El día de hoy vamos a hacer nuestro rato de oración viendo el pasaje del Evangelio de la misa, que nos presenta una escena en la que Pedro, con esa buena voluntad que lo caracteriza, le pregunta al Señor cuántas veces debe perdonar a aquel que le hace daño, aquel que es su enemigo.
Pedro se adelanta y le dice:
“¿Hasta siete veces?”
(Porque el número siete tiene un significado de perfección). Nos imaginamos a Pedro muy contento: “finalmente le voy a acertar a una” y, lastimosamente, no lo hace.
Me gusta pensar en esta escena viendo al Señor sonreír, con una sonrisa mirando a Pedro diciendo: “Pedro, otra vez has fallado…”
Entonces le responde:
“No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”.
Y podemos pensar en la reacción, no solamente de Pedro, sino de todos los apóstoles diciendo: ¡Wow! Esto que nos propone el Señor ya es demasiado: setenta veces siete y no únicamente porque si multiplicamos siete por setenta nos sale un número muy grande, sino por el significado.
Si ya para ellos el siete es un número perfecto, un número grande con gran significado, setenta, es mucho más. Ellos lo entienden, por tanto. El Señor les está diciendo que perdonar no tiene medida, porque desde luego Él es Dios y estaba pensando como Dios que siempre perdona.
“Entonces, Tú Señor, al ver la reacción de los apóstoles que están un poco perplejos, preocupados incluso, les cuentas una parábola”.
PARÁBOLA
Es la parábola de un amo que tiene sus criados que le deben dinero y, en concreto, hay uno que le debe una buena suma de dinero y cuando el amo lo llama para que le pague, este le dice que no tiene.
En principio, según esas normas, tenía que ser vendido él y toda su familia, para que pague de ese modo, una cosa muy dura, muy fuerte.
Entonces, ante los ruegos de este criado, el señor se compadece y lo perdona.
Le debía bastante dinero, nos dice el Señor que le debía 10,000 talentos y le dice:
““Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”. Así que el amo se compadece y lo deja marchar y le perdona la deuda”.
Sin embargo, no pasó ni un día si quiera que, al rato, al salir, se encuentra con un con cierro diríamos, que este criado tiene alguien que a su vez le debe dinero y le pide el dinero.
Y este otro que le debe una cantidad más pequeña, no se lo perdona y lo mete a la cárcel. Esto causa bastante molestia entre esos criados que trabajan para ese amo, porque se dan cuenta de que este hombre no ha obrado de manera justa, correcta.
Por eso, van y lo acusan con su señor y éste se molesta y le llama la atención:
“¿Cómo es posible que hayas hecho esto?”
(Mt 18, 22-33)
JUZGAMOS A LOS DEMÁS
Aquí vemos un contraste muy fuerte entre ese amo -que es Dios- y ese criado que somos nosotros; es decir, cómo a veces nosotros, con nuestras miras humanas, vemos las cosas, juzgamos a la gente; incluso, podemos juzgarnos a nosotros mismos.
A veces, uno se encuentra con personas que no entienden la misericordia de Dios, un Dios que siempre te perdona.
A veces, en la confesión o en una conversación, hay personas que me preguntan: “Padre, pero ¿Dios puede perdonar todos los pecados? ¿Todos, todos?”
En principio sí, si uno está arrepentido. Y es que hay personas Señor, a quienes no les cabe la misericordia, Tu misericordia. Tal vez porque nuestro corazón es pequeño y el corazón de ellos es más grande.
EL AMOR DE DIOS
Por eso, en la confesión nosotros experimentamos el amor de Dios. Un amor que cura, además; un amor que nos salva.
Veamos, por tanto, cuáles pueden ser nuestras actitudes con las demás personas y si con mucha facilidad las juzgamos; si con mucha facilidad nos cuesta perdonarlas.
A todos nosotros Dios nos ha perdonado alguna vez o muchas, como aquel criado (el primer criado) y, a lo mejor, teníamos una deuda muy grande y, a veces, somos incapaces de perdonar una deuda más pequeñita que puedan tener otras personas hacia nosotros.
