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¡GRACIAS TOMÁS!

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Hoy celebramos la fiesta de santo Tomás apóstol. Me quiero fijar en una escena del Evangelio donde se muestra el deseo de Tomás de conocer más a Jesús, porque el cariño le lleva a querer saber más de Él, porque así son los amigos.

Aristóteles dice que:

“Los amigos son dos que cabalgan juntos, dos que caminan juntos”.

Y es bonito, porque cuando Jesús dedica más tiempo a hablar de su amistad con los apóstoles, es en la Última Cena. Allí es donde Jesús les dice claramente a los apóstoles:

“Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor; a ustedes en cambio, los he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi Padre se los he dado a conocer”

(Jn 15,15).

Jesús seguramente había hablado a fondo con sus discípulos más veces, pero aquí, se abre del todo, les cuenta todo, hasta los últimos secretos de su vida más íntima, de su vida con la trinidad, con el Padre y con el Espíritu Santo. Y hasta los detalles más íntimos de su propia misión, que va a ir hacia la muerte, porque Jesús quiere abrirnos su corazón.

RESPONDER A LA LLAMADA DE DIOS

Por eso es importante que leamos un poco el Evangelio cada día, que nos vayamos familiarizando con él, porque es ahí donde está escrito lo que el Señor quiere contarnos; los secretos más íntimos de su corazón.

Después de decirles algunas cosas, les dice también:

“A donde Yo voy, ya saben el camino…”

(Jn 14, 4).

Piensa que, si queremos caminar con el Señor, si queremos ser amigos de Jesús, significa ir a dónde Él va.

“Jesús, si yo quiero ser tu amigo, eso quiere decir: ir contigo a donde Tú vas”. Y no es simplemente como se suele decir: “pues ir en bola”; sino de responder personalmente a la llamada de Dios: ir a donde va Jesús, a donde Jesús me lleve.

Aquí es donde Tomás, el apóstol que celebramos hoy, hace una pregunta, que quizá nosotros, también hubiéramos querido hacer en ese momento, pero que quizá no nos atrevimos, como tampoco se atrevió ningún otro apóstol.

Dice Tomás:

“Señor no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”

(Jn 14, 5)

Uno de esos momentos en los que uno tiene ganas de decir: “Tomás, gracias, gracias porque todos estamos igual de perdidos que tú, pero fuiste el único valiente en preguntar”.

Seguramente, a Tomas también le costaría hacer la pregunta, porque pudo haber pensado: es que si pregunto, se va a notar que no me enteré de nada. Nadie quiere hacer ese tipo de preguntas, donde los demás, quizá, le puedan decir: pues ya se notó que no te enteraste o que no pusiste atención.

Sin embargo, esta vez, la pregunta es muy oportuna porque en realidad nadie se había enterado a fondo, de esas palabras de Jesús.

JESÚS ES EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA…

“Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”

Y Tú Señor, la respondes con una de esas frases, de las más conocidas del Evangelio:

“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida; nadie va al Padre si no es a través de mí”

(Jn 14, 6).

Pues, gracias Tomás por esta pregunta que nos das la ocasión de que Jesús se revela como el Camino, la Verdad y la Vida.

“Jesús, Tú eres el camino, Tú vas al padre, Tú vas a la vida eterna, Tú vas a la vida verdadera y Tú me estás invitando a esa felicidad plena y perfecta; y me estás diciendo que, el camino para llegar a ella, eres Tú”.

Eso es ser cristiano, como nos recordaba tanto el Papa Benedicto y luego el Papa Francisco, esas palabras famosas de Guardini: El cristianismo es una persona… una persona; es seguir a Cristo.

Quizá, después de estas palabras que te estoy dirigiendo para tu oración personal, te podrás preguntar, cara a cara, delante del Señor: ¿Yo quiero ir hacia Dios? ¿Yo quiero ir hacia la vida plena? ¿Yo quiero ir hacia la vida más auténtica? ¿Quieres eso? Seguro que la respuesta es: sí, sí quiero. Porque si no quisieras, para empezar, quizá no estarías haciendo esta oración, escuchando este audio, estos 10 minutos con Jesús.

Porque ir con Jesús, es algo muy bonito. Sin embargo, es cuestión de fe. Aquí de nuevo entra la vida del apóstol Tomás, esta que aparece en el Evangelio de hoy.  Quizá su aparición más famosa de todas, que nos puede ayudar también para cuando vacila nuestra fe, en el seguimiento del Señor y que nos puede ayudar para echar a volar la imaginación y pensar en la amistad de los apóstoles con Tomás, como la clave para que Tomás volviera a Jesús.

