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PARA SER SENCILLOS

PARA SER SENCILLOS

Nos narra hoy el Evangelio de san Mateo:

“En aquel tiempo Jesús exclamó: -Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”

(Mt 11, 25-27).

LA REVELACIÓN DE CRISTO

Has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, a los prudentes, a los sabios y a los entendidos de este mundo. Estos, que confían en su propia sabiduría, y confiando tanto en sí mismos, no pueden aceptar ni entender la revelación que Cristo nos ha traído.

La visión sobrenatural siempre va unida a la humildad. El que se considera poca cosa delante de Dios es humilde y puede ver aquello que está escondido.

El que está pegado como en su propio valor de su propia inteligencia, o de su sobrada manifestación de sabiduría, pues no percibe o no puede percibir, o le costará mucho percibir, lo sobrenatural. Y eso es así.

La visión de la fe abarca muchas cosas, puede decir que abarca el Cielo y la Tierra, el pasado, el presente, el futuro y la eternidad. Por ello, no se acaba ni se agota. Pero su núcleo sigue siendo muy sencillo.

Ratzinger decía una vez que, el Señor mismo habló de ella con el Padre, diciendo que ha revelado precisamente estas cosas a los pequeños, y que era una amplificación de la fórmula bautismal, la concepción de fondo que era el Credo. Y que el Señor entregó a sus discípulos cuando les dijo:

“Id, pues, y haced discípulos a toda la gente, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.

 
LA FE ES SENCILLA

Pues eso era, decía, el núcleo de la fe y una visión que muestra dos cosas. En primer lugar, que la fe es sencilla, creemos en Dios, principio y fin de la vida humana.

Esto entra en relación con nosotros, seres humanos racionales, que es nuestro origen, que es nuestro futuro, y por eso la fe al mismo tiempo, es esperanza, es certeza de que tenemos un futuro, de que no caeremos en el vacío.

La fe también es amor, porque el amor de Dios quiere contagiarnos. Y esto es lo primero. Nosotros simplemente creemos en Dios y esto lleva consigo también la esperanza y el amor.

Y esa es nuestra fe. La fe sencilla, si pudiera decirse así. Una fe que atrae el amor de Dios, si procuramos luchar por ser personas sencillas.

HUMILDAD DE CORAZÓN

Juan Pablo II decía una vez que, lo que atrae la benevolencia de Dios es, sobre todo, la humildad del corazón. Es la sabiduría de saber que no se aprende en libros, sino que es comunicado por Dios mismo al alma, iluminando, llenando de amor nuestra mente, nuestro corazón, nuestro entendimiento, nuestra voluntad.

Todo mediante esa luz, que da precisamente el amor.

Y así los cristianos tenemos un conocimiento mas íntimo, más gustoso de Dios, de sus misterios, y llegaremos a tener un conocimiento mayor que cualquier sabio. De manera semejante a como una madre conoce a su hijo a través del amor que le tiene.

Así el alma, mediante la caridad, llega a un conocimiento profundo de Dios, que saca del amor su luz y su poder de penetración en esos misterios divinos.

FRUTO DE LA CARIDAD

Ciertamente también es un don del Espíritu Santo, porque es fruto de la caridad infundida por Él en el alma. Y nace de la participación de su sabiduría infinita, don de sabiduría, donde del Espíritu Santo.

Pero está íntimamente unido a la virtud teologal de la caridad. Porque por allí tendremos un especial conocimiento de Dios, también de las personas, que dispone al alma para poseer una cierta experiencia de la dulzura de Dios en sí mismo, pero también en las cosas creadas en cuanto se relacionan con Él.

Por estar este don de la sabiduría tan hondamente ligado a la caridad, y también a la humildad, como hemos dicho, estaremos mejor dispuestos para que se manifieste en nosotros, en la medida en que nos ejercitemos de esta virtud de la caridad.

Cada día son muchas e incontables, las oportunidades que tenemos a nuestro alcance de ayudar, de servir a los demás y a las personas que están cerca de nosotros.

NOS REVELA SU DIVINIDAD

Bueno, pensemos hoy en nuestra oración, por ejemplo, si son abundantes esos pequeños actos de servicio que hacemos a los demás, si realmente nos esforzamos por hacer la vida más amable, a quienes están junto a nosotros o cerca de nosotros…

“Nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y nadie conoce al Hijo, sino el Padre”.

Son palabras solemnes de Jesús, en las que nos revela su divinidad. Es el conocimiento que tenemos de una persona siempre lo que da idea de nuestra intimidad con ella. El hijo conoce al Padre con el mismo conocimiento con que el Padre conoce al Hijo.

Una identidad de conocimiento que implica también unidad de naturaleza de Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Jesús es Dios como el Padre, pues nadie conoce bien al Hijo, sino el Padre.

DIOS NOS CONOCE…

Fijémonos en nuestra Madre Santa María, así como ella conoce al Hijo, así como ella conoce a su Hijo, a Jesús… Pues ciertamente no lo puede conocer tanto como lo conoce el Padre. Así como a nosotros nos conoce más Dios que nuestra propia Madre.

Sin embargo, María es la primera entre aquellos, a quienes el Padre lo ha querido revelar. Y ese conocimiento que es identidad de amor entre ella y el Hijo, es lo que nos lleva a encomendarnos a ella y acudir a ella.

Porque ella conoce mejor a su Hijo, porque ella saber en qué momento pedir a su hijo y cómo pedirlo.

Como en las bodas de Caná, supo en el momento preciso para pedirlo, y cómo pedirlo; de manera que el Hijo no pueda decir que no, y utilizamos a nuestra Madre, para que el Señor no nos pueda decir que no con su maternal cariño, ya que nos consiente tanto como buena madre.

UN INMENSO CARIÑO MATERNAL

Pues le pedimos todas aquellas cosas que tenemos en la cabeza y en el corazón. Aquellas cosas nobles y honestas. Hay muchas cosas por las cuales pedir, pues hay tantas necesidades, también hay sufrimientos y dolores de la gente.

Hoy tenemos la pandemia encima, tenemos otras pandemias que quizá se dicen poco, pero también son muchas, algunas más graves que el mismo coronavirus.

En fin, acudamos a Ella, que conoce mejor al Hijo que cualquiera de nosotros, para que nos ayude a ti y a mí a ser más humildes, a ser más sencillos de corazón. Y, en consecuencia, puede que a través de la caridad, nos acerquemos más a su Hijo.

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