O, a veces podemos, aunque sea una deuda grande, creer como que si esa deuda es impagable, que nunca se lo voy a perdonar, que tiene que sufrir, que no lo voy a olvidar.
DIOS CONFÍA EN NOSOTROS
En cambio, Dios cómo se ha olvidado ya de nuestras faltas, de nuestros pecados y confía en nosotros.
En esto nos ayuda muchísimo el saber que somos hijos de Dios, porque desde luego, esta parábola es una parábola sobre un amo y unos criados, pero nosotros más que un criado, somos hijos de Dios.
No olvidemos que a eso se encamina la Semana Santa. “Nos estamos encaminando a la Pascua, a celebrar de manera especial cómo Tú Señor Jesús, muriendo en la Cruz y resucitando, nos has salvado y nos has recuperado esa dignidad de hijos de Dios”.
LA LIBERTAD
Eso es algo que san Josemaría repetía mucho:
“En la libertad y gloria de los hijos de Dios”
(Rm 8, 21);
es decir, para nosotros los cristianos la santidad y la libertad están muy unidas.
La libertad ya no es únicamente hacer lo que a mí se me da la gana, como la capacidad que todos tenemos de elegir, sino que es mucho más grande. La libertad, incluso, para dar la vida.
Libertad para no dejarnos llevar por nuestras pasiones desordenadas, por esos impulsos. Libertad para perdonar, justamente, hasta setenta veces siete; o sea, siempre.
PERDONAR SIEMPRE
“Por eso Señor, Tú Jesús, nos dejas esta gran enseñanza: perdonar siempre”.
Vamos a pedirle al Señor que nos ayude a vivir de ese modo, siendo muy conscientes de nuestra poquedad; siendo conscientes de que, si nos alejamos de Dios, podemos contraer una deuda muy grande. Que podemos alejarnos como el hijo pródigo justamente y no ser felices.
En cambio, en Dios encontramos la felicidad. Pero para eso, hay que dejarse querer por Dios, de eso se trata.
Este criado que va y coge a ese otro criado que le debe dinero, no sabe lo que es amar. No se ha dado cuenta de eso; no se ha dado cuenta de que su señor lo ha querido, lo ha amado, ha sido misericordioso.
Simplemente, podríamos decir que se ha contentado con que le han perdonado la deuda: “finalmente logré escabullirme de que me cobre la deuda”. Pero no se dio cuenta de lo grande que es.
SER AGRADECIDOS
No es como aquella mujer que, en una ocasión, entra a la casa donde Jesús está cenando, lo han invitado a comer y cómo, llorando, lava sus pies; cómo derrama ese perfume sobre la cabeza del Señor y lo unge.
Era una mujer conocida como pecadora, no sabemos qué hacía. Por lo visto era público, la gente murmuraba. Y, entonces, cuando la gente murmura diciendo:
“Si este fuera un profeta sabría quién es la mujer que lo toca”
(Lc 7, 39).
El Señor escucha esto, sabe lo que está en el corazón del que dijo esto y les dice:
“Esta mujer ha tenido todos esos detalles porque ama mucho”
(Lc 7, 47).
Y ¿por qué ama mucho? Porque se le ha perdonado mucho.
Cuando hemos sido perdonados por Dios, nos damos cuenta o deberíamos darnos cuenta, de que Dios nos ama mucho y ese es el motivo por el cual debemos amar más a Dios.
Ese primer criado no se da cuenta de esto, que a él le han perdonado un montón y, por lo tanto, su corazón es pequeño.
Vamos a pedirle a María santísima que nos ayude a ser como ella, muy agradecidos.
Nuestra Madre tenía tantos dones, tantas virtudes y, seguramente, era la más agradecida de todas las mujeres, de todas las criaturas.
Vamos a pedirle a ella, ella que reconoce que Dios ha obrado cosas grandes en ella y por eso alaba al Señor.
Que tú y yo todos los días alabemos a Dios y le demos gracias.