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¿YO PUEDO SOLO?

maestro

Hoy, en la santa misa, oiremos esta página del Evangelio:

“En aquel tiempo, viendo Jesús que lo rodeaba mucha gente, dio orden de cruzar a la otra orilla”

(Mt 8, 18).

Como solemos hacer, Jesús, cuando nos reunimos a hablar contigo, sentimos -efectivamente- que somos muchos los que te estamos rodeando, como pasó en ese día que nos está contando el evangelista.

Es bonito, como dice aquí: “Viendo Jesús que lo rodeaba mucha gente”, viendo Tú Señor a la gente que te rodeaba, apoyo mi fe en lo que te he dicho al comenzar:

“… creo firmemente que me ves…”.

Qué bonito este rasgo de nuestra fe que nos enseña que Tú Señor miras, que nos distingues y que tienes una mirada que nos afirma, que nos alienta y que nos dice: “¡Qué bueno que existas!”

Así nos acercamos a Ti, con esa confianza, creyendo firmemente que nos ves y así vivimos.

Creo que conforme vamos rezando esta oración, vamos dándonos cuenta de que te lo podemos decir cuando nos subimos al taxi, cuando nos estamos alistando para ir a trabajar, en una tienda comprando y hablando con amigos “siempre creo firmemente que me ves”.

Esa mirada, Señor, me acompaña y hace que mi vida tenga una tonalidad, una calidez que te agradezco.

NO QUEREMOS APARTARNOS DE TI

En ese contexto dice:

“Se le acercó un escriba y le dijo: ‘Maestro, te seguiré a donde vayas’”

(Mt 8, 19).

Es lo que todos te queremos decir, Señor; es una expresión de entusiasmo, porque, conforme te vamos conociendo, en realidad no queremos alejarnos de Ti.

Esto, como digo, en la medida en que te vamos conociendo, va teniendo un espacio cada vez más grande en nuestras necesidades; o sea, no queremos vivir lejos de Ti, no queremos apartarnos de Ti, “Maestro, te seguiré a donde vayas”.

Sin embargo, nos damos cuenta de que esta persona, por alguna razón, se podría “haber ido de boca”; en el sentido de que quizás dijo más de lo que realmente podía.

Tú Señor le respondes:

“Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”

(Mt 8, 20).

Es como decir: no es que yo quiera convocar a la gente a un sitio, no es un lugar, sino es estar conmigo en todos los sitios, porque Tú Señor eres inmenso e infinito y estás efectivamente en todas partes.

EN LA CRUZ

Lo que vemos en esta persona que te dice: “Maestro, te seguiré a donde vayas”, es una persona que hace una afirmación -como digo- que creo que todos quisiéramos hacer, pero que Tú corriges Señor de una manera muy delicada, porque no le dices que no, tampoco le dices que no hay dónde seguirte, sino que Tú no tienes dónde reclinar la cabeza.

Esto supone que no tienes un lugar donde erradicarte y por eso el seguimiento no es tanto una mudanza: “me mudo a esa casa, a esa parroquia, a ese convento o a esa iglesia”; no.

Esta respuesta “el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”, nos indicas Señor que Tú lo que estás ahí describiendo, es una vida donde tienes mucho que hacer y te trasladas con frecuencia, estás saliendo al encuentro de todas las personas y entonces no hay ahí una dirección de contacto.

Donde vamos a encontrar a Jesús es donde Él reclinó su cabeza y eso fue en la Cruz. Decir: “Maestro, te seguiré a donde vayas”, significa: “Señor, te seguiré hasta la Cruz” y eso es mucho decir.

Es algo que, si hace falta, estamos probablemente dispuestos, pero muy probablemente no va a ser una gran Cruz que el Señor nos presente.

Si nos acordamos de que san Pedro dijo lo mismo y Tú Señor sí que le corregiste:

“A donde Yo voy, tú no puedes seguirme”

(Jn 13, 36).

Ahí está claro que hay algo que puede hacer Dios y que los hombres no podemos hacer.

ALGO QUE EL SEÑOR NOS PUEDE REGALAR

Me parece que la enseñanza principal de este Evangelio, en esta frase: “Maestro, te seguiré a donde vayas”, es que el seguimiento tuyo, Señor, no es una conquista de nuestras decisiones personales.

O sea, “yo me lo propongo y te sigo; yo tomo una decisión y te sigo; yo me comprometo y te sigo”. No es tanto mi conquista, fruto de mi esfuerzo, sino es algo que Tú Señor nos puedes regalar.

Entonces, más que decirte “Maestro, te seguiré a donde vayas”, quizás lo que te podemos decir es:

“Jesús, ayúdame a seguirte porque no te quiero dejar, pero me supera, no tengo tantas fuerzas ni conozco todos los esfuerzos que supone el seguirte a veces, entonces no puedo de verdad comprometerme, porque no sé y porque soy débil.

Te expreso mi deseo y te pido que me ayudes, dame la gracia de seguirte a donde vayas. Coge mi mano Señor y ayúdame a seguirte a donde vayas”.

¡¿Cómo nos lo va a negar? ¿Cómo Jesús va a quitar la mano?! Esto no se nos pasa por la cabeza.

Yo creo que es súper esperanzador si le damos un poco la vuelta a esta afirmación audaz de ese escriba: “Maestro, te seguiré a donde vayas”.

Vamos a secundar a Cristo humilde y podemos aprender esto de la misma Virgen santísima, también humilde esclava del Señor, que dice:

“Hágase en mí según tu palabra”

(Lc 1, 38).

Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado. Quiero Señor dejarme salvar por Ti y para eso voy a procurar hacer lo que Tú me pidas y esto es estarte siguiendo; con tu ayuda, lo haré.

Vamos a pedirle a nuestra Madre que nos recuerde siempre esta respuesta: “He aquí tu esclava, tu esclavo, hágase en mí según tu palabra”.

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