LA DERROTA DEL MALIGNO
Celebramos hoy, el primer domingo de Cuaresma. Y el evangelista san Mateo nos trae las tentaciones en el desierto del Señor.
Dice así:
“En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.
El tentador se le acercó y le dijo: -Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes.
Pero Él le contestó: –Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Entonces el diablo lo llevó a la Ciudad Santa, lo puso en el alero del templo y le dijo: –Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras.
Jesús le dijo: –También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios.
De nuevo el diablo lo llevó a un monte altísimo y le mostró los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: –Todo esto te daré, si te postras y me adoras.
Entonces le dijo Jesús: –Vete, Satanás, porque está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto.
Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y lo servían”
(Mt 4, 1-11).
En Jesús, tuvo lugar la derrota del maligno. Cada uno de nosotros tiene que aceptar libremente esta victoria, hasta que el mal sea eliminado completamente. Por tanto, la lucha contra el mal requiere de ti, de mí, de todos; un esfuerzo y una continua vigilancia.
LA TENTACIÓN
La tentación te puede designar realidades distintas, pero siempre incluye la idea de prueba, de la cual es posible salir victorioso o no por parte de quien se somete a prueba. Cabe que lo haga con intención de que la persona probada manifieste su amor y sus virtudes, o bien, que tiente para hacerla caer.
Se trata de un concepto que en la Sagrada Escritura tiene, fundamentalmente, esas dos excepciones: como una prueba que viene de Dios o como provocación al pecado por parte de Satanás, o de otras fuerzas interiores o exteriores a la persona.
LAS PRUEBAS: ACRECIENTAN LAS VIRTUDES
Lo primero que hay que decir es, que cuando Dios pone a prueba a sus hijos, lo hace únicamente para ofrecer una ocasión de que se manifiesten y de que se acrecienten nuestras virtudes; y premiarnos después. En consecuencia, Dios jamás sería contrario a su esencia o ser.
Jamás tienta para inducir al mal, porque no quiere que sus hijos pequen. Por eso le pedimos en el Padre Nuestro que no nos deje caer en la tentación y que nos libre del mal.
La escritura nos advierte también, que nadie cuando sea tentado, diga “es Dios quien me tienta”, porque Dios no es tentado al mal, ni tienta a nadie. Cada uno es tentado por su propia concupiscencia, que le atrae, que le sucede.
VENCER SIEMPRE A SATANÁS
Dios no tienta al mal, pero permite la tentación. Al inicio de la creación, la tentación de Adán y Eva la permitió, no para que pecaran, sino para que vencieran a Satanás.
Podrían haber salido victoriosos y los hubiera premiado, pero sucumbieron. En los planes de la redención estaba también que el diablo tentara al Hijo del Hombre. Y el triunfo de Cristo sobre el tentador es como esa reparación de la primera caída, de la caída de todos los hombres.
De manera que sufrir la tentación no es un mal moral. La tentación no es pecado, es materia para el ejercicio de la virtud.
LA TENTACION, MEDIO PARA CRECER EN VIRTUD
Se puede recordar unas palabras de san Agustín, que decía que
“nuestra vida, en medio de esta peregrinación, no puede transcurrir sin tentación”.
Nuestro progreso se realiza, precisamente, a través de la tentación.
También san Josemaría habla de las tentaciones como de ocasiones para vencer el mal, crecer en la virtud, sobre todo en la humildad al experimentar la propia flaqueza y la necesidad de la gracia divina.
“Te amamos Señor, porque cuando viene la tentación, das la ayuda: la fortaleza y tu gracia para que salgamos siempre victoriosos. Te agradecemos Señor, que permitas que seamos probados para que seamos también humildes”.
NUESTRA DEBILIDAD
La tentación nos da la dimensión de nuestra propia debilidad, de nuestra flaqueza, nuestra limitación, que nos lleva a acudir a nuestro Padre Dios, en una petición de ayuda.
Nos sirve para humillarnos, para comprender, para ayudar a otros con nuestra experiencia, para amar la bondad de Dios, para revelar el poder de la gracia de Dios.
