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INQUIETUDES

INQUIETUDES

ALGO GRANDE ESTABA POR SUCEDER

Inquietudes las tenemos todos… pero existen unas inquietudes más profundas que otras. Las inquietudes del corazón son especialmente profundas. No se satisfacen con algo superficial.

No por nada decía san Agustín:

Señor, nos creaste para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti

(Confesiones, 1, 1).

Pues Andrés andaba inquieto. “Se puso a buscar a Cristo, aun sin saber exactamente a quién buscaba. Sí sabía que buscaba algo que llenara su corazón. Tenía sed de una vida plena. 

No le parecía suficiente vivir para trabajar, para ganar dinero, para hacer lo mismo que todos… sin ver más allá del horizonte de su pequeña comarca. Tenía un corazón inquieto, y quería saciar esa inquietud” (Algo grande y que sea amor, Borja de León).

Por eso fue a orillas del Jordán a encontrarse con Juan el Bautista.

“Era un viaje largo, de Galilea a Judea (hay unos 100 kms.), pero la ocasión lo merecía. Algo grande debía estar a punto de suceder, porque hacía ya varios siglos que Dios no enviaba a su pueblo ningún profeta… y Juan parecía realmente uno de ellos” (Algo grande y que sea amor, Borja de León).

Fue precisamente estando con él, cuando Jesús pasó por su lado. El Bautista vino y les señaló a un hombre en sus treintas y les dijo:

«Este es el cordero de Dios»

Y Andrés, junto a su joven amigo Juan,

«Al oírle hablar así, siguieron a Jesús»

(Jn 1,36-37).

EL PRIMER DIA DEL RESTO DE MI VIDA

Cuando Juan y Andrés comenzaron a seguir a Jesús aquella primera vez, la situación debió ser un poco embarazosa para ellos. Se habían puesto en camino detrás de aquel hombre, pero ¿cómo le iban a abordar? 

No es muy convencional parar a alguien y preguntarle: «¿Eres tú el cordero de Dios?» 

Sin embargo, eso les había dicho el Bautista y, en realidad, era lo único que sabían de él… quizá estaban deliberando entre ellos qué podían hacer, cuando Jesús mismo,

«Viendo que le seguían, les preguntó: —¿Qué buscan?»

(Jn 1,38).

Al Señor, a Ti señor, te conmueven los corazones jóvenes, inquietos. Por eso, cuando te buscamos sinceramente, Tú mismo te haces el encontradizo de la manera más inesperada” (cfr. Algo grande y que sea amor, Borja de León).

Y aquello fue el inicio de todo para Andrés.

A mí me gustó el comentario que hizo uno, cuando le preguntaron qué pensaba, después de recibir un reconocimiento (un premio). Y decía aquel hombre, emocionado: “Este es el primer día del resto de mi vida”. 

Y esto fue así para Andrés Barjuán, natural de Betsaida, Galilea, pescador de oficio, que ahora empezaba a ser discípulo de Jesús. Pasaría a la posteridad como san Andrés, apóstol.

Andrés se encontró con Jesús. Fue el primero, así lo afirma la tradición. El primer eslabón de la cadena de apóstoles. ¡cuánto le debemos tú y yo!

¡Gracias, san Andrés por tu respuesta generosa, por tu búsqueda sincera de aquel que aquieta el corazón porque lo colma de todos sus dones!

Y es que no basta la inquietud. Hace falta más…

UN CORAZÓN INQUIETO

“Porque lo mismo ocurre con otros personajes del Evangelio, como aquel joven que se acerca un día corriendo a Jesús y le pregunta:

«—Maestro, ¿qué obra buena debo hacer para alcanzar la vida eterna?»

(Mt 19,16).

Está insatisfecho. Tiene el corazón inquieto. Piensa que es capaz de más. Jesús le confirmará, que su búsqueda tiene fundamento:

«Una cosa te falta…»

(Mc 10,21).

Bueno, podemos pensar también en los demás apóstoles (…) todos ellos eran «buscadores»: estaban a la espera de un acontecimiento maravilloso que cambiará sus vidas y las llenará de aventura. Tenían el alma abierta y hambrienta, llena de sueños, anhelos y deseos” (Deseando amar, José Brage).

Dentro de todo lo que nos encontramos en el Evangelio, unos supieron responder generosamente, otros no…

En el caso de los que no supieron hacerlo, pienso que aquella inquietud habrá perdurado, o habrá sido saciada (hasta cierto punto) con algo, tal vez no malo, pero menos noble, más pequeño, más pobre y chiquito (tal vez raquítico), comparado con el Señor.

