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PERDONAR Y NO BUSCAR VENGANZA

tibieza
PERDONAR

Hace poco vi Jason Bourne, una de las últimas películas de esa saga y, la verdad, es que es muy entretenida porque tiene cantidad de persecuciones, saltas de un país a otro… una cosa impresionante.  Pero debo admitir que al final me quedé con cierto mal sabor de boca, porque Jason Bourne se dedica a matar a todos los que le hicieron daño cuando le incluyeron en el programa de la CIA; en definitiva: se dedica a vengarse.

Hoy día, el Señor nos habla en el Evangelio de san Mateo, justamente de esto.  Nos cuenta:

“Se adelantó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces? Y Jesús le respondió: no te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”,

(Mt 18, 21-22)

que es un montón de veces.

¡Qué diferencia con los vengativos! No sólo con Jason Bourne, sino con todos, porque el vengativo siempre está dispuesto al desquite, a causar daño a quien lo ha ofendido y tiene atormentada su propia alma; sufre.

LA VENGANZA

Olvida o, tal vez, desconoce: vengarse de una ofensa es ponerse al nivel de los enemigos; perdonársela, es hacerse superior a ellos y que, en realidad, es la misma línea de pensamiento que sigue el autor de los romanos:

“No devuelvan mal por mal”.

(Rm 12, 17)

El Señor va más allá, Jesús quiere dejarnos tan claro, que nos cuenta una parábola, tal vez una de las parábolas más claras de las que pronunció:

            “Por eso el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores.  Comenzada la tarea, le presentaron a uno que le debía diez mil talentos.  Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda.

            El servidor se arrojó a sus pies diciéndole: Señor, dame un plazo y te lo pagaré todo y el rey se compadeció y lo dejó ir y, además, le perdonó toda la deuda”.

Como sabes,

“al salir este siervo, se encuentra con otro consiervo que le debía apenas cien denarios, le empieza a ahorcar y le mete a la cárcel para que le pague lo que le debe.  Los otros consiervos se lo van a decir al rey que, finalmente, le mandó a llamar y le dijo:

            ¡Miserable! Me suplicaste y te perdoné la deuda.  ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero como yo me compadecí de ti? E indignado el rey, lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía”.

Y termina Jesús la parábola con esta máxima:

“Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes si no perdonan de corazón a sus hermanos”.

(Mt 18, 23-35)

DÍFICIL PERDONAR

Jesús, qué difícil es perdonar a veces, porque nos llenamos de sensibilidades y somos, a veces mal dormidos o despertado con el pie izquierdo… tantas cosas que se dice por ahí para justificar esa como, extra sensibilidad que nos lleva a sentirnos ofendidos o menospreciados o poco valorados, que hace que, en definitiva, nos pongamos mal y que estemos como a la acechanza de los demás.

Efectivamente, hay ocasiones en que los demás nos ofenden o hacen cosas que no son justas y aquí podríamos decir: ok, ya no es esta hipersensibilidad que me da, pero me están ofendiendo y tengo que estar constantemente perdonando.  En el primer caso de la hipersensibilidad y, en este segundo caso de las cosas que son realmente graves,

PERDONAR SIEMPRE

¿Por qué debemos perdonar a una persona que nos ha hecho mal? Mal imaginario como el primer caso o mal real como el segundo.  ¿Por qué? Porque nosotros somos los primeros que hemos sido perdonados e infinitamente más.

La parábola nos dice justamente esto: “Como Dios nos perdona, así también nosotros debemos perdonar a quien nos hace mal”, que es, exactamente, como en la oración que Jesús mismo nos enseñó: el Padre Nuestro.

Cuando decimos:

“perdona nuestros pecados, como también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo”,

(Mt 6, 12)

como está recogido en el capítulo 6 de Mateo.  Las deudas son nuestros pecados ante Dios y nuestros deudores son aquellos que nosotros debemos perdonar, eso está claro.

DIFERENCIA

Cada uno de nosotros podría ser ese siervo de la parábola, que tiene que pagar una gran deuda, pero es tan grande que jamás podría lograrlo.  Para que te hagas una idea, estaba revisando la diferencia entre las deudas, es abismal.

Un talento equivalía, aproximadamente, a 2,500 gramos de plata.  Y un denario, sólo llegaba a cuatro gramos de plata.  O sea, que mientras que cien denarios -que era la deuda del consiervo- eran sólo 400 gramos de plata, los diez mil talentos son 125,000 millones de gramos de plata.

