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LO PRIMERO

Tiene sentido que estos audios sean breves, 10 minutos. Para qué quienes los escuchan luego puedan continuar su conversación personal con el Señor. No sustituyen el trato de cada uno de nosotros con Cristo, con Dios Nuestro Señor.

Si te acostumbrarás -no digo que te pase- a hacer tu oración personal sólo escuchando estos audios, sería como hablar con Cristo, pero con intérprete. Cuando el Señor quiere tener una conversación íntima, personal, insustituible con cada uno de nosotros. Bien, esa es la idea, que te sirvan estas palabras para encender tu conversación personal.

Y como siempre, tomamos pie del Evangelio del día:

“En aquel tiempo, uno los escribas, se acercó a Jesús y le preguntó: – ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?

(Mc 12, 28).

Sabemos que en ese entonces había una gran discusión entre los maestros de Israel, fariseos, saduceos, etc., de cuáles eran los mandamientos y cuáles eran dentro de este conjunto, inmenso, más de 300 mandamientos, cuáles eran los más importantes.

Por eso, esta pregunta tiene mucho fondo. ¿Cuál es el primero? Para que no nos perdamos: ¿Qué está en el centro del corazón de Dios? ¿Qué es lo primero que el Señor espera de nosotros? Y por eso que tenemos que escuchar muy atentamente la respuesta del Señor, para así dejarnos transformar por ella. Por esa palabra viva de Cristo.

“¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? Jesús le respondió: -El primero es: Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios es el único Señor; amarás al Señor, Tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que estos.” (Mc 12 28-31).

MANDAMIENTOS DE DIOS

Obviamente que esto da para mucho. Pero, fíjense cómo Jesús al responder, dice: “El primero es: -Escucha, Israel…” Hay que comenzar por escuchar. Aprender a escuchar a los demás: al marido, a la mujer, al hijo adolescente, al hermano, la hermana, al que está pasando por una alegría inmensa a raíz del nacimiento de su primer hijo, escuchar sobre todo al que está pasando por una dificultad.

Pidámosle a Jesús que nos dé su don, el don de escuchar. ¿Cuánto nos escucha Dios? ¿Cuánto te he escuchado Dios a lo largo de tu vida? Y por lo mismo, tenemos que aprender a escuchar los demás y para esto es fundamental aprender a escuchar al Señor.

Jesús le respondió, el primero es: -Escucha, Israel, … Evidentemente, no ha dicho todavía cuál es el primer mandamiento, pero esta palabra me parece que nos indica una pista a seguir.

Mucho más importante de lo que le digamos al Señor en la oración, lo que yo le diga ahora a Él, mucho más importante es lo que Él me diga a mí; lo que Él te diga a ti. Aprender a escuchar.

Pero, para escuchar hace falta bajar el volumen de lo que nos rodea. El ruido exterior y también el ruido interior. ¿Cómo se podría escuchar una voz suave, la de Dios, en medio de un griterío interior o exterior? Hace falta hacer silencio en el alma para escuchar la voz de Dios.

Entonces, el Señor nos habla o más bien su palabra llega a nuestra cabeza, a nuestro corazón y recibimos luz y gracia para mejorar: Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios es el único Señor… “Dios es mi Señor, rindo culto a Dios, pongo mi vida a tus pies.”

NO CAER EN IDOLATRÍAS

No quiero caer en forma de idolatría… tan actuales. La idolatría del poder; del dominio; del bienestar económico, como si fuera la fuente principal de felicidad humana personal, familiar. Idolatría del prestigio, en una clave autorreferente vanidosa. La idolatría de la comodidad, del confort o del placer, para darse todos los gustos que se pueda, sobre todo esta clave del cuerpo.

Son idolatrías modernas que están ahí, frente a las cuales tenemos que estar de pie y sabernos defender. Y para no caer de rodillas ante las idolatrías modernas, hay que aprender a estar de rodillas ante el Dios verdadero.

Reconocerlo como el único Señor. Ahí está nuestra vida, nuestra libertad, el sentido pleno de nuestra existencia, dar culto a Dios, dar Gloria a Dios con la propia vida, no sólo rezando. No sólo yendo a misa -que por supuesto que sí- acercándonos a los sacramentos, a la confesión, sino sobre todo ese culto interior en que buscamos hacer las cosas bien. El trabajo que sea oculto o brillante ante los ojos humanos hacerlo bien y por amor a Dios, para la Gloria de Dios o si no, ¿para qué?

De qué sirve trabajar mucho, acumular mucho, si todo se fuera a quedar aquí solamente en esta tierra. El Señor quiere que trabajemos, vivamos, enfrentemos las cosas de cada día, pero con esta dimensión trascendente: Dar a cada minuto vibración de eternidad.

Decía San Josemaría:

“(…) Amarás al Señor, Tu Dios, con tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con toda tu fuerza…”,

(Amigos de Dios, 222).

Es muy bonito el orden con que Jesús presenta este don: amar a Dios con todo el corazón. Esto no significa caer en formas de emotivismo, sensiblero, de que yo amo a Dios cuando siento más. Sino que es poner el corazón, que es lo mismo que decir poner el cariño en el trato con Dios.

¿Eres cariñoso, cariñosa con el Señor cada vez que lo recibes en la comunión? ¿Sabes tener manifestaciones de ternura con Él? ¿Cómo lo tratamos, cómo lo recibimos, como le agradecemos luego el haberlo recibido? ¿El corazón, la afectividad?

AMAR A DIOS

Y esto gracias a al misterio de la encarnación, porque Dios se ha hecho hombre, es uno de nosotros y podemos tratarlo así. Quiere que lo tratemos así.

La oración es el encuentro de dos corazones, el de Dios, el de Cristo y el mío. La oración se da en el fondo del alma, en lo más íntimo de nuestro ser. “Señor, que te sepa buscar, encontrar y amar.”

San Juan Crisóstomo, muerto en el año 407 decía:

“Nada hay que mueva tanto a amar como el pensamiento, por parte de la persona amada (yo), de aquel (Dios) que la ama desea en gran manera, quiere absolutamente, apasionadamente verse correspondido.”

(San Juan Crisóstomo, Hom. Sobre la 2ª Epístola a los Corintios).

Nada mueve tanto amar, dice san Juan Crisóstomo, como saber que ese que me ama, absolutamente quiere ser correspondido. Por contraste -continúa el santo- “que arduo es amar a quien no se deja querer. Nada nos desanima tanto a la hora del sacrificio como la imposibilidad de aportar algo a la persona que amamos.”

El Señor, Jesús, nos ama y espera de nosotros un amor que se concreta, sobre todo, en esta manera de tratarlo a Él, en la Eucaristía. Pidamos a la Virgen que sepamos crecer esta maravilla que es el don de conocer, tratar, amar e imitar a su Divino Hijo Jesucristo.

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