En estos diez minutos con Jesús estamos ´procurando, como siempre, hacer un rato de meditación personal de oración personal; en el que queremos hacer crecer nuestra relación amorosa con Jesús, de manera de tener el corazón más transformado, más hecho a su imagen.
Que nuestros pensamientos estén mucho más en la línea de los pensamientos de Jesús, que nuestros sentimientos estén en la línea de los sentimientos de Jesús.
Vamos a meditar el Evangelio, siempre tratando de hablar con el Señor, que cada rato podamos decirle alguna cosa cariñosa, durante la reflexión que hace el sacerdote.
Cada uno desde su escucha le pueda elevar al Señor una oración de petición: a veces pidiéndole sabiduría, pidiéndole humildad, pidiéndole todo aquello que podamos necesitar. Por eso es importante que sea una oración muy personal, que no sea un simple escuchar.
Dice el Evangelio de san Marcos:
“En aquel tiempo, Jesús se dirigió a su ciudad, a Nazaret y lo seguían sus discípulos. Cuando llegó el sábado empezó a enseñar en la Sinagoga.
La multitud que le veía se preguntaba asombrada: -¿De dónde saca eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es éste el Carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago y de José, de Judas y de Simón? ¿Sus hermanas no viven entre nosotros aquí?
Y se escandalizaban a causa de Él. Él les decía: No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes, en su casa. Y no pudo hacer allí ningún milagro; solo curó a unos pocos enfermos, imponiendo las manos y se admiraba de su falta de fe”
(Mc 6, 1-6).
Es muy doloroso el resultado de la primera predicación de Jesús en Nazaret, ese pueblo al que tanto quería, ese pueblo en el que tanto había hecho, en el que tantos años había vivido, que conocía a cada uno sus habitantes; porque era un caserío, era un pueblito muy chiquitito Nazaret y, por lo tanto, El Señor, conocería a cada persona.
Sin embargo, la visión humana, fue la que impidió que esa gente pudiese recibir de Jesucristo la salvación, la curación, los milagros, la redención. El Señor no pudo hacer en ese pueblo, no pudo hacer en Nazaret, ningún milagro como consecuencia de la falta de fe, de la falta de confianza.
Ellos veían a Jesús como el carpintero, el artesano, el herrero, el albañil que siempre había solucionado problemas, alguien que nunca había hecho uso de su poder divino para dar lecciones, para enseñar. No es que fuera una especie de chico prodigio que, a los 11 años, anduviera diciéndole a todo el mundo lo tenía que decir, lo que tenía que hacer.
No hacia milagros a los 9 años, 15 años, 17 años, 18 años… Él trabajaba, quiso darnos una lección enorme de vida ordinaria, de vida normal, de cómo se santifica la vida corriente.
Por eso en esos largos años, más de 20 años, trabajando junto a José primero y después cuando San José se le fue al cielo, para sostener el hogar.
VIDA ORDINARIA
En esos años, Jesús nos dio un ejemplo increíble, sumamente luminoso de lo que es la vida ordinaria, de lo que es vivir al día, trabajar con las propias manos. Ganar el dinero con el sudor de la frente, “transpirar la camisita”, como se dice en Argentina, y procurarse el pan.
Dios el dueño el universo, necesitaba trabajar para comer, pero sobre todo lo hace para servir. Por eso, en ese intento de Jesús de darnos mucha luz sobre cómo se santifica la vida ordinaria, la vida todos los días: cómo lo hizo Dios.
Dios es el camino, la verdad y la vida… Jesús es el camino, la verdad y la vida. Por lo tanto, Él con su vida nos muestra el camino, nos muestra cómo se hace para vivir la vida ordinaria: que es hacer lo que tenemos que hacer cada día, con más amor, si se puede, procurando realizar todo lo que hacemos en servicio de los demás. Que nuestro trabajo sea útil a los demás, que nuestra acción de trabajo sea de ayuda para los demás.
