Quizá es fácil imaginarnos ahora que estamos rezando, especialmente que acabamos de hacer un acto de fe tan bonito, acabamos de pedirle a la Virgen, a San José, a nuestro Ángel de la Guarda que nos acompañen. Quizás es fácil ahora en la oración, quizá especialmente fácil: imaginarnos un momento de la vida de Jesús. Lo conocemos, porque lo podemos leer en el Evangelio, lo hemos leído tantas veces… Pero ahora intenta imaginarlo: con alegría, con gusto, porque es algo tan simpático, tan sencillo al mismo tiempo.
Esa vez… cuando, quizá ha habido más veces, pero esa vez que el Señor quería explicarles, así gráficamente, a sus discípulos, a su apóstoles; no solamente para ellos sino para nosotros, para todos en los siglos. Porque nos lo irían trasmitiendo, eso son los Evangelios. El Señor les quiere transmitir, les quiere mostrar, haber si lo entienden: esto de tener un corazón bueno, un corazón sencillo, un corazón lleno de confianza, de cariño a Dios, un corazón de niño.
Entonces el Señor, en vez de que anden discutiendo entre ellos o como quebrándose la cabeza en disquisiciones o en no sé qué… ¿Qué es lo que hace Jesús? Y esto es fácil de imaginar, es tan bonito también. El Señor, dice el evangelio: “tomó a un niño que andaba por ahí…” (Mateo 18, 2), andarían varios por allí, y uno de esos enanos, que andaban por ahí, Jesús quizá lo llama; quizá iba corriendo por ahí; Jesús lo toma, quizá del brazo, que iba correteando y lo acerca.
El hecho que el Señor toma un niño y lo pone ahí, al frente de todos, en esa conversación que estaban teniendo, y se los pone de ejemplo y les dice que:
“Se hagan como niños…”
e incluso más:
“Si no se hacen como niños, no van a poder entrar en el Reino de los Cielos”
(Mateo 18, 3-4).
No como quién necesita un pasaporte para entrar en un lugar sino como quien de verdad necesita un corazón bueno para recibir todo ese amor de Dios, eso es el Reino de los Cielos.
El Reino de los Cielos, no es solamente algo de por allá lejos o de por allá… en algún momento de mi historia cuando me muera…. no. El Reino de los Cielos no es algo de por allá lejos, es algo… es muy aquí: es muy en el corazón, es muy de abrir el corazón y recibir, todo el cariño de Dios, la maravilla…por eso tenemos ratos de oración. Puede ser…, es: estar tan estrechamente con el Señor, tan el Reino de los Cielos. Pero eso si rezamos con un corazón bueno, con un corazón limpio, confiado, alegre, un corazón de niño.
Bueno, yo diría que Santa Teresita de Lesieux, especialmente… De hecho, el Evangelio de la misa de hoy es justamente este, lo propone así la Iglesia. El Evangelio no como del calendario continuado del año, sino si uno quiere en la Santa Misa un Evangelio propiamente para celebrar a esta Santa, este Evangelio: el de un corazón como el de este niño. Un niño que el Señor pone ahí al frente. Sería un niño simpático, quizás estaría todavía con la respiración acelerada, medio despeinado porque iría corriendo de un lado a otro, no se… ahí ya cada uno se lo imagina: un corazón bueno.
Hay en “Jesús de Nazaret”, esa biografía en tres tomos, que escribió Joseph Ratzinger la publicó siendo el Papa Benedicto XVI, en un momento hablando de esa sencillez de corazón o pobreza de corazón; en ese sentido de que todo mi tesoro sea Dios. Hablando de eso, cita a Santa Teresita de Lesieux, justamente, dice: “…Las palabras de Santa Teresa de Leseiux, de que un día se presentaría ante Dios con las manos vacías. Y las tendría abiertas hacia Él, describe el espíritu de estos pobres de Dios:”, y explica ahora Ratzinger, dice: “llegan con las manos vacías. No con manos que agarran y sujetan sino con manos que se abren y dan. Y así están preparadas para la bondad de Dios que da…”. (Jesús de Nazareth, Joseph Ratzinger). Es de un corazón, así como de un niño, que da todo y esta manos abiertas, que decía Teresita de Lisieux. Manos abiertas en el sentido: no como acaparando cosas, o apretando cosas, o agarrándose a cosas sino con las manos muy abiertas. Con las manos muy tendidas hacia Dios.
