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P. Juan

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PUEDEN QUEMAR NUESTROS CUERPOS, PERO NO PUEDEN DAÑAR NUESTRAS ALMAS

Jesús predice cómo lo maltratarán y lo matarán. También seguidores suyos llegaron a dar la vida por ser fieles a Dios. Es el caso de Carlos Lwanga y sus compañeros mártires que hoy celebramos en la Iglesia.

Cada año, un día como hoy, cientos de miles de fieles ugandeses y de otros países de África, se reúnen en el santuario de Namugongo para conmemorar a Carlos Lwanga y sus compañeros mártires.

Alguna vez tuve la ocasión de escuchar, de labios de un protagonista, de esta impresionante reunión de creyentes con tanta gente, quizá un millón de personas, celebrando una ceremonia en honor de estos santos, cuya historia se remonta al siglo XIX.

Cuenta en donde los “Padres Blancos” (así llamados los misioneros) habían ido llevando la fe y los primeros conversos instruyeron y guiaron a los más nuevos.

Iba creciendo una comunidad cristiana, en la actual Uganda, que prosperó sin problemas hasta que el rey, al ver que ese estilo de vida de los nuevos creyentes intervenía, de algún modo, en el gobierno, en los modos de vida, comenzaron las represalias.

Primero fue asesinado, en 1885, José Mkasa, un líder de la comunidad católica que tenía a su cargo una comunidad de unos doscientos miembros y lo sustituyó Carlos Lwanga.

¡HASTA LA MUERTE!

Al principio Carlos rezaba y pudieron tener tiempos de paz.  Pero en un momento estalló de nuevo la tempestad y muchos cristianos fueron capturados, llamados ante el rey y les preguntó si tenían intención de seguir siendo cristianos y respondieron:

“¡Hasta la muerte!”

El rey ordenó una ejecución en un lugar llamado Namugongo, donde está ahora el santuario, a 60kms de distancia de donde se encontraban.  Uno de los jóvenes era, incluso, hijo del verdugo que tenía que ejecutar la condena.

mártires

“A este chico le ofrecieron escapar, pero no aceptó, fue hacia su destino por seguirte a Vos Jesús”.

Algunos de los que llevaban como capturados fueron ejecutados en el camino y a otros los encerraron durante siete días en una prisión en condiciones infrahumanas.

El 3 de junio de 1886 era el día de la Ascensión, los sacaron de la prisión para quemarlos vivos.   Al hijo del verdugo le dieron un golpe en la cabeza para que no sufriera al ser quemado.

Murieron proclamando tu nombre Señor, diciendo:

“Pueden quemar nuestros cuerpos, pero no pueden dañar nuestras almas”.

Uno era Carlos Lwanga, tenía sólo 21 años. Otro es Andrés Kagwa y otros veinte jóvenes que los beatificó el Papa Benedicto XV en 1920.

UNA PROFECÍA

Justamente, hoy también Señor coincide el Evangelio de la misa unas palabras tuyas en las que hablabas a los sacerdotes y a los escribas contándoles una historia de aquel hombre que plantó una viña, la rodeó una cerca, cavó un lagar, construyó una casa de guarda y cuando la arrienda a los labradores se marcha.

Al querer recibir los frutos, resulta que sus enviados eran maltratados por los trabajadores de la viña y no le daban sus frutos. Envió a un criado, envió a otro, los insultaron, los maltrataron, a algunos los mataron.

Finalmente pensó: me queda uno, mi hijo querido,

“lo respetarán”.

Y envió a su hijo, los labradores se dijeron:

“Este es el heredero, matémoslo y será nuestra la herencia. Agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña”

(Mc 12, 6-8).

“Esta historia Señor, sabías muy bien que era una profecía de lo que te sucedería a Vos.

Estás contando lo que había sucedido con ese pueblo elegido y a algunos de los profetas enviados por Dios para recibir un fruto -frutos de santidad, de fidelidad – habían sido maltratados, algunos muertos y que el Hijo, que debía ser respetado, que sos Vos Señor, sabías que moriría.

De hecho, lo decís con ese detalle que lo llevaron fuera de la viña, porque Vos morirías fuera de la ciudad, te llevarían a crucificar”.

LA VOLUNTAD DEL PADRE

Ante estos relatos, nos podemos preguntar, ¿cómo no evitar finales tan trágicos? Por parte de estos cristianos conversos de la actual Uganda.

Por tu parte Señor, viendo tan claro ese destino fatal que te espera, ¿cómo no hacer algo para cambiar las cosas? ¿Cómo no evitarlo?

Sin embargo, pareciera que justamente el empeño tuyo Señor y el de estos mártires -en particular el hijo del verdugo que tenía la posibilidad de escapar- fue que quisieron hacer justamente lo que, aparentemente, es su desgracia, pero que vieron la voluntad del Padre; Vos Jesús, sin duda, en primer lugar.

Y todo para permanecer fieles a Dios. Es tan importante, ¡vale la pena!

“Ya se ve que Vos pensás Señor que sí vale la pena y que la Iglesia también lo ve así, por eso condecora a estos mártires”. Por eso los suele representar con una palma de la victoria, a los que fueron fieles hasta la muerte.

“Vemos en tu caso Señor, que tu muerte no queda infecunda, da lugar a la Iglesia”.

mártires

SEMILLA DE NUEVOS CRISTIANOS

Se dice también que la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos.

Quizá tanta fecundidad que vemos hoy en la Iglesia en África, tantas vocaciones, tantos deseos de entrega, tanta unión con Vos Jesús, ¡cuánto será fruto de esa otra entrega, tantos años atrás, generosa de los mártires!

“Quizá a nosotros, probablemente, no nos vas a pedir Señor ese camino de llegar a entregar la vida, pero sí, a veces, cumplir la voluntad del Padre puede tener un costo.

Tal vez no tanto, puede ser el ambiente adverso a la fe: que hay que dar la cara, eso puede costar (aunque nadie nos vaya a matar).  Puede costar dar la cara por Vos Señor, mostrarnos cristianos, ser coherentes con nuestra fe también en público”.

A veces, luchar, el enemigo no está afuera sino dentro nuestro.

¡Qué buen estímulo, qué buen incentivo el de estos santos que hoy la Iglesia celebra! “El mirarte a Vos Jesús tan decidido a cumplir la voluntad del Padre, sabiendo que vas a tener que pasar por malos momentos y que todo eso valdrá la pena, dará sus frutos.

MIS MARTIRIOS DEL DÍA

Podemos pensar ahora (terminando estos momentos que queremos hablar con Vos Jesús):

¿Cuáles son mis pequeños martirios del día?”

Quizás es levantarme puntual en la mañana; sonreír a una persona que me cae mal; terminar un trabajo que me resulta más pesado; ofrecer, aceptando con alegría, una limitación, una enfermedad…

Siempre son un ejemplo vivo los de los santos y, en particular, de los mártires.

“Que nos ayude hoy a querer también ser nosotros Señor a serte fieles, aunque cueste, porque en esas pruebas sabemos que contaremos también con una especial gracia venida del Cielo, como la que tuvieron los mártires para poder ser fieles hasta la muerte”.


Citas Utilizadas

2Pe 1, 1-7

Sal 90

Mc 12, 1-12

Reflexiones

 Señor, yo quiero serte fiel, aunque me cueste.

Predicado por:

P. Juan

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