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LA BUENA ESPERANZA

la buena esperanza
BUENA ESPERANZA

“Cristo vino al mundo de la siguiente manera: Estando María, Su Madre, desposada con José antes de que vivieran juntos, sucedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un Hijo” 

(Mt 1, 18).

Así leemos en el Evangelio de hoy unas palabras muy alegres. Nos encontramos con María, que estaba esperando un hijo o como se dice en algunos lugares: en estado de buena esperanza.

En algunos países como en México, decimos que una mujer está enferma cuando está embarazada y cuando da a luz decimos que se alivió. Así que aliviarse, podemos decir que es como recibir ese bien que ha estado la mujer esperando durante tantos meses, a su hijo.

La Virgen estaba esperando un Hijo, en estado de buena esperanza y eso nos centra en el tema del Adviento, porque el Adviento es esperar a que venga Jesús.

Comenta un autor espiritual:

“El Hijo de Dios vino a este mundo hace dos mil años, por eso el Adviento es una conmemoración. Y creemos que vendrá al fin de los tiempos, razón por la cual el Adviento es además una profecía. Pero no deja de ser también una celebración, ya que Cristo viene realmente cada año; cada Navidad”.

Mira cómo nos centra este autor en el tiempo: el Adviento es una conmemoración, porque celebramos que Jesús ya vino. Vamos a recordar que nació en Belén hace dos mil años.  Esa noche, los pastores, el portal, la mula y el buey… tantas imágenes que nos vienen a la mente. Recordar que hace dos mil años sucedió eso en Belén.

EL ADVIENTO CONMEMORA, ANUNCIA Y CELEBRA

Pero también, en estos días de Adviento, hemos leído muchas veces en la liturgia pasajes apocalípticos que nos hablan de la segunda venida de Jesús al final de los tiempos. Hay que esperar.  El cristiano sabe bien que está esperando esa venida definitiva de Cristo.

Y, finalmente, también es una celebración, porque Jesús viene realmente también en cada Navidad, en cada misa; en cada día se acerca a nosotros.

Y nos esperamos, nos preparamos, para celebrar la Navidad dignamente en estas semanas de Adviento, centrando la mente y los afectos en Dios, que se ha hecho Hombre y que nos busca.

¿CUÁNDO VENDRÁ DE NUEVO EL SEÑOR?

El tercer prefacio de Adviento nos recuerda también cómo Jesús viene constantemente a nosotros y, dirigiéndonos a Dios Padre, le decimos:

“Tú nos has ocultado el día y la hora en que Cristo, Tu Hijo, Señor y Juez de la historia, aparecerá revestido de poder y de gloria sobre las nubes del Cielo”

(Prefacio III de Adviento, Ordinario de la Misa).

Te acuerdas que en una ocasión le preguntan a Jesús: ¿cuándo será esto? “Y Tú, Señor, nos respondes (porque a todos nos da un poco de curiosidad ¿cuándo será eso?), que eso no lo sabe nadie más que el Padre. Entonces, aquí en este prefacio, se hace referencia a ese pasaje:

“Tú nos has ocultado el día y la hora en que Cristo, tu Hijo, Señor y Juez de la historia, aparecerá revestido de poder y gloria sobre las nubes del cielo. En aquel día terrible y glorioso pasará la figura de este mundo y nacerán los cielos nuevos y la tierra nueva”

(ídem).

LA ESPERANZA QUE VENDRÁ

La esperanza, la profecía del Adviento que Tú vendrás Señor y restaurarás todas las cosas.

Un día terrible y glorioso: terrible para los que no te han reconocido, los que no te han amado; y glorioso, para aquellos que te han buscado constantemente.

Y continúa este prefacio:

“El mismo Señor que se nos mostrará entonces llenos de lleno de gloria, viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento, para que le recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de Su Reino”

(ídem).

“Tú Señor, no te esperas al final de los tiempos para acercarte a nosotros, sino que vienes de continuo. Es un continuo aliviarse nuestra vida, es un continuo encontrarnos con ese bien que esperamos tanto, ese bien que eres Tú”.

CRISTO VIENE TODO EL TIEMPO

Como continúa este autor comentando:

“Cristo no viene solo por Navidad. Viene cada día y cada noche; viene en la suave brisa de la tarde y viene montado en el carro atronador de la tempestad. Cuando siento alegría, cuando me visita el dolor, es Cristo que ha venido. Viene siempre que llega a casa un amigo o un pobre o alguien que se ha equivocado de dirección.

Sus visitas son constantes, aunque nosotros seamos insensibles a ellas. Él es porfiado, tenaz, insistente. Las cuatro semanas del Adviento son un aldabonazo más en nuestra alma, como si nos dijera: Recuérdame, aguárdame, porque estoy siempre queriendo llegar a ti.

Qué bonitas palabras que nos animan a decir: Mira, Dios te está buscando. Cristo se está queriendo hacer presente detrás de cada acontecimiento.

DIOS ESTÁ PRESENTE EN TODO

Me llamaba la atención cómo decía: “cuando viene un amigo a tu casa o un pobre”, que son como personas que es fácil ver a Cristo ahí. A un amigo, porque es alguien que queremos, alguien en el cual vemos bienes, con el que compartimos; o un pobre, porque Tú mismo Jesús, nos dices que estás en los pobres, que estás especialmente en los niños.

Pero también dice: “en alguien que se equivoca de dirección y llega a tu casa,” pues todas las circunstancias, accidentales incluso o que no están previstas, son ocasión para encontrarnos con Dios. De verdad, Tú estás detrás de cada uno de esos acontecimientos y esperas de nosotros una reacción.

Es inevitable para el hombre no esperar y podemos pasar tristemente nuestra vida esperando bienes finitos, olvidándonos del bien infinito -el único que nos puede saciar de verdad.

EL ADVIENTO ES ESPERA

Si viviéramos con una esperanza provisional, desechable, que pasa y que no nos sació completamente, esa no sería una buena esperanza. Estamos meditando en la buena esperanza, en la esperanza de verdad.

En esta vida siempre estamos en tiempo de Adviento: esperamos a Cristo y eso es lo definitivo. Mientras llega, nos pasamos esperando otras cosas, porque no tenemos saciado nuestro anhelo, que solo colmará Él.

Por eso, siempre estamos esperando algo o esperando a alguien: Si tenemos gripa, esperamos recobrar la salud; si tenemos hambre, esperamos la comida; si estamos en clases, esperamos el recreo o esperamos el día en que por fin llegarán las vacaciones.

Esperamos que alguien nos recoja en su automóvil y esperamos que nos atienda el doctor en su consulta; esperamos acabar los estudios y luego esperamos que llegue el fin de quincena para que nos paguen el sueldo.

Solo en la eternidad descansaremos. Solo ahí no esperaremos nada porque toda nuestra ansia habrá encontrado su plenitud en el bien poseído, que es la suma de todos.

Por eso, a los difuntos les deseamos el requiescat: que descansen “in pace”, ya por fin, en la pacificación de todas sus ansias.

Acudimos a nuestra Madre, la Virgen, que veíamos embarazada en estado de buena espera. En el Evangelio que leímos, tú Madre nos enseñas a nosotros también estar en esa buena espera, a que siempre esperemos encontrarnos con tu Hijo detrás de todas las personas y de los acontecimientos.  Y, esperemos, con una esperanza cada vez más grande, encontrarnos con Él al final de nuestra vida.

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