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UN PROPIETARIO QUE CONTRATA A DISTINTAS HORAS

UN PROPIETARIO QUE CONTRATA A DISTINTAS HORAS, VIÑA DEL SEÑOR

SIEMPRE CON LA AYUDA DE DIOS

En estos 10 minutos con Jesús, como siempre, lo primero que hacemos es pedirle ‘gracia para hacer con fruto este rato de oración’. Le pedimos ayuda a Dios porque queremos comunicarnos con Él, entrar en comunión y profundizar la relación.

Y esto sin su gracia, sin su ayuda, es imposible para nosotros. Dios nos lo recuerda con mucha claridad en la Escritura:

«Sin mi gracia, ustedes no podrían decir Dios o Padre con el corazón de ninguna manera»

(cf. Jn 15,5).

Podemos usar la palabra Dios, podemos usar la palabra Padre, pero no decirla invocándolo. Como podemos usar la palabra tornillo, pero nunca hablándole a un tornillo…

La palabra “Dios”, para que pueda en nosotros ser causada por el corazón, surgir del corazón, hace falta una especial ayuda de Dios, y mucho más, para hablar con Dios.

Por eso, empezamos siempre un rato de oración pidiéndole a Jesús esa gracia para hacer con fruto este rato de oración. Necesitamos su ayuda y le decimos: Queremos establecer con Vos una relación profunda, Señor. 

Y se lo decimos siempre. Siempre hay que pedir esta gracia, ya que no es algo que demos por hecho. Sin Vos no puedo nada.

«Sin mí no pueden hacer nada»

(Jn, 15, 5),

nos recuerda Jesús en el Evangelio.

LOS OBREROS Y LA VIÑA

Y en el Evangelio del día, se narra lo siguiente:

«En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos una parábola: —El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. 

Después de ajustarse con ellos en un denario por día, los mandó a la viña. Salió luego a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo y les dijo: —Vayan también ustedes a mi viña y les pagaré lo debido. Ellos fueron. 

Salió de nuevo al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió por fin al caer la tarde y encontró a otros parados y les dijo: —¿Cómo es que están aquí el día entero sin trabajar? 

Ellos le respondieron: —Nadie nos ha contratado. Él les dijo: —Vayan ustedes también a mi viña. 

Cuando oscureció, el dueño le dijo al capataz: —Llama a los trabajadores y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. 

Vinieron los que habían sido contratados al atardecer y recibieron un denario cada uno. Luego llegaron los primeros pensando que recibirían más, pero también ellos recibieron un denario cada uno. 

Al recibirlo se pusieron a protestar contra el amo: —Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y del calor. 

El dueño le replicó a uno de ellos: —Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿Acaso no nos ajustamos en un denario por el día? Toma lo tuyo y vete. Yo quiero darle a este último igual que a ti, ¿es que acaso no tengo libertad para ser bueno?, ¿o vas a tener envidia porque yo soy bueno?

Así los primeros serán últimos y los últimos serán primeros»

(Mt 20, 1-16).

LA ENVIDIA Y LAS QUEJAS

Jesús, con este Evangelio nos pone frente a una realidad que es la envidia, y como todos los vicios, anida en nuestro corazón. Es uno de los pecados capitales que tenemos que siempre velar para que no se nos meta en el corazón.

Porque es como muy sutil, no es visible y no es clara. La envidia no la vemos venir tan fácilmente. La envidia lo que hace es molestarse por el bien que otros reciben.

Así como estos jornaleros, todos habían quedado en recibir un denario, y cuando reciben un denario, los que habían trabajado todo el día, se enojan porque efectivamente, aparentemente hay una injusticia.

Estos hombres que trabajaron solo una hora, (la jornada laboral terminaba a las seis de la tarde, y los salió a contratar a las cinco), trabajaron apenas una horita contra aquellos que habían empezado a las siete de la mañana.

Podrían también quejarse los que empezaron a las nueve, los que empezaron a las doce del mediodía y a las tres de la tarde. Son los horarios en los que el dueño sale a contratar gente.

