JESÚS DESEA NUESTRO CORAZÓN MÁS QUE CUALQUIER SACRIFICIO
En estos 10 minutos con Jesús, vamos a procurar hablar con el Señor, dialogar, decirle cosas que se relacionan con el Evangelio -normalmente del día que vamos a comentar. Pero si no, lo que tengamos el corazón: lo que nos preocupa, lo que nos tiene la cabeza más, no sé, más centrada, más focalizada. De pronto tenemos un problema, una necesidad, una tristeza; vamos a ver a alguien, vamos a comer con alguien, vamos a pasar un rato con alguien…
Y todo eso reclama que lo trabajemos primero con Dios. Que le digamos: “Señor, voy a estar con fulano, ayúdame a que sepa servirlo, a qué sea un buen momento para él. O talvez, Señor: voy a hacer este trabajo, ayúdame a hacerlo bien, ayúdame a poner el corazón, ayúdame a tener paz, ayúdame a hacerlo con Vos; a que Vos estés presente en este trabajo que voy a hacer, en este trabajo, en este momento, en este paseo, en este rato de deporte…
Siempre el objetivo de este rato de 10 minutos con Jesús, es que hablemos con Jesús de lo tengamos en el corazón, y también del Evangelio que se comenta.
EL TEMPLO CONVERTIDO EN MERCADO
El Evangelio de hoy, dice:
“Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados. Haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas.
A los que vendían palomas les dijo: Quiten esto de aquí; no conviertan en un mercado la casa de mi Padre. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: el celo de tu casa me devora. Entonces intervinieron los judíos y les preguntaron: ¿Qué signos nos mostrás para obrar asi? Jesús contestó: Destruyan este templo y en tres días lo levantaré de nuevo.
Los judíos le replicaron: Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días? Pero Jesús hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de lo que había dicho, y creyeron a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
Mientras estaba en Jerusalén por la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacia. Pero Jesús no se confiaba de ellos, conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabia lo que hay dentro de cada hombre.”
(Jn 12, 13-25).
Jesucristo, con este Evangelio nos dice muchas cosas. Por un lado, Jesús, es interesante cuando vemos que hace esa cuerda, esa especie de látigo improvisado, para echar a ese mercado en el que se había convertido el templo.
Lo que golpea son a los animales, curiosamente, no golpea las personas, porque los animales eran la sustitución de Dios. O sea, lo que se ofrecía eran animales, para que, en lugar de Dios, por decirlo de alguna manera, para que Dios escuchase esa oración, esa petición que era presentada cuando se ofrecía un animal.
Entonces, lo que Jesús hace, es quitar la presencia de los animales que sustituían el sacrificio. Es como si dijese: Bueno, quiten esto de acá, nunca más vuelvan a hacer esto. Porque ahora el sacrificio voy a ser Yo.
EL SACRIFICIO LO HARÁ JESÚS
Es una de las tantas cosas que Jesús nos dice en este Evangelio, ¿no? El sacrificio lo va a hacer Jesús; no hará nunca más falta que hagamos sacrificios de animales.
En algunas religiones antiguas se hacían sacrificios humanos -¡mucho peor! Se ofrecían personas: se mataban personas y su sangre tenía que correr por esos altares, por las rendijas de esos altares.
A veces tenía que correr todos los días del año, en algunas religiones antiguas, entonces eran verdaderas carnicerías. Se mataba gente para que Dios estuviese aplacado. Para que Dios mirase con buenos ojos a ese grupo.
Los judíos, obviamente, esto no lo hicieron jamás. Lo que hacían era sacrificar animales: toros, corderos, palomas. Y lo que Jesús hace es decir: Bueno, ¡basta! Esto se acabó. No es que Jesús estaba enojado, sino que simplemente está cambiando, está cambiando el sacrificio: Ya no se van a sacrificar más animales.
No hace falta que a Dios ofrezcamos la sangre de los animales. A Dios le vamos a ofrecer nuestros corazones. Y Él va a ser el sacrificado para poder perdonar nuestros pecados. El que va a comprar nuestra libertad, el que va a pagar nuestro rescate es Jesús. No serán ya esos bueyes, esos corderos, esas palomas, sino, Jesús es el que va a pagar el rescate.
Y lo que quiere que sacrifiquemos es nuestro corazón, en el sentido de poner nuestro corazón en el piso para que los demás pisen blando, para que los demás estén mejor. Servir, dedicarnos a servir, ser testigos del amor.
Nos dará ese mandamiento nuevo:
“Ámense los unos a los otros como yo los he amado. En esto conocerán todos que son discípulos míos: en el amor que se tengan entre ustedes”. En cómo se sirvan (Jn. 13, 34-35).
Por eso, este es el sacrificio que nosotros podemos hacer. Ya no hacemos más sacrificios de animales: lo que sacrificamos es nuestro corazón para parecernos a Jesús que es el que va a sustituir, va a ser el verdadero sacrificado.
DIOS DESEA NUSTRO CORAZÓN
Dios en la cruz, Jesús en la cruz, es el que consigue pagar la deuda de nuestros pecados, el que consigue liberarnos, el que consigue redimirnos, salvarnos. Nos muestra cuál es el camino para transformar el corazón.
Porque lo que Dios quiere es nuestro corazón. Nuestro corazón se tiene que sacrificar -es lo que estamos haciendo en esta cuaresma, a través de la penitencia, a través de las obras de caridad, a través de la limosna: Convertir nuestro corazón en un corazón parecido al de Jesús, en un corazón parecido al de Dios.
Porque eso es lo que necesita Dios: la conversión del corazón. Para eso Él se sacrificó, para eso Él se hizo como aquellos animales: una ofrenda a la cual mataron sobre ese altar que fue la Cruz, y en la cual nos gana nuestra libertad, nuestra redención, nuestra santidad, nuestro parecido con Dios.
Volvemos a parecernos a Dios. Los hombres sabemos que podemos parecernos a Dios porque Jesús nos ha conseguido la libertad, en la Cruz.
Esto es una idea como central en esta acción de Jesús de echar a los cambistas, pero sacando los animales. A los que Jesús golpea, si leemos despacio el Evangelio, es a los animales, no a los cambistas, no a los mercaderes. Él saca a los animales porque eran lo que sustituía el sacrificio.
Además, después pienso que Jesús también quiere como generar otra idea que no se puede comprar a Dios. A Dios no lo podemos comprar, no podemos adueñarnos de Dios.
A Dios no le podemos decir lo que tiene que hacer. Tantas veces lo hemos intentado esto en la historia: adueñarnos de Dios, transformar a Dios en la ley y hacerla nosotros la ley. Construir nosotros esos preceptos humanos con los cuales remplazamos a Dios.
Y de pronto, nos hemos llenado de preceptos, montones de preceptos, de ideas, de costumbres, de cosas, que van reemplazando, poco a poco a Dios, y se deja de ver lo importante.
Tenemos tantos preceptos, tantas cosas que cumplir, tantas prescripciones, tantos rituales, que al final Dios se confunde y se transforma en ley, se transforma en pura justicia. Y Dios no es un juez. Dios es distinto, Dios es misericordia -y misericordia es algo absolutamente creativo, nunca se repite.
Por eso pidámosle a Jesús que nos ayude a nunca querer comprar a Dios.
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