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P. Juan

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EL CABALLERO DE LA INMACULADA

San Maximiliano María Kolbe fundó una institución religiosa llamada “Milicia de la Inmaculada”. Luego de su muerte en el campo de concentración en Auschwitz, el 10 de octubre de 1982, el Papa san Juan Pablo II lo canonizó y lo declaró mártir de la caridad.
Un gesto así no se improvisa. El mandamiento del amor nos interpela. Seguir el ejemplo de Cristo es seguir su ejemplo atravesado por la oración.

Jesús dijo a sus discípulos:

“Como el Padre me amó, también Yo los he amado a ustedes; permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”

(Jn 15, 9-10).

El 14 de agosto de 1941 en el campo de concentración de Auschwitz, entregaba su vida el padre Maximiliano María Kolbe, franciscano conventual polaco, doctor en teología, misionero en Japón y fundador de una orden llamada: “La Milicia de la Inmaculada”.

Algunos llegaron a llamarlo el Caballero de la Inmaculada.

Son palabras muy bonitas las del Evangelio de hoy, que continúa así, precisamente:

“Este es mi mandamiento: ámense los unos a los otros como Yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos”

(Jn 15, 12-13).

Un gesto así no se improvisa. San Maximiliano, que es conocido también así: como el que cambió su vida por un padre de familia que había sido condenado a muerte, en ese lugar donde la dignidad estaba muy pisoteada, donde moría gente todos los días.

Ese gesto que tuvo san Maximiliano es un gesto que no se improvisa. Cuando el padre Maximiliano pronunció aquel fiat, ese “hágase”, tenía ya un montón de cosas previas: él ya había entregado su vida a Dios. Y lo decía así: “Sólo el amor crea.” Era una verdad íntima que, para él, lo decía todo.

“Sólo el amor crea”.

San Maximiliano brilló como testigo de las fuerza misteriosa de Dios, porque era un amor aprendido desde la Cruz.

MORIR COMO CABALLEROS

Fíjate, el Evangelio que Jesús nos anima en este mandamiento del amor, Él lo supo encarnar y lo dice así y termina así el Evangelio de hoy:

“Ustedes son mis amigos si hacen lo que Yo les mando. Yo no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.

No son ustedes los que me eligieron a mí, sino Yo el que los elegí a ustedes y los destiné para que vayan y den fruto y ese fruto sea duradero; así, todo lo que pidan al Padre en mi nombre Él se los concederá.

Lo que Yo les mando es que se amen los unos a los otros”

(Jn 15, 14-17).

La verdad que es una escena muy recordada, porque esas palabras del mismísimo san Maximiliano, que supo decir que sí cuando el otro preso le explicó que tenía esposa, hijos, que se le veía muy triste.

Y san Maximiliano dio ese paso adelante y les dijo a los oficiales que él quería tomar el lugar de ese hombre. No era fácil porque se condenaba a morir de hambre.

San Maximiliano

¡Imagínate el abrazo que habrá tenido el Señor con él el día de su triunfo en la gloria! Como aquel mismo abrazo que tuvo con este otro preso, porque fue un abrazo de amor, un abrazo de amigos, un abrazo de Cristo.

“Ustedes son mis amigos. No son servidores, son mis amigos”.

Juan Pablo II, cuando lo canoniza, la verdad que lo canonizó como un mártir de la caridad. Y lo decía así también:

“Sufrir, trabajar y morir como caballeros, no con una muerte normal, por ejemplo, con una bala en la cabeza, sellando nuestro amor a la Inmaculada, derramando, como auténtico caballero, la propia sangre, hasta la última gota para apresurar la conquista del mundo entero para ella; no conozco nada más sublime”.

San Maximiliano sabía que esa era su vida y así tenía que morir. Quizá no murió con esa bala en la cabeza, no murió en una guerra, sino que murió de amor. Ese es el ejemplo que queremos seguir; ese es el ejemplo de Cristo.

Seguir a Cristo es seguir su ejemplo atravesado por la oración y sin él, no podemos nada.

La oración es el medio para imitarlo, para seguirlo.

Sor Faustina Kowalska lo decía también:

“Cada gracia viene por la oración”.

UN CORAZÓN ENAMORADO

Pidamos al Señor, en este rato de oración, un corazón nuevo, un corazón que sabe amar, un corazón que sabe salir de nosotros mismos para ser más generosos.

Lo decía san Josemaría:

“Lo que se necesita para conseguir la felicidad, no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado”

(San Josemaría. Surco 795).

San Maximiliano, en aquel campo de concentración, estaba efectivamente enamorado de Dios. Sabía que Dios le pedía eso, lo descubre y lo hace; no lo improvisó, descubrió el amor que Dios le tenía y supo darle a este preso también el mismo amor que Jesús quería para él.