Lo más loco, es el de las cinco de la tarde, que apenas habían trabajado una hora. Por lo tanto, hay algo de razonabilidad en lo que piden los primeros, los que habían trabajado desde las siete hasta las seis de la tarde.

Y le dicen: — Hey,  yo trabajé aquí un montón todo el día, ¿cómo nos vas a pagar lo mismo que éste que trabajó apenas una hora y que no ha sufrido?

Y Jesús, a través de este dueño propietario les dice: —¿Acaso no puedo ser bueno?

JESÚS ABRE EL CIELO PARA QUIENES LO PIDEN

Jesús le da el Cielo a todos los que lo piden, a todos los que lo suplican. No nos olvidemos de aquel primero que casi entra al Cielo ‘colado’, ese buen ladrón que estaba junto a Jesús en la cruz.

Y le dice:

«Señor, acuérdate de mí»

(Lc 23, 42).

Y Jesús le dice:

«Hoy vas a estar Conmigo en el paraíso»

(Lc 23, 43).

Claramente había gente muchísimo más valiosa, mucho más virtuosa, que había hecho mucho más por ganarse el Cielo.

Conozco a mucha gente que ha criado familias muy bien, que ha dedicado su vida a la crianza de su familia, al trabajo. Que ha pasado por pruebas de salud, y que ha hecho muchísimo bien.

Pensemos incluso en personas como Teresa de Calcuta, Juan Pablo II, y tantos santos que hemos conocido, que han dejado su vida.

Uno compara a Teresa de Calcuta con el buen ladrón, y decimos: —Che, Señor, no podés estar tratándolos con igualdad de condiciones. Y Jesucristo dice: —No, el Cielo es para todo el que lo pida.

Por más que haya llevado una vida mala, si a último momento pide esa gracia, es humilde, se convierte y dice: —Aunque no lo merezca, te lo pido, Señor, ¡lo tiene!

Jesús hace llover. Dios hace llover sobre buenos y malos. O sea, Dios reparte sus bienes.

No le podemos estar diciendo: —Bueno, Señor, la lluvia sobre los buenos, sobre los malos piedras. No, Dios es así, y mucho más con el Cielo.

UNA BUENA COSTUMBRE

Por eso tenemos que velar para que no se nos meta la envidia en el corazón, que es un auténtico cáncer, que crea muchísima división, mucho daño y nos hace muy tóxicos. Y una persona que se vuelve tóxica, arruina todo lo que tiene cerca.

Mi padre, cuando venía enojado del trabajo, tenía por costumbre dar vueltas a la manzana hasta que se le pasara el enojo rezando Avemarías. Y a veces lo veíamos: una vuelta, dos vueltas, tres vueltas… Alguna vez pasó una hora, dando vueltas a la manzana, porque tenía mucho enojo.

Y él tenía esa idea tan buena de jamás entrar a nuestra casa enojado, porque sabía que si entraba con enojo, con bronca, con ira, nos iba a ensuciar a nosotros, de una manera o de otra, por un gesto, por impaciencia, por malas palabras, lo que sea, pero iba a dañarnos. Entonces, se tomaba ese trabajo, ‘yo no entro en mi casa si no estoy sano’.

Una persona con envidia en el corazón, daña a los que están cerca, porque su corazón está mal, porque está enojado con Dios.

Porque piensa que le ha dado más belleza que a otro, o más plata o más bienes de otro tipo, más amores, más amigos… Y nos enojamos con Dios, nos enojamos con los demás porque no hemos recibido lo mismo…

SER FELICES CON LO QUE TENEMOS

No hemos recibido lo que nosotros consideramos que sería justo y nos transformamos en árbitros, y nos ponemos en el lugar de Dios, para decir lo que Dios debería habernos dado.

Pidámosle al Señor que no se nos meta esto nunca. Que seamos felices con lo que tenemos. Que seamos felices con la vida, que seamos felices con nuestro cuerpo. Que nos aceptemos y que ‘nos casemos’ con nosotros mismos.

Me encanta llevar a alguien frente a un espejo, y proponerle matrimonio consigo mismo, porque nos hace mucho bien aceptarnos, querernos, ¡querernos como somos! Pidámosle hoy especialmente esto a Jesús.

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