Jesús dijo a la multitud: El Reino de los cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena los pescadores la sacan a la orilla, y sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve. Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llantos y rechinar de dientes. ¿Comprendieron todo esto? -Sí- le respondieron”
(Mt 13, 47-53).
¿TE COMPRENDO JESÚS?
Y ahora Jesús Tú nos preguntas a nosotros: ¿Comprendes esto? Y respondemos: ¡Sí comprendo Señor, comprendo! Y comprendo, aunque haya mucha gente que niega la existencia del infierno. Pero Tú lo dejas bastante claro. Y comprendo, aunque sea un destino que yo no quiera compartir. Y comprendo y por eso mismo, me decido una vez más, a quitar con decisión todo lo que me aleje de Ti. A quitar todo rastro de pecado o de pacto con el pecado que pueda haber en mi vida.
Y comprendo que Tú nos quieras explicar esto, no porque quieras infundir miedo en nosotros, sino porque no nos puedes esconder la realidad. Y esto es una verdad que quieres dejar muy clara, y para hacernos conciencia, de que, para ser contado entre los peces buenos, entre los justos, no es algo que se consigue en el último momento. No es algo que decido ya al final. Es algo que me define, y que decido día a día, acción tras acción. Hasta que llegue el momento en que aquello se vuelve definitivo.
Qué acertada la frase de santa Teresa del Niño Jesús: “La vida es tu navío, no tu morada”. (Historia de un alma, autobiografía de santa Teresa de Lisieux) Y es que esto es así, y estamos a tiempo de corregir el rumbo si hace falta corregirlo.
UN SANTO EXITOSO
Precisamente el Santo que hoy recuerda la Iglesia, nos puede servir de ejemplo. Hoy se celebra la memoria de san Alfonso María de Ligorio, que fue Obispo y fundador de los Redentoristas. Escribió mucho y muy bien. Tanta es la riqueza de sus escritos en cuestiones de moral, que fue declarado Doctor de la Iglesia y es patrón de los que se dedican al estudio de la Teología Moral.
Pero ojo, era alguien que tenía la cabeza puesta en triunfar en la vida política y se había preparado desde muy joven. Tenía una inteligencia prodigiosa. Y todavía siendo muy joven ya tenía un doctorado en Derecho Civil y Derecho Canónico. Empezó su carrera como abogado, y dicen que en ocho años no perdió ni un solo caso. Era éxito tras éxito. Cosechando triunfos, pero pasó algo…
Un relato dice: “Después de una brillante intervención en el Tribunal en la que consiguió ganar el caso que defendía, llegó a saber por unos documentos que recibió, que había apoyado y defendido algo falso e injusto. Impresionado por este hecho se retiró una temporada a un convento en la Cuaresma de 1722. Allí escuchó la voz de Jesús que le pedía abandonar todas las cosas y entregarse a Él. Cosa que hizo. No sin sufrir las incomprensiones de sus familiares y amigos, en especial de su padre. De este modo en 1726 fue ordenado sacerdote. A partir de ese momento solo defendería a los hombres y mujeres del gran acusador, que no es otro que el demonio”.
TÚ TOCAS LAS ALMAS
Es increíble como Tú llegas a tocar a las almas. Y te pido: toca también la mía, toca mi alma. Que no sea insensible a los sucesos, que no genere callo en mi alma, que no me excuse. Que no le eche la culpa a alguien más.
Hay que ver cómo san Alfonso María reaccionó, que no descargo en otros su responsabilidad. Podría haberse escusado fácilmente diciendo: es que yo no sabía o no quería… pero no lo hizo. Y eso le llevó a no querer pactar con el pecado. Así que aprendamos, porque esto de echarle la culpa a otros viene desde Adán y Eva.
Señor, cuando Tu preguntas: ¿Comprendes? De alguna manera me lo preguntas a mi. Y yo te quiero decir: Señor yo comprendo y no quiero pactar con el pecado, no quiero echarles la culpa a otros. Como Adán que te dice: “…esa mujer que me diste”. Y luego a Eva: “… es que la serpiente”.
