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LA VOCACIÓN EN UN CUADRO

La vocación en un Cuadro

Hace más de diez años que yo vivía en Roma. Estaba estudiando teología en la universidad y en una ocasión fui con el padre Federico, que también era un joven estudiante de teología como yo. Fuimos a ver un cuadro de Caravaggio que estaba en una iglesia muy cercana a la Universidad, en la que estudiamos al lado de Piazza Navona, la Iglesia de San Luis de los Franceses.

Ahí está este cuadro de Caravaggio en una capilla lateral. Y no es la vocación de Pedro, como nos platicaba el padre Federico hace pocos días, sino la vocación de Mateo.

Y no es que Caravaggio se dedicara a pintar cuadros religiosos, de hecho no le gustaba mucho pintar cuadros religiosos. Era un hombre con otros intereses. De hecho, tuvo que huir de Roma en alguna ocasión por problemas con la justicia.

LA VOCACIÓN DE MATEO

El cuadro de la vocación de Mateo nos sitúa en una taberna. Un lugar bien conocido por este gran pintor. Caravaggio ha tenido una influencia grandísima en la historia del arte. Pintores como Rivera o Rembrandt toman elementos de su modo de pintar. El tema de la luz, que es central en su obra.

Era un pintor también original, que rompía con los esquemas tradicionales. Por ejemplo, en este cuadro que te digo, la parte superior está casi vacía. Sólo hay una ventana abierta. Y por la cual no entra luz, sino que la luz entra por el lado derecho, encima de donde está Jesús.

Al centro pone un personaje que está de espaldas. No pone al personaje principal del cuadro que es Jesús, sino que pone a este hombre que mira a Jesús, efectivamente, pero que está incluso de espaldas al observador.

Y este cuadro habla del momento en el que Jesús llamó a Mateo, que es el Evangelio que leemos el día de hoy.

“En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo a caminar por la orilla del lago. Toda la muchedumbre lo seguía y Él les hablaba. Al pasar vio a Leví, Mateo, el hijo de Alfeo, sentado en el banco de los impuestos, y le dijo: -Sígueme. Él se levantó y lo siguió”

(Mc 2, 13-14).

ME MIRAS, ME LLAMAS

Ahora que hacemos nuestra oración, queremos encontrarnos contigo Señor.

Y leemos el Evangelio en el cual Tú te acercas a la gente. Tú entras en el lugar donde están las personas. Nos miras y nos llamas así como llamaste a Mateo. Ni este cuadro expresa precisamente esta verdad.

Como decíamos, el cuadro está situado en una taberna, en un lugar poco santo. Un lugar de convivencia. Un lugar lleno de bullicio de personas. Con diferentes negocios. Un lugar poco iluminado, pero entra Cristo ahí y Él ilumina.

Con esta situación, dicen algunos que Caravaggio quería ilustrar cómo Dios se acerca a las situaciones humanas ordinarias. Un tema que en el Concilio de Trento (que se había celebrado a inicios del siglo XVI) y situaba a nuestro pintor hacia finales.

Pues este concilio había hablado de cómo Dios se acerca al hombre, como Dios se acerca a las circunstancias, a la realidad humana en su totalidad.

Y, efectivamente, Jesús entra en esa taberna, en ese lugar donde están estos hombres, ahí sentados en una mesa donde hay monedas y hay dinero. Del lado derecho está Jesús y san Pedro, del lado izquierdo, está Mateo y otros personajes. Al centro, como decíamos, está este hombre dando la espalda. Todos los personajes están vestidos a la usanza de la época, salvo Jesús y Pedro, que están vestidos con ropajes del siglo primero. Jesús. Ayer y hoy, es el mismo por los siglos.

Leemos en la carta a los Hebreos que Jesús caminó al lado del lago, está vivo y en todos los siglos Él está presente. Él está presente y se acerca así a nuestra época.

¿DUDAS AL SENTIR ESE LLAMADO?

