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TODOS TE BUSCAN

testigo

TODOS NOS ENAMORARNOS DE CRISTO A TRAVÉS DE SU PALABRA

Cuando leemos los Evangelios, nos encontramos con las palabras y las obras del Señor y de todos los personajes que entonces intervinieron. Y esos hechos y palabras de Cristo están en el tiempo hace ya, digamos, dos mil años y más allá de Él, porque son palabras y obras humanas y divinas: Jesús, perfecto Dios y perfecto hombre en el tiempo y en la eternidad.

“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mc 24, 35).

Es por esto que podemos meternos en el Evangelio como un personaje más, como le gustaba enseñarnos con su propio ejemplo y con su palabra a San José María. Meterte en el Evangelio y hacer tus propios descubrimientos, o si quieres ser tú mismo un personaje más, descubrir tu lugar en la escena.

Y así vamos avanzando en el camino de la contemplación de la vida del Señor, vamos profundizando en el trato y en la intimidad con Él, para finalmente enamorarnos de Cristo con todas las fuerzas del alma por la acción del Espíritu Santo.

Esa es la idea, de eso se trata. No simplemente de leer, no simplemente de saber… Incluso podríamos decir no simplemente practicar, que por supuesto que lo incluye. Si no se trata sobre todo de amar a alguien que nos ha amado hasta la muerte, dejarnos abrazar por el amor de Cristo. Y eso a través de la lectura atenta del Evangelio.

TODOS A REZAR A PARTIR DEL EVANGELIO

Entonces palabras y hechos de Jesús, pero no sólo de Él, sino que también de los personajes que aparecen en este relato maravilloso. Por ejemplo, Bartimeo el ciego que frente a la pregunta de Cristo: “¿Qué quieres que te haga? Señor, que vea” (Mc 10, 51). Ese ¡domine ut videam! -Señor, que vea- de Bartimeo también es mío, es tuyo. “Señor, que yo vea. Que vea la grandeza de la fe; que vea, comprenda más profundamente el inmenso don que significa ser cristiano, la importancia del apostolado a través de la amistad y la confidencia, etc. Señor, que vea”.

También el publicano de la parábola que reza desde un corazón humilde:

“Ten piedad de mí, Señor, que soy un pecador” (Lc 18, 13).

En la parábola es ese personaje, el publicano, a diferencia del fariseo, quien nos enseña a rezar. Y somos nosotros los que rezamos a partir de esa enseñanza de Jesús: “Ten piedad de mí, Señor, que soy un pecador”.

O en la parábola del padre misericordioso, cuyo hijo menor se aleja pensando que va a ser más libre, al margen de todo mandato o de toda autoridad por parte de su padre. Y finalmente regresa arrepentido y viene esa sorpresa inimaginable del amor misericordioso de su padre, que lo abraza, lo besa… El hijo mayor se queda fuera de la fiesta de la misericordia y una frase de este padre en la parábola dirigida a él que le dirá: “Hijo mío […] todo lo mío es tuyo” (Lc 15, 31). Esas palabras también están dirigidas a cada uno de nosotros. Dios que te dice: Hija mía, hijo mío, todo lo mío es tuyo. Y ¿qué es ese todo sino el amor de Dios, la verdad de Dios, la misericordia de Dios?… El cielo, en definitiva, que nos espera si somos fieles.

JESÚS PASÓ HACIENDO EL BIEN PARA TODOS

El evangelio de hoy bien nos puede ayudar porque es un texto tomado de san Marcos, del capítulo primero, que nos relata de una forma un poquito general, un día corriente, podríamos decir, en la vida pública de Jesús, en este caso en Cafarnaún.

“Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios” (Mc 1, 32-34).

Jesús obrando el bien. Todo lo hizo bien; pasó haciendo el bien. Estas son como las biografías sintetizadas de la vida de Jesús que nos da el Espíritu Santo: pasó haciendo el bien.

Que pena cuando la gente piensa -tan equivocadamente- que Jesús o Dios nuestro Señor es un ser celoso, un justiciero que anda buscando la manera de atraparnos en sus mandamientos. Formas tan erradas, tan lejanas a la verdad. Jesús, Dios nuestro Señor, es amor infinito por ti y por mí. Jesús pasó haciendo el bien y no sabe hacer otra cosa que bendecirnos, que amarnos, que perdonarnos.

¿Tienes tú esta comprensión de Dios? ¿Cuál es el rasgo principal que captas cuando piensas en Dios, en Jesús? Ojalá sea su misericordia, su bondad, su ternura, su paciencia, su delicadeza, su caridad creativa para sorprendernos una y otra vez…

Contemplamos entonces al Señor haciendo el bien. Pero claro, Jesús no era un activista, sino que buscaba momentos para estar a solas con su Padre Dios. Por eso es que a continuación dice el texto de San Marcos: “Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, y se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar” (Mc 1, 35).

Contemplamos a Jesús haciendo oración. Aprendemos de este ejemplo suyo a tratar con confianza a nuestro Padre Dios y darnos cuenta también que estamos muy necesitados de ese lugar solitario en el fondo del alma para hablar con Dios. Tú y Dios; Dios y tú. Que allí ocurren cosas maravillosas: se abre nuestra alma a la luz de la esperanza, de la confianza, del optimismo, de la paz, del gozo, de la seguridad… No pidas milagros si no te das tiempo para hacer oración.

TODOS NECESITAMOS DE DIOS, NUESTRO CREADOR

Y el texto continúa: “Simón y sus compañeros fueron en su busca y al encontrarlo le dijeron: Todo el mundo te busca” (Mc 1, 36). Esta frase de Pedro -“todo el mundo te busca”- sería entonces la población de Cafarnaún. No sé, 1500 personas o quizá una muchedumbre como la de la multiplicación de los panes y los peces -10.000 hombres, sin contar mujeres y niños. Ese “todo el mundo te busca o todos te buscan” para Pedro, entonces era eso: una buena cantidad de gente.

Pero a medida que va avanzando Pedro en el camino de la fe, se dará cuenta de que “todo el mundo te busca” es completamente literal. “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mc 16, 15). Todo el mundo te busca. Incluso aquellos que no le conocen, aquellos que no le tratan, aquellos que quizá incluso le rechazan también le buscan. ¿Por qué? Porque somos criaturas suyas, hemos sido creados por Dios y para Dios. Llenémonos de confianza en esta verdad antropológica.

En el fondo del corazón humano hay una profunda sed y hambre de Dios que sólo encuentra su respuesta definitiva en Cristo. Y con esa confianza nos lanzamos a hacer apostolado, a buscar a nuestros amigos, a despertar en ellos esa sed y hambre que quizá está un poco, digamos, bajo las cenizas de la comodidad, de formas de evasión… Pero ahí está por debajo, la brasa encendida de la felicidad que Jesús nos ofrece y que sólo Él nos puede regalar.

El punto número 30 del Catecismo de la Iglesia Católica dice:

“Alégrese el corazón de los que buscan a Dios. Si el hombre puede olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a buscarle para que viva y encuentre la dicha. Pero esta búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su voluntad, un corazón recto, y también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios” (Catecismo de la Iglesia Católica, 30).

Se lo pedimos a la Virgen, que Ella interceda por nosotros para que muchos, mirando nuestra vida, se sientan llamados a buscar al Señor. “Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti” (San Agustín).

Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti.

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