Como dice el Papa Francisco, hablando de la vocación:

“La palabra ‘inquietud’ resume muchas de las búsquedas de los corazones de los jóvenes. (…) ésta sana inquietud que se despierta especialmente en la juventud sigue siendo la característica de cualquier corazón que se mantiene joven, disponible, abierto” (Christus Vivit, n. 138).

Así tenía el corazón Andrés. Ojalá que nosotros lo tengamos también, seamos jóvenes o no…

Andrés era un hombre inquieto, lleno de fe y esperanza que buscaba en las enseñanzas de Juan prepararse adecuadamente para recibir de Dios el cumplimiento de la promesa.

Por eso cuando encuentra a Jesús, o mejor, cuando es encontrado por Jesús, puede responder a la llamada del Señor con prontitud.

La respuesta no se improvisa, si quieres poder dar tú la tuya con autenticidad, debes prepararte en este adviento como lo hizo Andrés” (Noviembre 2017, Con él, Antonio Fernández).

APOSTOLADO QUE CONTAGIA

Prepararte. ¡Aprovecha, este adviento! (bueno, yo también). Que Jesús viene. Y nuestra respuesta no se improvisa. Porque estas cosas no se improvisan.

Andrés fue apóstol del Señor, incluso antes de que este le llamara para confiarle la misión. Porque inmediatamente después de su primer encuentro con Jesús (Contigo Señor), fue corriendo a ver a su hermano Simón para decirle que había encontrado al mesías y para llevarle con Jesús” (cfr. Jn 1, 41-42). 

Andrés es, como dice la Liturgia de la Iglesia Bizantina, el «protóklitos», que significa «el primer llamado», y a la vez el primero en llevar a otros a Cristo, empezando así a cumplir su encargo. 

El apostolado es algo a lo que llama Jesús –a ti te ha llamado (…) por el bautismo– pero llevarlo a cabo no es automático. 

El apóstol cumple su misión en la medida en que arde su corazón en el amor de Dios y comunica la alegría desbordante que nace de su encuentro con el Señor. 

Así sucedió con Andrés, y solo así puede suceder contigo: tu apostolado solo será en la forma de una superabundancia de tu vida interior. O, dicho de otro modo, únicamente serás apostólico si estás muy unido a Jesús y tu corazón vibra de verdad en la relación con Él. 

Porque el apostolado es contagiar esta vibración, como la contagió Andrés a su hermano” (Noviembre 2017, Con él, Antonio Fernández).

Pidámosle a san Andrés en este día en que celebramos su fiesta, que nos una más a Jesús, de manera que nuestro corazón vibre con él.

VIVIR EN RESONANCIA CON JESÚS

No sé si lo has escuchado o lo has visto, pero dicen que cuando uno tiene dos guitarras bien afinadas, basta tocar la cuerda en una de ellas, para que la otra entre en resonancia: vibra la misma cuerda en la otra guitarra sin que nadie la toque.

Pues, que entremos así, en resonancia con el corazón de Jesús. Porque eso hacen los apóstoles, empezando por san Andrés.

Contaba un sacerdote como –otro Andrés, no el apóstol, sino un estudiante de cuarto de derecho- que pasó todo el año en una capital extranjera completando su carrera. Comenzó a asistir regularmente a la adoración al santísimo que tenía lugar en una parroquia cercana. 

Él nunca se vio en la obligación de dar explicación de lo que hacía a sus compañeros hasta que, el último día, uno le preguntó dónde iba cada jueves. 

No quiso ocultarlo: —Voy a rezar a la parroquia. ¿Y cuál fue la respuesta de sus amigos? 

Dos de ellos le confesaron que sentían no poder acompañarle esta vez, pero que la próxima contara con ellos… Por desgracia, no hubo próxima vez. Andrés volvía a casa el sábado siguiente.

¡Si se lo hubiera propuesto solo unas semanas antes!” (Noviembre 2015, Con él, Fulgencio Espa).

Que no tengamos miedo de proponer cosas, que no tengamos miedo de acercar a los demás a Jesús. Si vibramos con tu corazón, Señor, esto nos va a salir de manera natural, porque es que ¿no nos hemos encontrado, tú y yo, al mismo Mesías que encontró Andrés?

Madre nuestra, Madre de Jesús, ayúdanos a vivir con Él, porque tu corazón está en completa resonancia con el de tu Hijo.

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