Jesús se pasó su vida de trabajo, ayudando gente a través de su trabajo y además santificando la vida doméstica, alegrando a María, haciéndole bromas, cuando vivía San José alegrándole también, haciéndole favores a los vecinos; siendo un punto de alegría, pero normal, sin llamar la atención.
Por eso, todo esto, es lo que va a provocar, que cuando Jesús va como Mesías ya en su vida pública, a Nazaret, el hecho de no haber realizado milagros antes, ni haber sido un gran predicador, un gran orador cuando vivía en Nazaret, eso mismo, esa vida ordinaria es la que les impide ver al Mesías.
No entienden, no aceptan que Jesucristo con su vida ordinaria estaba dándoles una de las lecciones magistrales más grandes que nos ha dado Dios en la historia, que es: cómo vivir la vida ordinaria, cómo vivir la vida común.
Por eso necesitamos pedirle siempre, siempre, siempre a Jesús: “auméntame, Señor, la fe, ayúdame a crecer en confianza. Sí yo no crezco en confianza, no voy a creer, no voy a poder seguirte, porque me pides cosas, que la mayor parte de las veces, no voy a entender”.
“Así como le pediste a los vecinos de Nazaret que creyeran que vos eras el Mesías, y que toda esa sabiduría, todo lo que enseñabas era fruto del Mesías, cuándo nos pedís a nosotros cosas que no entendemos, cosas que nos superan, cosas que nos cuestan entender, tenemos que conseguir hacerlas, tenemos que conseguir que todo eso sea para nosotros creíble, tenemos que confiar”.
CONFIAR
Igual que San José, que nos ha dado tantas lecciones increíbles de confianza.San José siempre confió, a pesar de los pesares, a pesar de que tenía mucha evidencia en contra.
A San José en ningún momento se le ocurre dudar, de que el embarazo de María no era algo de Dios. San José no duda de que tenía que irse a Egipto y de que eso era lo que Dios había previsto, que estaba en los planes de Dios; y por lo tanto, era parte de la lógica de Dios y se confía y se abandona, y se lleva a María y al Niño a Egipto; cambia de planes y se pone a trabajar; se pone a aprender un idioma que no conocía; se pone a buscar trabajo en un país que no conocía.
San José, nunca dudó de los planes de Dios, no duda cuando el ángel le dice que tiene que volver a Nazaret. No tiene dudas, vuelve, hace las valijas, por decirlo de alguna manera, y se vuelve a Nazaret.
A lo largo de la vida de San José (qué estamos celebrando su año, por lo tanto, es alguien a quien debemos de tener muy presente en nuestra vida durante este año), nada en San José, lo hace dudar de Dios, lo hace dudar de la acción de Dios en su corazón, en su vida, en su alma.
Por eso tenemos que pedirle a San José: San José ayúdame a confiar esto que no entiendo ahora, esta cruz que no comprendo, esta pandemia que no terminamos de entender, todas estas dificultades, contradicciones, que a veces son dificultades que son una tras de la otra, y cosas que no se acaban y problemas que no se resuelven, cosas que no terminan de salir derechas.
Tantas cosas que a veces nos cuesta comprender, sin embargo, San José nos dice: “hay que confiar, hay que confiar en Dios, hay que confiar… no podemos dudar de Dios”.
Por eso San José, que es un gran maestro en esa confianza inmensa a Dios, también nos abre el camino para que no nos pase lo que, a aquellos pobres hombres de Nazaret, que Jesús no pudo hacer allí ningún milagro, no los pudo curar, nos les pudo sanar el corazón, no pudo mostrarles su sabiduría de Dios.
Dios se hizo invisible para aquella gente. ¿Por qué? No se abrían a la confianza, porque decidieron que su cabecita era mejor que la cabecita de Dios.
Por eso pidámosle, a Jesús, que nos ayude a confiar.
Paz y bien.
Muchas gracias por sus enseñanzas.
Paz y bien.
Muchas gracias por sus enseñanzas.