Y Jesús llama señalando a Mateo. Lo señala con su dedo, imitando la mano de Dios Padre, que está en el techo de la Capilla Sixtina, en la escena de la creación: Dios Padre con su mano estirada que casi toca el dedo de Adán. Mostrando con esto que la vocación, la llamada de Cristo, es una nueva creación. Renueva a la gente. Y Mateo, que estaba en una taberna rodeado de dinero, comienza una nueva vida con Cristo. Es regenerado.

Mateo como que duda y en el cuadro se está señalando a sí mismo como preguntando: ¿acaso yo? Y así es la vocación. Así es cuando Dios nos habla. No hay una certeza super absoluta, sino que está el claroscuro de la fe.

Como en este cuadro hay luces y sombras, también en nuestra relación con Dios: Dios nos insinúa. Dios nos habla con mucha suavidad en el interior del alma y hay que confiar.

“Señor, yo quiero confiar en Ti. Yo sé que tú me hablas. Yo sé que tú me escoges a mí. Así como a Mateo”. Mateo se pregunta: ¿acaso yo? Y como decimos, hay que confiar.

Pero también quizás Mateo duda un poco de que Dios lo llame a él. Pues porque él es un pecador. Que en una taberna y está rodeado de dinero y dice: ¿cómo Dios me va a escoger a mí, si yo no soy un santo?

CREO Y TE SIGO…

Y efectivamente, Dios no nos elige porque seamos buenos, sino que nos elige porque Él es bueno y porque nos quiere hacer buenos.

Justamente al final de ese Evangelio, es cuando Mateo organiza una fiesta en honor de Cristo, de su llamada y que la gente comentaba:

“Pero ¿cómo está comiendo con esos pecadores? Jesús dice: Yo he venido a llamar a los enfermos, no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”

(Mc 2, 16-17).

Y Tú Señor, me llamas a mí también. Ahora que estoy hablando Contigo en estos 10 minutos, esté donde esté: ¡Tú me hablas! Tú me eliges para ser santo de verdad, como a Mateo.

Leímos hace pocos días, en la Primera Lectura de la misa:

“El Creador y Señor de todas las cosas quiere que todos Sus hijos tengan parte en Su gloria”. 

QUE NO ME PIERDA EN EL MUNDO

Realmente Tú Señor, me llamas a la santidad. Me llamas a tener parte en Tu gloria. Pues te pido que yo te oiga y que te escuche como Mateo que se levantó, dejó todo y te siguió. Y no como otros dos personajes que aparecen ahí, en ese mismo cuadro, junto a Mateo: un joven que está contando dinero y un anciano que está por encima de él con un anteojo receloso, mirando como el otro cuenta el dinero.

Ellos no se dan cuenta de que Cristo está ahí. Están pendientes del dinero. Y con eso se representa la avaricia que afecta a chicos y grandes. El amor a las cosas, que nos impide oír la voz de Dios, y nos impide seguirlo.

Señor, ayúdame a tener el corazón desprendido de mi yo, de las riquezas, de mis placeres, de mi buena fama, de todo, con tal de seguirte. Y para eso necesito saber abrazar la Cruz, entre Cristo y san Pedro.

Entre Mateo y los otros personajes hay una ventana, en la parte superior del cuadro y, en esa ventana, se dibuja claramente una cruz. Pues entre Cristo y yo quizás está la Cruz…

“El que quiera ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga”

(Mt 16, 24).

ACEPTAR TU LLAMADO

Quizás eso es lo que me detiene para seguirte, para atender esos llamados interiores que Tú me vas dando y que yo quizás, dudo un poco como Mateo, y me hago el loco de que a lo mejor no fue para mí la llamada.

Pues ayúdame Señor a escuchar tu llamada en esas pequeñas decisiones de cada día. También en las grandes decisiones que tengo que tomar en mi vida. Yo sé que tú me miras. Sé que tú me eliges, y sé que me das la fuerza para seguirte.

Pues acudamos a nuestra Madre, la Virgen, para que nos ayude a confiar en Jesús. Para que nos ayude a saber escuchar su Voz y que nos ayude también a seguirlo como lo siguieron los apóstoles.

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