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P. Felipe

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EL EFECTO SANADOR DE TOCAR A DIOS

Para curarnos, el Señor quiere que entremos en contacto con Él y le mostremos nuestras heridas, dolores y enfermedades. Acerquémonos con confianza a tocar el manto de Jesús

DOS MILAGROS DE JESÚS

El Evangelio de hoy nos presenta dos milagros, que son quizá de los más conocidos del Evangelio porque nos conmueven especialmente. Esos dos milagros son la curación de la hija de Jairo y la curación de la hemorroísa.

Nos acordamos de la historia: Jairo, un personaje importante del pueblo donde estaban, se acerca a Jesús y le dice que su hija estaba enferma. Jesús se conmueve ante el sufrimiento de un papá. Y nosotros, que cada uno tenemos nuestra familia, entendemos perfectamente a Jairo que está preocupado por su hija. Tú puedes pensar en tu mamá, en tu papá, en tu hermano, en tu hermana, en tu hija, en tu hijo o en alguien al que quieres, y entendemos perfectamente ese sufrimiento de Jairo. También Jesús, que mira a Jairo, mira a esa persona preocupada por otra y no pregunta más, se pone en camino. Llévame donde está esa persona que sufre y vamos a ver qué podemos hacer.

En el camino se encuentra con la hemorroísa. No conocemos su nombre, pero esta mujer que con una fe muy grande se acerca a Jesús por detrás, no se atreve mucho a acercarse a Él por delante, entonces dice que “con solo tocar su manto (tan grande es su fe) voy a quedar curada” (Mc 5, 28).

Y logra lo que quiere por su fe.

“Jesús pregunta: ¿Quién me ha tocado? Los discípulos le dicen: ¿Ves cómo te apretuja la gente y preguntas ¿Quién me ha tocado?” (Mc 5, 30-31).

Así como diciéndole: Señor, no tiene sentido tu pregunta. Pero Él sabe que algo ha pasado ahí. Bueno, sabe perfectamente lo que acaba de suceder, pero quiere que se acerque la mujer hemorroísa para que quede en evidencia ese milagro. Y la mujer sale, se presenta delante del Señor y le dice: Me he curado. El Señor la alaba por su fe. Porque también se conmueve del sufrimiento de esta mujer que llevaba doce años tratando de mejorarse y había gastado toda su fortuna, todo su dinero para superar esta enfermedad y no lo había logrado.

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Jesús se conmueve nuevamente delante de esta enferma, así como se conmueve delante del leproso, delante del ciego de nacimiento, delante del paralítico, siempre se conmueve delante del sufrimiento. Pero aquí queda como más claro.

Jesús, que se conmueve no solo con el sufrimiento físico, sino el sufrimiento moral también. Jairo no estaba enfermo, pero su hija sí, y él sufría por su hija. Jesús comprende, se pone en el lugar del otro, se pone en los zapatos del otro, y lo único que quiere es ayudar a esa otra persona a superar ese sufrimiento. Ese padre con su hija enferma, esa anciana que sufre porque ha hecho mucho por curarse y no lo ha logrado.

HABLAR CON JESÚS DE MIS SUFRIMIENTOS

En este rato de oración, quizá puedes revisarte interiormente y hablar con Jesús sobre cuáles son tus sufrimientos, cuáles son esos temas que te hacen sufrir, que te duelen. Él te está escuchando y Él también se pone en tus zapatos y quiere que tú le cuentes qué es lo que tienes en tu corazón, que le cuentes tus alegrías, obviamente, que le cuentes las cosas buenas, pero también a veces nos hace bien contarle esos sufrimientos, esas heridas.

Quizá pienso en voz alta, pero te puede servir pensar en tus luchas, esas luchas que quizá llevas bastante tiempo como la hemorroísa, doce años. Uno dice: Bueno, en esta lucha quiero ser más generoso, quiero ser más humilde, quiero vivir mejor la santa pureza, quiero mejorar en mi relación con los demás, quiero trabajar mejor. Y como que a veces vemos que no superamos esas luchas y que nos cuestan, o nuestros pecados también, esas heridas del alma. Quizá algún problema familiar que me hace sufrir y que lleva mucho tiempo o que no lleva mucho tiempo, pero que está ahí. O el problema familiar de alguien cercano, o el problema económico de alguien cercano, que como Jairo, no es que suframos nosotros por ese problema, sino que sufrimos por la otra persona. A veces algún rechazo, alguna herida de ahora o del pasado.

