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¡TENEMOS UNA REINA!

señora

Una semana atrás celebrábamos la gran fiesta de la Asunción de la Virgen, nuestra Madre que sube en cuerpo y alma al Cielo. Hoy celebramos a María como reina, reina y señora de todo lo creado; reina del Cielo y de la tierra.

Podemos preguntarnos qué le suma a la Virgen, a nuestra Madre, que ya está en plenitud con todo su ser junto a Dios, gozando de Él; está con su Hijo rodeada de los ángeles, ¿qué le suma ser reina? Ella tiene todo el gozo y, al hacerme esta pregunta, me acordaba de san Agustín.

En un momento, ya había sido ordenado sacerdote y quería retirarse a tener una vida de oración, una vida de estudio monacal, con algunos amigos suyos y la comunidad le pide que sea el obispo. No pudo retirarse porque tuvo esa misión.

También Benedicto XVI, que tenía como maestro a san Agustín, le pasó: ya después de haber sido llamado a Roma y ser Prefecto de la congregación para la doctrina de la fe, quería retirarse, así se lo pidió a san Juan Pablo II más de una vez para dedicarse al estudio, volver a su patria y lejos de eso, fue llamado a ser Papa.

Pensaba en esto porque ¿qué le suma a la Virgen ser reina? Lo que está claro es que nos suma a nosotros que sea nuestra reina, porque también seguramente, como su Hijo, su reinado es de servicio.

Vos Jesús viniste a servir y cuando le decís a los apóstoles que quienes gobiernan en la tierra hacen sentir su autoridad, les decís:

“Entre ustedes no debe de ser así. El que quiera ser el primero, que sea el último, el servidor de todos”

(Mt 20, 26-27).

DOS MANERAS DE REINAR

En eso Vos Señor, siendo Dios, nos diste el ejemplo. Viniste para servir con toda tu vida. Y ¿cómo nos sirve la Virgen al reinar?

Reinando, pensaba de dos maneras: Una, que todo lo que de alguna manera la Virgen es reina porque es reina y señora de todo lo creado, nos ayuda a que toda la creación, todo lo nuestro, pueda estar enderezado hacia Dios.

¡Qué impresionante eso! Que nada en nuestra vida tiene que quedar necesariamente afuera de nuestra vida de hijos de Dios, de nuestra santidad, de dirigirlo hacia su verdadero fin: hacia el Creador.

Reina y señora de todo lo creado… ¿cómo puedo hacer para que la Virgen esté presente, esté reinando en todo lo mío? ¿Cómo reconocerla hoy como reina?

Y cuando las cosas que hago están embebidas en el mandamiento del amor:

“Amar a Dios y amar a los demás”.

Hace poco, el Prelado del Opus Dei, con ocasión de la fiesta de la Asunción, nos escribía un mensaje en el que decía que:

“Al final, lo que une el Cielo y la tierra es la caridad”.

Nosotros podemos hacer efectivo ese reinado de Cristo, de su Madre, cuando lo que hacemos está informado por la caridad.

CON CARIDAD

Nos podemos preguntar en las cosas más comunes del día, ¿cómo será hacer esto con caridad? ¿Qué diferencia hay si este trabajo, por ejemplo, lo hago con caridad? ¿Qué cambia?

O este almuerzo con compañeros del trabajo o en casa con la familia, este rato que pasamos juntos; o cuando voy por la calle o hago deporte nos podemos preguntar: ¿Qué cambia si hay caridad; si lo hago por amor; si lo hago con amor?

Quizás se nos ocurren cosas de pensar más en Vos Señor: ofrecer las cosas a tu Padre y hacerlas con algún detalle, de hacerlo bien, pensar en los demás… y ahí puede estar reinando María, reina y señora de todo lo creado.

Un segundo aspecto, que pensaba que nos puede ayudar para que reine la Virgen, es imitarla a ella en su humildad. Fíjate que ella se reconoce la esclava del Señor:

“He aquí la esclava del Señor”

(Lc 1, 38).

Como la más pequeña servidora y de ella Dios hace una reina; es la Madre del Rey.

La podemos imitar en eso que nos dice Jesús:

“El que quiera ser grande, que sea pequeño”.

El no tener miedo a ponernos al servicio de los planes de Dios, en primer lugar, como hace María y ponernos también al servicio de los demás. Eso es algo muy práctico y eso es el modo de que Cristo reine también.

Cristo reina sirviendo y nosotros podemos querer servir con nuestra vida, en vez de ser el centro de todo, el fin de todo, ¡no! ser capaces de ponernos al servicio de los demás, también con cosas muy chiquitas del día a día.

Así pienso que nuestra Madre, su Hijo, reinará y, además, desde el Cielo nos ayuda intercediendo. ¡Qué bueno tener esa ayuda sobrenatural!

REINA Y SEÑORA

A veces en el Evangelio se habla del demonio, del diablo, como el príncipe de este mundo y lo notamos que es de este mundo, nos quiere apartar de Dios, parece que hay cosas que están conspirando contra el bien.

En cambio, hay una que es, no ya príncipe sino reina y no sólo de este mundo, sino reina y señora de todo lo creado, que ya está intercediendo para ayudarnos a encaminar todas las cosas hacia su verdadero fin: hacia Dios. Eso es una ayuda real desde el Cielo.

Nos conviene tanto que nuestra madre María sea la reina, porque es al mismo tiempo nuestra Madre, porque nos cuida, porque está de nuestro lado, porque tiene esa gran influencia que quiere ejercer a nuestro favor.

Por último, en realidad no podemos dejar de decir y de alegrarnos también, que la Virgen, al ser reina, es reconocida.

Su vida de entrega, su vida de santidad es también un reconocimiento: a la que se hizo pequeña, Dios la quiere hacer grande; y se cumple eso:

“La felicitarán todas las generaciones”

(Magníficat).

Por eso hoy, además de querer imitarla en su humildad, de querer que reine, que esté presente hasta en las cosas más pequeñas de nuestra vida, porque tratamos de poner amor, hoy la felicitamos.

“Dios te salve Reina, llena de gracia”.

Nos enorgullecemos de que uno de nosotros esté reinando en el Cielo; es también la reina de los ángeles, la reina de toda la creación.

Llenos de orgullo, hoy vamos a saludar muchas veces, a querer ser sus buenos vasallos, estar como en su corte; nos sentimos así, orgullosos de nuestra Madre que siempre nos acerca a su Hijo, el gran Rey, que es Cristo, que es nuestro Señor.

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