Me estoy refiriendo a aquella escena en la que Jesús, resucitado, se apareció a los apóstoles, pero Tomás no estaba con ellos, era el único que falta. ¿Por qué no estaba Tomás? ¿Fue sólo una casualidad? Probablemente, es que Tomás, después de haber visto a Cristo en la Cruz, no solamente había sufrido como los demás, sino que se encontraba alejado del grupo y sumido en una particular desesperanza.

LA UNIDAD DE LOS APOSTOLES

Sabemos que los apóstoles recibieron la indicación de Jesús de marchar en seguida a Galilea:

“Allá me verán…”

(Mt 28, 10).

Fueron las palabras de Jesús resucitado. Y entonces, ¿por qué aguardaron ocho días más en Jerusalén cuando ya nada les retenía allí? Y es aquí, donde te digo, que podemos echar a volar la imaginación y pensar que no quisieran irse sin Tomás, que ya habían perdido a Judas y no estaban dispuestos a perder uno más.

No querían irse sin Tomás, al que buscaron en seguida e intentaron convencer de mil maneras de que el Maestro había resucitado y les espera, una vez más, junto al mar de Tiberíades.

Al encontrar a Tomás le dijeron con una alegría incontenible:

“¡Hemos visto al Señor!”

(Jn 20,24)

¿Cuántas veces le habrían repetido esto? A este Tomás incrédulo, pero que, sin embargo, al final esa convicción profunda, esas palabras de los otros apóstoles, encenderían en él una pequeña chispa de esperanza.

Seguro que el Señor, que siempre nos busca a cada uno, como el buen pastor, aprobaría esta demora de los apóstoles. Y cómo agradecería Tomás eso más tarde, todos esos intentos que, a pesar de su tozudez, no lo dejaran solo en Jerusalén.

Es una lección que nos puede servir hoy a nosotros para examinar: ¿Cómo es nuestra caridad con los que se alejan de Dios? Quizá por una desesperanza, por falta de fortaleza.

¿Cómo es nuestra fraternidad con esos amigos que, en un momento dado, pueden caer en el desaliento y en la soledad? ¡No podemos abandonarlos!

El desaliento y la incredulidad de Tomás no eran fácilmente vencibles. Por eso, ante la insistencia de los demás apóstoles, él responde:

“Si no veo la señal de los clavos en sus manos y no meto mi dedo en esa señal de los clavos y mi mano en su costado, no creeré”

(Jn 20, 25)

Son palabras que dan una respuesta inconmovible. Son como una réplica dura a la solicitud de los amigos: ver para creer. Y sin duda la alegría de sus amigos, el gozo que llenaba su alma, le abrió a Tomás una ventanita de esperanza.

“Bueno Señor aquí estamos, con amor decidido a dar razón de nuestra esperanza a quien lo necesite”. La alegría de los apóstoles le ha devuelto a Tomás la esperanza. Y por eso, todavía incrédulo (pero ya no se separa más de ellos) vuelve y ahí está.

SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO

Por eso Jesús, finalmente se vuelve aparecer y así lo relata san Juan:

“A los ocho días, estaban de nuevo dentro sus discípulos y Tomás con ellos”

Fíjate, han conseguido que permanezca unido a ellos, eso es lo importante.

“Y estando cerradas las puertas, vino Jesús, se presentó en medio y dijo: -La paz esté con ustedes. Y se dirigió entonces amablemente a Tomás y le dijo: -Trae aquí tu dedo y mira mis manos y trae tu mano y métela en mi costado y no seas incrédulo, sino creyente”

Entonces, de nueva cuenta, gracias Tomás por esa expresión, de amor maravilloso que nos dejaste cuando viste y oíste a Jesús, expresaste en pocas palabras lo que se encendía tu corazón:

“¡Señor mío y Dios mío!”

(Jn 20, 26-28).

Estas palabras, que todavía se escuchan en los pueblos, de esas viejitas piadosas, cuando el sacerdote eleva la Hostia Consagrada, recién consagrada: “¡Señor mío y Dios mío!”. Una exclamación muy bonita.

Vamos a terminar, entre otras cosas, porque como estás escuchando, ya están dando las campanadas de la misa que voy a celebrar en un rancho, en una ranchería del estado de Jalisco, aquí en México, donde estoy atendiendo unos campamentos.

Pues vamos a terminar, como siempre, acudiendo a la Virgen. ¿Qué tan cerca estaría ella de los apóstoles en esos días? Probablemente ella fuera la causante de que los apóstoles no se fueran, de que se quedaran y esperaran a Tomás.

Vamos a confiar también nosotros a ella nuestra fidelidad al Señor y la de aquellos amigos que, de alguna manera, Dios ha puesto a nuestro cuidado.

Virgen fiel ruega por nosotros, ruega por mí.

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