TE BASTA MI GRACIA
Así se trasluce una interpretación de un texto tradicional en san Pablo:
“Para que no me engría, me fue clavado un aguijón en la carne, un ángel de Satanás, para que me abofetee, y no me envanezca. Por esto, rogué tres veces al Señor para que lo apartara de mí; pero Él me dijo: Te basta mi gracia, porque la fuerza se perfecciona en la flaqueza”
(2 Cor 12, 7-9).
Las tentaciones son parte de la pedagogía divina, no hay que tenerles miedo. Ciertamente, a lo que hay que tenerle miedo es a la autosuficiencia orgullosa.
San Pablo también nos ponía en guardia:
“El que piense ponerse en pie, que tenga cuidado de no caer”
(1 Cor 10, 12-13).
PEDAGOGÍA DIVINA
Fue necesario, la prueba de la tentación del Señor para enseñarnos. No olvidemos que Él es nuestro modelo. Por eso, siendo Dios permitió que le tentara, para que nos llenásemos de ánimo, para que estemos seguros con Él de la victoria.
Sin embargo, aunque las tentaciones son ocasión de crecer en virtud, sería temerario ponerse a ellas sin necesidad, sería una tontería y una gran ingenuidad de nuestra parte… una confianza temeraria en nuestra propia fuerza.
Al contrario, la conciencia humilde de nuestra propia fragilidad tiene que llevarnos a evitar las ocasiones de pecado.
HUIR DE LA TENTACION
San Josemaría repetía el verbo “huir”, siguiendo una enseñanza de san Pablo, de huir de las ocasiones. No dialogar con la tentación. Cortar sin concesiones. Huir que significa retroceder, no dialogar con la tentación y así, vencer los ataques y las trampas que nos pueda poner el enemigo.
Santo Tomás decía que la tentación se puede rechazar fácilmente, aún con el mínimo grado de gracia, es suficiente para resistir cualquier concupiscencia y merecer la vida eterna.
RECHAZAR AL DEMONIO
Y lo que nos conviene es no dialogarlo con las pasiones, que muchas veces se quieren desbordar.
La acción propia del diablo es engañarnos. Cuando habla de la mentira, de su “yo” habla el enemigo.
Así procede con las almas: se transforma en un ángel de luz, actúa hipócrita y suavemente, con motivos incluso espirituales.
Bueno, hay que saber rechazarlo. Saber que el demonio hasta puede manipular los textos inspirados de la Sagrada Escritura, como lo hizo con el Señor.
Que Dios permita la actividad diabólica es un misterio, pero nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para el bien de los que le aman.
Algunos clásicos de espiritualidad comparan al demonio con un perro rabioso, pero que está sujeto por una cadena; si no nos acercamos, no nos morderá, aunque ladre continuamente.
TIEMPO DE CUARESMA
En tiempo de Cuaresma, la Iglesia nos invita a repensar cómo está nuestra relación con Dios, y nos recuerda poner los medios adecuados para lograrlo: con oración y penitencia.
El ayuno y la abstinencia de carne del Miércoles de Ceniza y Viernes Santo, y la abstinencia los demás viernes de Cuaresma.
Nos vendría muy bien que cada uno se proponga una penitencia corporal el resto del tiempo. Como, por ejemplo: alguna comida o bebida, o mejorar alguna virtud como la generosidad y la lucha contra la pereza.
CUIDAR LOS SENTIDOS
Cuidar los sentidos externos, también los internos como el control de la imaginación y los afectos, también algo espiritual, como un acto de piedad, rezar el Vía Crucis los viernes, o renovar algunas oraciones que tenemos un poco abandonadas.
Todo esto, nos ayudará a salir victoriosos de las tentaciones, y si en algún momento cedemos a ellas, nos levantaremos rápidamente mediante la contrición y el Sacramento de la Confesión. En fin, se trata de que vivamos la Cuaresma como Dios quiere.
Le pedimos a nuestra Madre, Santa María, que nos asista siempre con su maternal protección, para vencer en ese combate espiritual, con un corazón contrito y humillado.
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