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SAN MARCOS RELATA LA CURACIÓN DE UN LEPROSO

leproso

En estos 10 minutos de oración, vamos a meditar el Evangelio de san Marcos que nos propone hoy la liturgia.  Dice lo siguiente:

“En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: “Si Tú quieres, puedes curarme”.  Jesús se compadeció de él y, extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “Sí quiero, cúrate”.  Inmediatamente, se le quitó la lepra y quedó limpio.

            Al despedirlo Jesús le mandó con severidad: “No se lo cuentes a nadie, pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece, por tu purificación, lo prescrito por Moisés”.

            Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera en lugares solitarios a donde acudían a Él de todas partes”.

(Mc 1, 40-45)

Este Evangelio es conmovedor por la fe de aquel hombre.  Es un Evangelio que les golpeó mucho a los cristianos y se nota porque en la paleontología cristiana, que es el arte cristiano primitivo de los primeros siglos y que se ha conservado, fundamentalmente, en los sepulcros, en el mármol (la madera desapareció, la pintura desapareció) ha quedado el mármol esculpido en los sepulcros y suelen representar las escenas que más les habían impactado del Evangelio en bloques de 96-97 escenas por panel.

LA CURACIÓN DEL LEPROSO

Y esta aparece con frecuencia: la curación de este leproso les impactó fuertemente a los cristianos y nos tiene que impactar a nosotros.  Aquel hombre era un hombre profundamente feliz, Jesucristo había curado su enfermedad tremenda que era la lepra.  Le había devuelto, de alguna manera, su dignidad.

No nos olvidemos que en aquella época la lepra era una enfermedad que nos aislaba completamente de nuestro entorno.  Una persona cuando era considerada leprosa, era expulsada de su familia, de su ciudad, de todas las ciudades, de todos los pueblos, de todos los poblados.

Era, como de alguna manera, aislado hasta que muriera.  No se podía acercar a nadie, tenía que gritar si se acercaba una persona sana, tenía que llevar las vestiduras rotas para que se notase que era leproso; había que vivir en zonas alejadas de cualquier persona sana…

LA FE

Una serie de cosas que producían mucho dolor; además del dolor físico, el dolor moral; sobretodo el no volver a ver a nadie y, aquel hombre -dice san Lucas (nos agrega un dato que san Marcos nos lo pone) se introdujo en una ciudad.

Lo que hace este hombre es meterse en la ciudad para buscar a Jesús.  Una cosa sorpresiva porque se estaba jugando el apedreamiento; o sea, esta gente, cuando la sorprendían metido en una ciudad -que, normalmente se metían para robar, para comer, para buscar cosas con las que alimentarse- eran apedreados.

La pena para un leproso que se metiera en la ciudad, era el apedreamiento y aquel hombre se la juega; sabe que Jesús es el autor de todas sus esperanzas posibles.  Sólo Jesús tiene las palabras capaces de darle vida, de curarlo de ese drama tremendo que era la lepra y pone en Él toda su confianza.

JESÚS ES CERCANO A LOS QUE SUFREN MÁS

Ese leproso no era feliz; estaba fuera de la sociedad, de la vida religiosa, de su familia, sin derecho, marginado… el encuentro con Jesús le va a devolver sus derechos, le va a restaurar su dignidad.

Es muchísimo más de lo que suponemos ser curados de la lepra.  No sólo era la curación de la enfermedad, sino sobretodo, que nos devolvieran la dignidad; la dignidad capaz de poder volver a estar con nuestra familia.

Por eso, volvemos a ver a Jesús cercano a los que sufren más, a los pobres, a los niños; en este caso, a los enfermos.  Es una persona con fe, el que sabe que su única salida es Jesús.  Este hombre ha oído hablar de Él y le confía su vida, por eso se mete en la ciudad y se la juega y le dice ese diálogo.

¿CÓMO LE DIGO A JESÚS?