Las manos son figura del corazón, ¿verdad? Bueno, esto de Santa Teresita de Lisieux, quizá ahora mismo, podemos pedirle, ahora que estamos rezando. Aprovechamos a pedirle esto a Jesús, por intercesión de Santa Teresita: “Señor, yo quiero tener unas manos, un corazón así: abiertos. Abiertos… que lo dan todo, pero sobre todo abiertos para recibirte a Ti Señor, del todo. Señor dame una sencillez así de corazón. Señor, dame una confianza así en el corazón”.
Fíjate cómo esta sencillez, esta confianza llenaban el corazón de Santa Teresita de Lesieux. Es doctora de la Iglesia y vivió veinticuatro años. Y escribió poquito, pero con una profundidad, con una sabiduría, con un acertar tan plenamente al corazón de Dios.
El Papa Francisco, en Lima, en Perú hace un par de años, hablando de la oración. El llamaba a la oración: misionera, es decir, que con la oración ir a todos los sitios, ayudar a toda la gente.
También el Papa, allí en Lima, se acordaba de Santa Teresita de Lisieux, un texto, muy, muy conocido, muy bonito. Ahora nos puede servir, también, para hacer la oración. Decía el Papa esto: “la oración misionera es la que logra unirse a los hermanos en las variadas circunstancias en que se encuentran. Y rezar para que no les falte el amor y la esperanza”. Podemos hacerlo ahora mismo, pedirle al Señor: “Señor te pido por todos los que escuchan, por todos los que hacen oración con esto 10 minutos con Jesús, en castellano (en castellano de América Latina y España) y en portugués, y en inglés, y en francés. Mira, con esta oración hemos llegado tan lejos… Señor te pido muchas vocaciones, hoy día de Santa Teresita de Lisieux. Señor, danos más vocaciones Carmelitas porque son un pulmón tan grande de oración para la Iglesia, de santidad”. Y así rezamos y llegamos…y seguía diciendo el Papa Francisco:
“Así lo decía a Santa Teresita del Niño Jesús” y dice: “Dice Santa Teresita: entendí que sólo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia y que, si faltase el amor, ni los apóstoles anunciarían ya el Evangelio, ni los mártires derramarían su sangre.
Reconocí», (sigue diciendo Santa Teresita, jovencita, no tiene 25 años).
Reconocí claramente y me convencí de que el amor encierra en sí, todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares; en una palabra, que el amor es eterno. En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor”.
Fíjate como acierta Santa Teresita, y que ganas de nosotros, también, ser así. Nosotros seguramente no como ella, no por el mismo camino que ella, por lo menos yo no. Yo no soy monja carmelita, evidentemente. Cada uno por su camino, pero cada uno de nosotros, en esto, como Santa Teresita: con un corazón de niño, con un corazón de verdad muy abierto al Señor.
Luego también, de verdad, ojalá que todo lo que hacemos, Teresita en su camino y nosotros en el nuestro, que todo lo que hacemos, que todo lo que vivimos: sea amor de Dios, cariño al Señor. Que lo compartamos con Él. Pidámoselo ahora a Jesús.
“Jesús yo quiero compartirlo todo contigo”. Pidámoselo a la Virgen, para terminar nuestra oración: todo, todo… lavarnos los dientes, hacer deporte, trabajar, whatsapear un amigo. Para eso están estos ratos de oración, para eso esta la Eucaristía; para eso están, por ejemplo, esas imágenes de la Virgen por allí, que nos ayudan: a que todo lo nuestro se convierta en amor de Dios.
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