ANDAR CON CUIDADO…
Y lo nuestro es: humildad, conocimiento propio, reconocer mis debilidades, mis miserias, mis pecados. Pero sabiendo que todo tiene remedio y buscando el remedio. Y todo tiene remedio, siempre y cuando reconozca que eso lo tengo que cambiar yo, no echándole la culpa a la circunstancia, al ambiente, a las amistades, a los tiempos… ¡No!
Me tengo que dar cuenta que por ahí me puede llevar la soberbia. Y saber que ese fue el camino que siguió el pecado original. Y que nos puede llevar por ese camino de pecado.
Por lo tanto, tener mucha humildad y conocimiento propio. Aprender a huir de lo que para mí es ocasión de pecado: ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Y sin respetos humanos! Quitarme lo que a mí me hace daño: espectáculos, modas, videos, canciones, lo que sea, no ser ingenuos, no pactar con el pecado.
NO PACTAR CON EL PECADO
Pero san Alfonso así lo dice: “Yo no quiero pactar con el pecado”. Y entiendo que los santos tampoco han pactado con el pecado. Y podemos pensar que es porque los santos eran hechos como de otra pasta. Pero no. Ellos son como esos peces de los que Jesús habla en la parábola, unos peces como yo, pero que sí supieron elegir. Porque san Alfonso no es que ahí se hizo santo inmediatamente, él tenía una vida por delante, pero la vida era su navío, no su morada; y para llegar a puerto seguro, sabía en quien apoyarse, y sus pilares que fueron: la oración y el Sagrario (Tú Jesús en la Eucaristía y Santa María, Tu madre, que es también madre mía).
De la oración escribió -entre tantas otras cosas-: “Dios no niega a nadie la Gracia de la oración, con la cual se obtiene la ayuda para vencer toda concupiscencia y toda tentación. Y digo, y repito, y repetiré siempre mientras tenga vida, que toda nuestra salvación está en la oración”. Que convencimiento el de san Alfonso María.
Te tenía cariño especial en el Sagrario, te visitaba, y escribía muchos libros sobre el Sagrario. Y a tu madre la quería.
UNA VIDA DE ORACIÓN
San Alfonso murió muy anciano, y durante sus últimos años de vida permitió el Señor que fueran de purificación. Entre las pruebas que padeció y muy dolorosa, fue quedarse ciego. Se distraía las horas rezando y haciendo que le leyeran algún libro piadoso en voz alta.
Se cuenta que un día muy entusiasmado con el libro que le estaban leyendo, y sin recordar cuál era el autor, le preguntó al que se lo estaba leyendo quién había escrito cosas tan buenas y hermosas de Nuestra Señora. Entonces le respondieron: “Las Glorias de María”, por Alfonso María de Ligorio.
Y él se cubrió el rostro con las manos, y lamentó la pérdida de su memoria, pero se alegró que él hubiera podido escribir esas bellezas acerca de la Madre de Dios.
Pues Señor, yo quiero tener esos pilares, no pactar con el pecado, más bien, buscarte a Ti, a través de la oración, a través de la Eucaristía. A través de tu madre. Y ella se encargará de ayudarme a mí en todas mis batallas, como le ayudo a san Alfonso María de Ligorio, que de hecho escribió que la Virgen delante de Dios le decía: “Yo tenía dos hijos: Jesús y el hombre. El hombre mató a mi Jesús en la Cruz. Ahora tú justicia quiere condenar al hombre. Señor, mi Jesús ha muerto ya. Ten compasión de mí, y si he perdido al primero, no me hagas perder al otro hijo también”.
Y comentaba san Alfonso, que ciertamente Dios no condena a aquellos pecadores que acudan a María por quienes ella reza. Pues yo quiero acudir así.
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