Nosotros amamos porque Él nos amó primero.

La verdad que es muy bonita la escena da para una película, da para mucho, pero, sobre todo, nosotros también necesitamos amar al Señor como Él quiere que lo amemos, como Él quiere que lo busquemos.

No con miedo, no con separaciones, no con una distancia, ¡no! Quiere que conversemos con Él y que giremos hacia Dios. Él no se cansa de buscarte, Él quiere también encontrarte.

Por eso es bonito también encontrar ese amor en las cosas que hacemos.

Me gusta una catequesis del Papa Francisco que la llamó así:

“Pasión por la Evangelización. El celo apostólico del creyente”.

Cuenta él cómo cuando una vida cristiana pierde ese horizonte, esa evangelización, el horizonte se torna un poco enfermo, un poco encerrado, un poco autorreferencial, se atrofia. Decía el Papa:

“Sin celo apostólico la fe se marchita”.

UN GRAN APÓSTOL

No me imagino a san Maximiliano atrofiado en su afán apostólico. Dentro del campo de concentración sería un gran apóstol, un gran testigo, un gran testimonio.

“La misión es el oxígeno de la vida cristiana”.

San Maximiliano tenía ese oxígeno y lo daba también con su vida. La santificación del apostolado dice:

“La misión tonifica y purifica la vida cristiana. Emprendemos un camino al descubrimiento de la pasión evangelizadora, empezando por las Escrituras y la enseñanza de la Iglesia (…).

La Iglesia crece, no por proselitismo, crece por atracción”

(Papa Francisco, Audiencia General 11 de enero, 2023).

San Maximiliano

Cuenta él, que

“una vez, en un hospital en Buenos Aires, había unas monjas que fueron a trabajar, eran polacas, no podían sacar adelante el hospital y vino una comunidad de otras hermanas de Corea”.

Llegaron, pongamos un lunes y “tomaron la posesión de la casa de las hermanas del hospital y el martes bajaron a visitar a los enfermos, pero no hablaban ni una palabra sola de español, solamente hablaban coreano entre ellas.

Los enfermos estaban felices. Les preguntaba: “¿Qué les parecieron las monjas?” Y decían: “Muy buenas, estas monjas muy buenas”. Y les preguntaba: “Pero ¿qué les dijeron?” y decían los enfermos: “Nada, pero con una mirada me han hablado, han comunicado a Jesús”.

No comunicarse a sí mismo, sino con la mirada, con los gestos, comunicaban a Jesús. Esta es la atracción que necesitamos en la Iglesia; lo contrario del proselitismo.

Este testimonio atractivo, alegre, es la meta a la que nos lleva Jesús con su mirada de amor y con el movimiento de salida que también espera el Espíritu para cada uno de nosotros.

Nos animamos a ser expertos en la otra persona; nos animamos también a cuidar esa caridad perfecta con todas las personas.

COMO UN SANTUARIO

Me acuerdo ahora del santuario de Torreciudad, me contaron que había sido construido casi con cuatro millones de ladrillos, uno detrás de otro y sólo así se había construido ese gran santuario de la Virgen ahí en España.

Nuestra vida es exactamente lo mismo: una cosa detrás de otra. Sólo si luchamos con orden en las cosas pequeñas haremos en la vida algo grande, algo verdaderamente como un santuario; construiremos santuarios.

La caridad no se improvisa y lo vemos en el caso de hoy de san Maximiliano, que está también en nuestra vida.

¿Cómo nosotros también vivimos para Dios? ¿Sabemos construir santuarios en la caridad, en tu familia, siendo expertos del otro? ¿Experto de tus hijos, de tu mujer o de tu esposo? ¿Experto de tu novia o tu novio, experto también de tus amigos?

Maximiliano María Kolbe fue una persona que supo entregar ese amor verdadero, supo dar ese amor que también no se improvisaba; ese amor que Jesús nos lo dejó en ese mandamiento.

Vamos a pedirle a la Virgen que también nosotros sepamos, él que fue el caballero de la Inmaculada, disponer también nuestro corazón a buscar algo grande; a animarnos también a amar como también amaron los santos.

Amar como amó la Virgen, esa mujer Inmaculada que también tanto enamoró a san Maximiliano María Kolbe.


Citas Utilizadas

Ez 9, 1-7; 10, 18-22

Sal 112

Mt 18, 15-20

Jn 15, 9-17

San Josemaría, Surco 795

Papa Francisco, Audiencia General 11 de enero, 2023

Reflexiones

Jesús, ayúdame a disponer mi corazón a buscar algo grande. Que sepa amar como amaron los santos.

Predicado por:

P. Juan

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