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HABLANDO DE LA CRUZ Y DE LAS CRUCES

Viernes. La santa Cruz

Las últimas semanas, aunque estemos en plena Pascua, he estado hablando con Jesús sobre la cruz. Y, de repente, me doy cuenta que la meditación de hoy, este rato de conversación contigo Señor, nos propone este mismo tema…

Porque hoy vemos cómo Jesús se adelanta a los acontecimientos y nos habla de la cruz. Dice:

“igual que Moisés levantó la serpiente en el desierto, así debe ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga vida eterna en él. (Jn 3,14-15).

Se refería a ser levantado en la cruz, a ser crucificado. Lo dices Jesús, te adelantas a los acontecimientos, porque sabes que lo vamos a necesitar para entenderlo; lo van a necesitar aquellos que te siguen. Y aun así no lo van a entender, no lo vamos a entender, del todo. Pero algo es algo, y con que tengamos una pizca de luz para comprenderlo ya es algo. Una pizca, un poquito, algo…

Porque la cruz no es tema sencillo…

Es más, solo piensa en el hecho de que “los cristianos tardaron seis siglos en pintar a Jesús en la cruz. Todas las imágenes de Jesucristo durante los siglos anteriores fueron imágenes del nacimiento, del Buen Pastor o de Cristo bendiciendo. Existe un famoso cuadro de Cristo muerto de Matthias Grünewald, no de aquella época sino de siglos después. En él se ve a un Cristo crispado, con los dedos de las manos y de los pies retorcidos y extendidos como las ramas de un árbol seco; el cuerpo está como si hubiera sido arado, y tiene clavados espinas y clavos en cada parte. Dostoievski dice que, mirando un cuadro como ese (…) durante mucho tiempo “se puede incluso perder la fe” [Dostoievski, El idiota, parte II, capítulo 4], por lo imposible de que un cuerpo así de destrozado pueda ser resucitado. (…)

HISTORIA DE AMOR…

Ahora, san Agustín afirma que de aquí surge la victoria de Cristo porque es [San Agustín, Confesiones, 10, 43] vencedor en cuanto víctima. Jesús le ha ganado a la violencia no oponiendo a esa violencia otra más grande, sino sufriéndola y poniendo al descubierto toda su injusticia y su inutilidad. Ha inaugurado un nuevo género de victoria. Fue “viéndolo morir así” que el centurión romano exclamó: “¡Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios!” (Marcos 15, 39). Los otros se preguntaban qué significaba el fuerte grito que Jesús emitió al morir. Él, que era experto en combates y combatientes, reconoció enseguida que aquel era un grito de victoria” (cfr. La historia de amor más grande jamás contada, Javier Aguirreamalloa).

Era una victoria en la que había derramado hasta la última gota de su sangre en singular batalla. Dios se había hecho Hombre y el hombre se había empeñado en hacerle daño a Dios… Como nos hacemos daño entre nosotros también.

Y Dios juzgó que, de todos modos, valía la pena hacerse hombre y poner al descubierto la injusticia y la inutilidad de la violencia. Estaba dispuesto a pasar por ese dolor, por ese sufrimiento y por esa muerte con tal de acompañarnos en nuestros dolores, en nuestros sufrimientos y en nuestra muerte…; con tal de acompañarnos cuando nosotros sufriéramos y nos pareciera, por donde lo miráramos, que se trataba de una injusticia tremenda.

La cruz iba a ser, a partir de ahí, el referente de la presencia de Dios en nuestras dificultades. Pero no como quien las manda, sino como quien las comparte. No como quien las quiere, sino como quien les puede dar algún sentido en cuanto decidimos voltearle a ver a Él y unir nuestros sufrimientos para acompañarle en el suyo. Así teníamos la posibilidad de no perder la cabeza con el nuestro, sino de compartirlo y darle algún valor sobrenatural.

FIESTA SANTA CRUZ

“Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.”

(Jn 3, 17).

