Hoy la liturgia nos trae en la santa misa el Evangelio de san Juan, donde leeremos que:
“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Yo les aseguro que, si piden algo al Padre en mi nombre, Él se los dará. Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre. Pidan y recibirán para que su alegría sea completa. Les he hablado de esto en comparaciones. Viene la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que les hablaré del Padre claramente. Aquel día pedirán en mi nombre y no les digo que yo rogaré al Padre por ustedes. Pues el Padre mismo los quiere. Porque ustedes me quieren y creen que yo salí de Dios. Salí del Padre y he venido al mundo. Otra vez dejo el mundo y me voy al Padre”
(Jn 16, 23b – 28).
JESÚS HACE PARTÍCIPES A LOS APÓSTOLES DE SU PODER
El Señor hace a los apóstoles esa promesa, que les hace de algún modo participar de su propio poder para la salvación, poder que se manifestará por medio de ellos mismos. Esas obras que realizarán, son milagros que harán más adelante los apóstoles, hechos en el nombre de Jesucristo, y, sobre todo, la conversión de muchos a la fe cristiana, la santificación del género humano mediante la predicación y la administración de los sacramentos.
Y el Señor con ello promete a los apóstoles: que les hará partícipe de su poder, para que esa salvación se manifieste por medio de ellos. Las obras que realizarán dejarán patente esta realidad.
“Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre”.
JESÚS ÚNICO MEDIADOR ENTRE DIOS Y LOS HOMBRES
Pero hasta ese momento todo se pide en nombre del Señor. Todo lo pedimos en nombre del Señor. Podemos ver la liturgia, en las oraciones, la petición que hace la Iglesia, pues siempre termina más o menos igual: “Por Jesucristo nuestro Señor”. O a veces utilizando una fórmula trinitaria: “Por nuestro Señor Jesucristo, Tu Hijo que vive y reina Contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos”.
Ellos, los apóstoles, conocían la oración del Señor. Lo habían visto muchas veces salir al monte a orar, pasaba la noche en oración, y cuando los eligió a ellos mismos.
UNA ORACIÓN HUMILDE, CONFIADA…
Bueno, es esa oración de nuestro Señor en vida por la Iglesia naciente. Y por los evangelios conocemos muchos lugares en que se nos muestra Cristo unido a Dios Padre, en una íntima y confiada oración.
Y el Señor nos dio ejemplo de esa oración humilde, confiada, y perseverante. Y Él nos mandaba a orar siempre sin desfallecer. Sin dejarnos vencer, ya sea por el cansancio o por la pereza.
De la misma manera que respiramos, pues, de ese mismo, modo no podemos cansarnos de pedir, de rezar, de orar. Siempre la oración de Jesús fue escuchada por el Padre. Sus discípulos conocían bien ese poder de la oración.
RECORDANDO ALGUNOS PASAJES DEL EVANGELIO
Y me acuerdo de la muerte de Lázaro. La hermana de él, Marta, le dijo al Señor:
“Señor, si hubieras estado aquí, no hubiera muerto mi hermano. Pero sé que cuánto pidas a Dios, te lo otorgará. Y en ese momento, la resurrección de Lázaro. “El Señor, -dice el evangelista: levantó los ojos al cielo y dijo: -Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas”.
Otro pasaje:
“Por el apóstol Pedro rogará antes de la pasión. Y le dirá a Simón: Satanás te busca para zarandearte como el trigo, pero yo he rogado por ti, para que no desfallezca tu fe. Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos”.
Y efectivamente, Pedro se convirtió después de su caída, de la triple negación que hizo por el Señor. Pues igualmente había rogado por los apóstoles, por todos los fieles cristianos.
En la Última Cena dice:
“No pido que los saques del mundo, sino que los guardes del mal. Santifícalos en la verdad”.
Son palabras del Señor pidiendo por los apóstoles. Pero donde estábamos representados tú y yo también.
TU ORACIÓN LES DARÁ LA FUERZA
Jesús conoce el dolor y la tristeza en la que van a caer sus discípulos pocas horas más tarde. Pero su oración los sostendrán. Les dará esa fuerza para ser fieles, hasta dar a cada uno la vida por su Señor.
En esa oración sacerdotal de la Última Cena, el Señor suplica al Padre por todos, por todos los que van a creer en Él a través de los siglos. Pidió al Señor por nosotros, por ti y por mí, y su gracia no nos faltará. Él nos sigue amando todavía hoy.
Ahora nos presenta su corazón como la fuente de nuestra redención. Siempre vivo, siempre intercediendo por nosotros. En todo momento nos envuelve a nosotros, al mundo entero, con un amor infinito, de un corazón que tanto amó a los hombres, y que lamentablemente es tan poco correspondido. Bueno, procuremos tú y yo corresponder mejor.
SÉ NUESTRO MEDIADOR
Desde el cielo nuestro Señor sentado a la derecha del Padre, intercede por quienes somos miembros de su Iglesia, que es su Cuerpo Místico, y permanece siempre siendo nuestro Mediador, nuestro Abogado, nuestro Intercesor.
Siempre nos recuerda la Iglesia una verdad, que el Señor siempre defiende nuestra causa delante del Padre, y sus ruegos nunca pueden ser tenidos de menos, nunca desechados.
Pide al Padre que los méritos, que Él adquirió durante su vida terrena, pues, nos sean aplicados continuamente. Y eso nos debe dar una gran alegría. ¡Qué alegría pensar que Cristo, siempre vivo, no cesa de interceder por nosotros!
Que podamos unir nuestras oraciones, nuestro trabajo, nuestro quehacer diario a su oración. Y que junto a ella alcance un valor infinito.
Puede ser incluso que, a pesar de que a nuestra oración le falte la humildad, la confianza y la perseverancia necesaria, nos apoyemos en la oración de Cristo.
QUE NUESTRA VIDA SEA UNA OFRENDA
Pidámosle que nos inspire orar como conviene, según las intenciones de Dios, las intenciones divinas. Que haga brotar la oración en nuestros corazones y la presente a su Padre, para que seamos uno con Él por toda la eternidad.
Más aún, podemos incluso hacer de nuestra vida una entera ofrenda, íntimamente unida a la de Jesús a través de Santa María.
Padre Santo -podemos decirle-, por el Corazón Inmaculado de María, te ofrezco a Jesús, tu Hijo muy amado, y me ofrezco a mí mismo con Él, en Él y por Él, a todas sus intenciones en nombre de todas las criaturas. Pues así nuestra oración y todos nuestros actos, unidos íntimamente a los de Jesús, adquieren ese valor infinito. Pidámosle también ver a nuestra Madre Santa María.
Para los que acostumbramos a hacer el decenario del Espíritu Santo, hoy es el segundo día del decenario. Ese amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que habita en nosotros.
Y le pedimos a la Virgen, Ella, que es Madre precisamente de ese Hijo, segunda Persona de la Trinidad, que interceda por nosotros ante el Padre. Y Esposa de Dios Espíritu Santo, que nuestra oración sea una con la de su Hijo, y al mismo tiempo una con Ella.
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