Supongo que habría pensado mil veces (como nosotros): ¿Cómo le digo a Jesús? ¿Cómo le cuento? ¿Cómo le explico? Me armo un “speech”, le presento un momento de mi vida, estaba trabajando… a partir de ese momento me pasó esto, esto y lo otro…

Me imagino que este hombre habría preparado su “speech” para decirle a Jesús, hacerle un resumen de su vida, contarle quién era y por qué estaba ahí; sin embargo, ante la presencia de Jesús, todo eso se va al piso, este hombre se queda sin palabras y le pronuncia aquella jaculatoria tan bonita:

“Jesús, si querés podés limpiarme”

tan bonita que a Jesús lo conmueve hasta los huesos y le dice:

“¡Quiero!”

nada más,

“queda limpio”.

Le contesta, le retruca a esa frase tan corta, con otra frase corta.  En el medio hay una cosa muy bonita, que Jesús extiende la mano y lo toca.  Nadie toca a un leproso porque es contagiarse y morir, es una locura; sin embargo, para Jesús nunca somos sucios, nunca estamos intocables.

JESÚS SE CONMOVIÓ ANTE AQUEL HOMBRE

Este hombre, que era un intocable, marginado absoluto, alguien que no se le podía tocar, ni imitar, ni mirar, ni hablar, ni nada… no se le podía uno acercar a esa persona; para Jesús es lo máximo, es Su hijo, es Su hermano, es Su amigo; para Jesús nunca somos extraños.

Esto le pedimos ahora: “Jesús, que entienda quién sos, que vea quién sos, que me caiga la ficha quién sos realmente vos en vida; nunca vas a ser un extraño para mí, ¡nunca!  Haga lo que haga, nada de lo que haga hará que me quieras menos; quizás hasta el contrario, mi propia fragilidad Te conmueve como la de aquel leproso”.

Jesús se conmovió ante aquel hombre; se conmueve ante la mujer que pierde a su hijo; se conmueve ante la enfermedad de todos los que tenía delante.  Nuestras miserias, a Jesús lo conmueven, siempre y cuando tengamos fe.

JESÚS ESPERA QUE CONFIEMOS EN ÉL

Es como la elección de los apóstoles, ¿por qué Jesús va a elegir a los que eligió y no a los más inteligentes? Podría haber dicho: los más inteligentes, los fariseos más influyentes son este, este y este o aquel y aquel otro levita… Jesús elige gente analfabeta, pero con un corazón increíblemente grande, capaz de confiarse en él.

Por eso, lo que Jesús espera de nosotros, es que confiemos en Él como este leproso.  “Si me queres limpiar Señor, me vas a limpiar; si quieres curarme esta herida me la vas a curar”.

Pensemos cada uno de nosotros, cuáles son las heridas que necesitamos que Jesús nos cure hoy.  ¿Cuál es la lepra que necesito que Jesús me cure? ¿A qué le tengo miedo? ¿Qué es lo que me produce tristeza?

JESÚS NUNCA ESTUVO TRISTE

Porque detrás de esa tristeza, probablemente, haya cosas que tengamos que curarnos, porque hay algo de amor propio, hay algo de inseguridad que no termina de ser razonable y tenemos que pedirle: “Jesús, cúrame esta tristeza mala, esta tristeza que me aparta de vos”.

Jesús nunca estuvo triste, tenía dolor, pero nunca tristeza.  La tristeza es aliada del enemigo, nos aparta de Dios, nos aparta de los demás, nos aparta del bien, nos confunde, nos ciega…

La clave es saber dónde están nuestras lepras, cuáles son nuestras lepras para que Jesús las cure y se lo pedimos con esa sencillez de aquel hombre: “Jesús, ¿me quieres limpiar esto? Jesús, necesito que me cures esto”.

El Señor va a extendernos la mano, nos va a tocar con la misma ternura con la que tocó a aquel hombre y nos va a decir:

“Quiero, queda limpio”.

Le vamos a pedir a María que nos ayude a tener fe y confianza en Jesús, como ella la tuvo para jugarnos siempre a que Jesús nos cure.

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