Piensa, o más que piensa, cuéntale a Jesús en este rato de oración esos sufrimientos, esos dolores. Jesús te escucha. Jesús te escucha y se pone en tus zapatos, se pone en tu piel. Cuéntale con confianza esas cosas. Y el Señor te dice: Yo quiero curarte, vamos. Como le dice a Jairo que va a ir con él a ver a su hija. Vamos, pongámonos en camino.

TOCAR EL MANTO DEL SEÑOR

¿Y qué es lo que pide? Jesús siempre pide fe. Que te acerques con confianza, que le cuentes lo que te hace sufrir, que le cuentes todas las cosas que tienes en tu corazón. A veces, es preciso acercarse directamente como Jairo, decirle Señor, mi niña, está en las últimas, ven y pon las manos sobre ella para que se cure y para que viva. A veces será necesario hacer esa petición directa. Otras veces, como la hemorroísa, vamos a tener que acercarnos más discretamente por detrás y decir: Bueno, voy a tocar el manto del Señor porque así me curaré. Voy a tocar el manto del Señor como la hemorroísa. Y así, tocando el manto del Señor con fe, nos curaremos.

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Para tocar el manto del Señor, es preciso buscar a Jesús. ¿Y buscarlo en qué? Bueno quizá te voy a dar algunos ejemplos, no son todos, pero te puede servir tocar su manto en la oración, insistiendo con confianza filial: Señor, te muestro mi vida, te muestro mis dolores, te muestro mis heridas, mis sufrimientos, aquí están. Te lo muestro para que Tú te hagas cargo.

Tocar el manto del Señor en la Eucaristía. Porque ahí no solo tocamos su manto, sino que lo tocamos a Él, lo comemos. Y el contacto con el Señor es un contacto sanador, curador. Lo tocamos también en la Confesión. Me arrodillo ante la persona que me ama, ante la persona que me quiere muchísimo, más que mis padres, más que cualquier persona del mundo, Jesús, que me ama. Y ahí toco su manto y ahí quedo curado de mis pecados.

También en el servicio al prójimo, toco el manto del Señor. Jesús dice que ahí, cuando hagas este servicio con uno de los más pequeños, lo harás conmigo. Cuando servimos a los demás, estamos tocando el manto del Señor, estamos tocándolo a Él, porque Él está presente en los pobres, en los enfermos, en el que sufre, en el prójimo. Ahí está Jesús. Y tocando al prójimo, tocamos al Señor.

Mis heridas, mis luchas, mis sufrimientos se curan en el contacto con los demás, en el contacto especialmente con el que sufre, con el que tiene un dolor. Toquemos su manto, entonces, en la oración, en la Eucaristía, en la Confesión, en el servicio a los demás. Y piensa otras formas, quizá, de tocar el manto del Señor. Lo podemos tocar de distintos modos. Piensa tú cuáles son tus modos concretos ahora de tocar el manto del Señor.

También podemos tocar el manto de María, nuestra Madre del Cielo, María Santísima. Bien agarrados a su manto, bien afirmados a su manto, Ella nos va a ayudar a subir al Cielo. Subiremos al Cielo con Ella bien agarrados de su manto. Y cuando Ella nos sube al Cielo, ahí nos presenta a su Hijo y nos dice: Ahora toca su manto. Y ahí vas a quedar curado, ahí vas a quedar sanado.

Madre Nuestra, te pedimos que nos ayudes a entrar en contacto con Jesús, a entrar en contacto con su manto para poder curar esas enfermedades, esas dolencias, esos dolores y todo lo que tenemos en nuestro corazón.


Citas Utilizadas

Sab 1, 13-15; 2, 23-24
Sal 29
2Co 8, 7.9.13-15
Mc 5, 21-43

Reflexiones

Que me toques Señor, para ser sano y subir contigo al Cielo.

Predicado por:

P. Felipe

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