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CHAO TRISTEZA

CHAO TRISTEZA

ADIÓS TRISTEZA

Estamos de lleno en la Octava de Pascua, un gran día de siete días para celebrar el hecho fundamental de la historia. El hecho fundamental de la vida de Jesús. El hecho fundamental de tu propia vida: Cristo murió y Cristo resucitó.

Sabemos bien que no se trata de un volver a la vida anterior, sino un inaugurar una vida absolutamente nueva. La vida gloriosa, inmortal, de Cristo resucitado, de quien ya no puede más morir y que no pertenece, por así decir, a las coordenadas del tiempo y del espacio de este mundo.

Es por eso que a los discípulos les costará reconocerlo, ¡es Jesús, es el Crucificado!, porque ahí están sus heridas: en las manos, en los pies y en su costado abierto.

Pero es otro Jesús: una vida inmortal, imperecedera, gloriosa, perfectísima. Que es la vida a la que nosotros aspiramos. No solamente llegar al Cielo tras la muerte, sino que también, al final de los tiempos, resucitar en cuerpo y alma.

Y en cuerpo y alma, pasar a gozar de Dios en ese Cielo nuevo y en esa Tierra nueva de la que nos habla el Apocalipsis.

¿Cuánto piensas tú en ese Cielo nuevo y en esa Tierra nueva, eternos, perfectísimo, gozando de Dios? (…) ¿Gozando de los Ángeles, de Jesús visible, de  María Santísima, de San José y todos los santos de la historia? (…) Miles de millones de hombres y mujeres, gozando del amor de Dios…

Ese es nuestro destino final. Las almas que están ahora gozando de Dios en el Cielo están, en lo que se llama, una ‘escatología intermedia’, en un estado transitorio, porque todavía no están gozando a Dios con su cuerpo. Cristo resucitado en cuerpo y alma.

RESUCITAR, RECONOCERLO…

Los discípulos tienen que dejarse convencer. Cristo tiene que de alguna manera, remover su incredulidad.

Por eso, no hablamos por parte de ellos, de los apóstoles y de las santas mujeres, de una fe propiamente en la resurrección; sino más bien, en la aceptación del hecho de la resurrección.

Y por eso es que Jesús aparece ante ellos, les habla, incluso come, sin ninguna necesidad (no tenía necesidad de comer, descansar, ni de dormir), ya tiene un cuerpo nuevo, una vida nueva.

Pero lo hace para que se convenzan de que no es un fantasma, sino que es Él. ¿Te puedes imaginar la impresión de estos hombres y mujeres de ver las llagas? Ver esas heridas tremendas en sus manos, en sus pies (…).

Y a la vez, ¿ese mismo crucificado, ahora resucitado, con una belleza todavía mayor que la que ya conocían antes de la Pasión? O sea, ¡no cabe expresión justa! ¡No caben palabras justas!

Es un misterio inefable. ¡No hay palabras para expresar la alegría del encuentro con Cristo resucitado!

EL TRIUNFO DEL AMOR

El Evangelio de hoy recoge esos dos personajes, Cleofás y su compañero, que van camino de vuelta de Emaús, que van tristes, porque estaban tan ilusionados y entusiasmados, pero tenían una visión demasiado humana de Jesús.

Querían el triunfo, la vida fácil y cómoda, el éxito temporal; y no sobrevino la Cruz, el Calvario. Y estos hombres quedan derrotados. No se dan cuenta de que ese era precisamente el triunfo: el triunfo del amor sobre el pecado y la muerte.

Entonces, Jesús se aparece a lo largo del camino, como bien sabemos. Y poco a poco se va metiendo en la conversación, con su estilo tan sutil y elegante a la vez.

Les hace ver que las Escrituras ya hablaban de la muerte. Y si leemos el capítulo 52 y 53 de Isaías, escrito setecientos cincuenta años antes, es un quinto del Evangelio de la Pasión… Ahí ya está todo profetizado, ¡es impresionante!

Hacía falta que el Cristo, el Ungido, el Mesías, padeciera en la Cruz para luego resucitar.

Y entonces esos hombres que andaban alicaídos, desanimados, desalentados, se habían quedado pegados, por así decir, al Viernes Santo; Cristo, poco a poco los introduce en el Sábado Santo de la reflexión y de la oración, para pasar al Domingo Glorioso de la Resurrección.<

VIVIR EN TIEMPO PASCUAL

Te puedes hacer ésta pregunta, y me la hago yo: ¿dónde vives habitualmente? ¿En el Viernes de Pasión, en el Sábado de quién está a la espera de algo, pero no lo consigue finalmente, (esas personas eternamente insatisfechas), o  estás en el Domingo de Resurrección, en el Tiempo Pascual?

Y desde hace dos mil años que estamos en Tiempo Pascual. Y esto no es contrario, decir que hay que abrazar la cruz de cada día.

Pero cada vez que la abrazamos por amor a Cristo, y con la fuerza que Él nos la da, abrazamos la Cruz…

Entonces ocurre la Resurrección, es el Triduo Pascual diario del cristiano, de la cristiana que acepta la vida como viene. Se identifica con la voluntad de Dios, ofrece sus penas y dolores y resucita con Él.

Estos hombres iban desalentados, y poco a poco el Señor les va haciendo ver que tenían una visión muy superficial de su relación con Cristo.

¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrar así en su gloria? ¿No es necesario que pasemos por pruebas y que a veces lo pasemos mal para así purificar nuestro corazón, para así ser más de Dios y por lo mismo, más de los demás? (…)

«Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando, pero ellos le apremiaron diciendo: -Señor, quédate con nosotros porque atardece, el día va de caída. Quédate con nosotros, Señor. Y se quedó. 

Se quedó con ellos, se sentó a la mesa, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron en la fracción del pan». 

LLENOS DE FE

Reconocer a Cristo glorioso resucitado en la Eucaristía es el principio fundamental de la alegría que el Señor quiere que vivamos diariamente. También cuando hay dificultades, porque tenemos toda la fuerza de su amor, lo tenemos a Él. Vives con Él si quieres.

Puedes vivir tu vida con Cristo, si quieres. ¿Y eso qué significa? Una verdadera piedad eucarística de estar unidos a Él. Porque el mismo Cristo que resucitó, es el mismo Cristo que encontramos en los sagrarios, el mismo Cristo lo recibimos en la comunión.

Que seamos hombres, mujeres de fe. Que no esperemos otros milagros para vivir en la alegría de la Pascua.

Se lo pedimos a la Virgen Santísima, Nuestra Madre, que nos ayude a todos a vivir así: vivir en el triunfo glorioso de su Hijo sobre el pecado y la muerte.

Aunque a veces nos pesen nuestros pecados, miserias y limitaciones, aunque a veces nos pudieran desalentar.

Tenemos que mirar al Señor y también nosotros escucharemos: Arriba, adelante, estoy Contigo, pon toda tu esperanza en la fuerza de mi amor y sanarás y serás generoso.

Serás feliz, sabrás hacer feliz a los demás. Sabrás salir de ti mismo, de ti misma, para entregarte al Señor y a quienes te rodean. ¡Que vivamos en la alegría de la Pascua cada día!

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