Otra manera de decirlo es que, la deuda que debía el de cien mil talentos es 31 millones de veces más grande que la que sólo debería cien denarios.

Y es que eso es lo que nos pasa a nosotros, porque lo que hacemos contra Dios es gravísimo y, a veces, no nos damos cuenta y los pecados son ofensas a Dios, que nos hacen deudores.

SER PERDONADORES

Por eso, vamos a buscar la forma de ser perdonadores; hay que aprender a ser perdonadores en todas partes.  Dicen que un buen matrimonio está hecho de dos buenos perdonadores, porque siempre tenemos que perdonar.

Son cosas que, a veces, no nos damos mucha cuenta, pero que, a veces, al otro le pueden afectar.  Aprender a perdonar rápido, no guardar resentimientos… qué importante es tener esa actitud de vida.

Ahora que estamos en Cuaresma, un ayuno fundamental es el ayuno de los resentimientos.  Aprendamos siempre a evitar llevar en el corazón resentimientos o cosas en contra; que no nos volvamos “los vengadores”.

Cada uno de nosotros podría ser ese siervo de la parábola que tiene que pagar una gran deuda, pero que es tan grande que jamás podría lograrlo.  También nosotros cuando, en el confesionario, nos ponemos de rodillas ante el sacerdote, repetimos simplemente el mismo gesto del siervo.

MISERICORDIA

Decimos: “Señor, ten paciencia conmigo” y, en efecto, sabemos bien que estamos llenos de defectos y que vamos a recaer frecuentemente en los mismos pecados; así es la vida del hombre sobre la tierra.  Sin embargo, Dios no se cansa de ofrecer siempre Su perdón cada vez que se lo pedimos.

Es un perdón pleno, total, con el que nos da la certeza de que, aún cuando podemos recaer en los mismos pecados, Él tiene piedad de nosotros y no deja de amarnos.  Como el rey de la parábola, Dios se apiada, prueba un sentimiento de piedad junto con el de ternura.

Es una expresión para indicar Su Misericordia para cada uno de nosotros.  Nuestro Padre Dios se apiada siempre cuando estamos arrepentidos y nos manda a casa con el corazón tranquilo y sereno, diciendo que nos ha liberado y perdonado de todo.

Sí, el perdón de Dios no conoce límites, va más allá de nuestra imaginación y alcanza a quien reconoce, en el íntimo del corazón, haberse equivocado.  Por eso, cuando vas al confesionario y te arrodillas y lo sueltas todo ahí, ¡basta eso!  Dios mira el corazón que pide ser perdonado.

UN DISCÍPULO DE CRISTO

El problema, desgraciadamente, surge cuando nosotros nos ponemos a confrontarnos con nuestros hermanos que nos han hecho una pequeña injusticia y la reacción que hemos escuchado en la parábola es muy expresiva:

“¡Págame lo que me debes!”

le dice el mal siervo a su compañero.

En esta escena encontramos todo el drama de las relaciones humanas.  Cuando estamos nosotros en deuda con los demás, pretendemos la misericordia; en cambio, cuando estamos en crédito, invocamos justicia: ¡Págame lo que me debes!

Esa no es la reacción del discípulo de Cristo, ni puede ser tampoco el estilo de vida de los cristianos.  No somos Jason Bourne, no estamos ahí para vengarnos de todos los que nos hacen mucho mal.

Jesús nos enseña a perdonar y a hacerlo sin límites:

“No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”

así pues, lo que nos propone es el amor del Padre, no nuestra pretensión de justicia.

TESTIGOS DE LA MISERICORDIA

En efecto, limitarnos a lo justo no nos mostraría como discípulos de Cristo.  Nosotros tenemos que ser testigos de la misericordia; la misericordia que el Señor ha tenido con nosotros.

Vamos a terminar este rato de oración acudiendo a san José, para pedirle que nos enseñe esa ternura y esa misericordia.  El Niño Jesús aprendió esa ternura y esa misericordia de forma humana de José que, seguramente, se habrá comportado con mucha misericordia con la gente que, tal vez, le hacía el mal o no se portaba tan bien.

Ahí aprendió Jesús, por supuesto en la parte humana, porque en la parte Divina, aprendió de su Padre Celestial.

Bueno, “Señor Jesús, también queremos aprender nosotros, ayúdanos a perdonar de corazón y a pedirte siempre disculpas en el sacramento de la confesión por todas las ofensas que hemos cometido”.

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