNA MADRE NECESITADA

Recurrimos a la intercesión de santa María, de san José, de nuestro ángel custodio, pero también hoy lo podemos hacer acudiendo a la intercesión del santo Cura de Ars que hoy celebramos.

Un ejemplo maravilloso de la entrega en el sacerdocio. Un hombre que murió mayor -sobre todo para la época- (73 años) en 1859, con una tremenda fama de santidad.

¿Qué hizo el Cura de Ars? Sobre todo administrar los sacramentos con una generosidad sin límites.

Celebró la santa Misa con toda piedad que uno puede imaginar y administró el sacramento de la confesión de un modo impresionante; se pasaba incluso hasta doce horas al día en el confesionario.

Recurrimos a él para pedirle por todos los sacerdotes del mundo.  Es el patrono de los párrocos para que seamos fieles, para que seamos generosos en el ministerio, para que sepamos superar posibles egoísmos, para que sigamos las huellas de Jesús en la entrega a las almas.

¿QUÉ DICE LA GENTE DE MÍ?

El Evangelio de hoy está tomado de san Mateo, es un texto muy importante que lo habremos meditado muchas veces.

“En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?”

Esta es una escena un tanto peculiar porque Jesús, de alguna manera, lanza a sus discípulos una pregunta tipo encuesta de opinión: ¿Qué dice la gente de Mí? ¿Qué se escucha por ahí?

Y Jesús evidentemente lo sabía, pero quiere establecer este diálogo y les permite una vez más abrir el corazón a esos hombres, a la confianza a decir lo que quisieran. Estando con Él se sienten seguros.  El Señor no impone distancias.

“Ellos contestaron: Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o alguno de los profetas”

(Mt 16, 13-14)

La gente opina y, en este caso, son opiniones favorables, porque estos personajes son grandiosos en la historia de Israel; grandes profetas santos.

Pero por muy favorables que fueran, estas opiniones están completamente lejos de la verdad.  Jesús no es un Hombre más santo, no es un profeta más, no es un Hombre sabio; Jesús es Dios Hecho Hombre.

Por eso es que a continuación, una vez que ellos han manifestado lo que se escucha por la calle, luego esta pregunta directa dirigida a ellos:

“¿Y vosotros quién decís que soy yo?”

Se produce quizá un silencio tenso y Pedro, como en otras ocasiones, dijo:

“Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”

LA ALEGRÍA DE LA FE

Tú eres el Cristo, el Ungido, el Enviado, el Esperado. Tú Jesús de Nazaret, con quien vivimos, a quien vemos, escuchamos; con quien compartimos la mesa, el cansancio, el frío, el calor, el trabajo de cada día; Tú tan plenamente Hombre, eres Dios.

“Bienaventurado tú Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre sino mi Padre que está en los cielos”

(Mt 16, 15-17)

Bienaventurado, feliz por la fe que tienes en este punto absolutamente esencial: creo en Dios, Creador del Cielo y la Tierra.

Y ese mismo Dios ha tomado nuestra condición humana de las purísimas entrañas de la Virgen Maria. Jesús hijo de Dios; Jesús Hijo de María.

Hace poco celebramos la fiesta de los santos Joaquín y Ana, abuelos de Jesús. Él, clara y lógicamente, es el único ser humano que solo tiene dos abuelos.

Renovemos nuestra fe en la Encarnación a partir de este texto, para así también nosotros experimentar la alegría de Pedro, la alegría de la fe. Podríamos añadir, la alegría de la fe católica.

¡Qué maravilla estar en la verdad que hemos recibido directamente del Señor! Y, a través de los siglos, custodiada por la Iglesia.

¡Qué maravilla poder abrazar todo el catecismo de la Iglesia católica sin recortes! Es un don muy grande Señor y quizá más en estos tiempos de confusión.

Agradece tu fe, agradece tu fe católica, agradece la seguridad, la paz y el gozo que da saber que no estamos siguiendo opiniones.

No dependemos en nuestra manera de pensar en las cuestiones fundamentales respecto de Dios, del hombre, de la Iglesia misma, de las encuestas de opinión de la mayoría, porque la mayoría no hace la verdad.

DIOS TIENE LA ÚLTIMA PALABRA

La verdad nos ha sido confiada. Más que nosotros ser poseedores de la verdad, somos receptores de la verdad y además tenemos la seguridad de que el Señor está siempre con nosotros.

 “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y el poder del infierno no prevalecerá contra ella”

(Mt 16, 18).

No la derrotará. Jesús ha vencido el pecado y la muerte. El demonio está derrotado, es un “loser”, un perdedor.

A veces el fin se da ínfulas y saca pecho y pareciera que está ganando, pero Dios tiene la última palabra, no el mal.

Tenemos a Cristo en la barca de la Iglesia, por muy zarandeada que esté por las olas y el viento y muy anegada por las aguas. Incluso esa barca parece más submarino que barca, porque está sumergida; sin embargo, está Jesús con nosotros.

Pase lo que pase, el Señor permanecerá. Cuánta confianza, cuánto optimismo nos tiene que dar estas palabras de Jesús:

“El poder del infierno no la derrotará”.

Podemos  pasar por momentos difíciles, complicados, en plena tormenta y, sin embargo, tenemos la confianza total en que el Señor, con su amor providente, nos cuida.

SEAMOS FIELES Y RENOVEMOS NUESTRA FIDELIDAD

Estamos llamados a ser fieles. robemos un propósito de fidelidad a Jesús. Un propósito de unión al Santo Padre, a los obispos en comunión con él.

¡Recemos! Un propósito tan sencillo como este: rezar más cada día por la Iglesia, sacerdotes y laicos (porque todos pertenecemos a ella).

También renovemos un propósito de fidelidad a las enseñanzas que nos han sido confiadas y así que encontramos una manera tan maravillosamente sintetizada en el catecismo de la Iglesia Católica.

Quiero leerles unas que no leen, unas palabras de San Pablo VI: pronunciadas el 1 septiembre de 1976; época de profunda crisis en la Iglesia,

“Para construir la Iglesia es preciso esforzarse, es preciso sufrir. La Iglesia debe ser un pueblo de fuertes, un pueblo de testigos animosos, un pueblo que sabe sufrir por su fe y por su difusión en el mundo, en silencio, de modo gratuito y con amor”.

Saber sufrir animosamente…  Podríamos decir alegremente:

“Si a Mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán”

(Jn 15, 18).

Sufrir un poquito por Jesús, incomprensión, pero animosamente sin mentalidad de víctima. Sin pensar que estamos en una situación desfavorable, porque sufrir por Cristo es amar a Cristo y también amar a los demás, aunque tal vez no lo entiendan.

“Un pueblo de testigos animosos, es un pueblo que sabe sufrir por su fe de un modo gratuito y con amor”

(San Pablo VI).

Se lo pedimos a la Virgen Santísima, Madre de la Iglesia, siempre vigilante, atenta a las necesidades de sus hijos, como lo hizo en Caná.

También ella, continuamente tiene puesta su mirada sobre nosotros e intercede ante el Padre:

“No tienen vino” 

(Jn 2, 3).

Les hace falta más fuerza, más ayuda del Cielo para que sigan siendo fieles a la verdad y al amor de mi Hijo.

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