Haber hecho esto es ya una victoria. Porque nosotros no éramos capaces de hacerlo. Él, Tú Jesús, lo conquistabas a base de vivirlo en carne propia. Esa victoria, esa conquista, es la que celebramos cuando celebramos (hoy) la fiesta de la santa Cruz.

Celebramos que Dios haya querido hacerlo por nosotros. Celebramos que la locura de su amor haya llegado hasta ese extremo. En que, como dices Señor en el evangelio:

«tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.» (Jn 3, 16).

O sea, para acompañarnos, ayudarnos, para salvarnos…

No sé en qué momento los hombres llegamos a pensar que la cruz es algo que Dios nos manda. O que mi dolor o mi sufrimiento es algo que Dios quiere… ¡Si eso fuera así, sería de locos celebrar la cruz!

“La mayor parte de la gente [y con toda la lógica del mundo], si oye decir que una enfermedad es un regalo de Dios, no lo entenderá; y es probable que acaben enfadándose con ese Dios que, según les han dicho, les ha «regalado» una enfermedad.

No, el dolor no es un regalo de Dios. Desear el mal a alguien, o hacérselo, es un pecado. Y Dios no peca. Dios no ha puesto unos mandamientos para nosotros y otros distintos para Él mismo. Dios no puede mentir, ni robar, ni ser infiel, ni matar, ni herir, ni hacer que alguien enferme: eso sería hacer un daño, sería hacer un mal… y eso es un pecado. Y Dios no puede pecar.

CONFIAR EN DIOS

Los mandamientos no son arbitrarios. Dios no puede cambiar mañana sus mandamientos y decirnos que ahora podemos robar y matar. Los mandamientos reflejan el pensamiento eterno de Dios (…). Aunque Dios no hubiera dado a Moisés los Diez Mandamientos, estaría mal robar, mentir o matar. Dios no se contradice a sí mismo. Al contrario, es (…) infinitamente coherente.

Y tampoco parece lícito suponer que Dios nos envía un mal físico para sacar después un bien moral. Una regla moral de siempre dice que el fin no justifica los medios. No podemos hacer un mal para obtener un bien. No podemos hacer voluntariamente un daño a alguien para obtener una consecuencia buena. Para que una acción sea moralmente aceptable tiene que ser bueno tanto la acción misma como el fin que se busca. Dios no es culpable nunca del mal, tampoco para sacar un bien” (cfr. El Dios de la alegría y el problema del dolor, Jorge Ordeig).

De manera que no le tengas miedo a Dios ni desconfíes de Él. Es más, búscale cuando se presente la cruz, porque es la única manera de conquistar ese dolor… Eso hizo Dimas, el buen ladrón. En cambio, su compañero Gestas tenía idéntica cruz, idéntico dolor, pero no supo voltear a ver a Dios que le acompañaba…

LA VICTORIA DE JESÚS

“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz de cada día, y sígame» (Lc 9, 23). (…) “notemos que Jesús no dice «si alguno quiere venir en pos de mí, yo le pondré cruces». No, no dice eso. Jesús, Dios, no nos pone ninguna cruz, no nos envía sufrimientos ni dolores. Los males que nos puedan acontecer no son voluntad de Dios. Pero sí es voluntad de Dios —recogida en estas palabras— que sepamos llevar la cruz con garbo siguiendo a Jesús.

Dando un paso más: sí es voluntad de Dios que nuestras pequeñas cruces de cada día nos sirvan para acercarnos a Dios, no para separarnos de Él. Sí es voluntad de Dios que sepamos dar a nuestros dolores un sentido que nos acerque a Jesús, que no le demos un sentido que nos llene de rencor y desesperación” (cfr. El Dios de la alegría y el problema del dolor, Jorge Ordeig).

Es difícil, por supuesto. Pero esa es la victoria de Jesús: que hizo posible para nosotros algo difícil.

Esto es lo que he estado meditando las últimas semanas y ya que Jesús me hablaba del tema, pensé que te podía servir a ti hablarlo también con Él.

De paso, no desaproveches que nuestra Madre santa María está al pie de la cruz. Siéntete también acompañado por ella.

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