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EL TESORO ESCONDIDO

El tesoro

EL TESORO

Me acuerdo una vez cuando yo era chico y estaba en el colegio, yo competía en las pruebas de atletismo, y resultó ser que se organizó un campeonato de atletismo en otra ciudad de Argentina de la que vivía yo, que quedaba como a 1000 kilómetros, -bastante lejos-.

Y resulta que, yo no tenía el dinero para ir a esa competición, mis padres no me lo podían pagar, por lo tanto, ya había quedado en no ir.

Sin embargo, un día iba caminando por la calle, y para mi gran sorpresa, me encontré en el suelo ¡muchos billetes tirados!

No sé si todos ustedes han tenido esa experiencia, quizá no muchos, tal vez solo algunos, pero de vez en cuando nos pasa…

Bueno, aquella vez… no era “uno”, sino que eran “muchos billetes”, no era una grandísima cantidad, pero con eso que me encontré, ya tenía más de la mitad del presupuesto necesario para el viaje.

Y así se lo llevé a mis padres y pude asistir a ese campeonato, y no solo asistir, sino que además ganar, no ganar el primer lugar, pero si el tercero.

VENDER TODO

Bueno, encontrar un tesoro, es al final lo que nos devuelve y nos da la vida. De eso nos habla el Evangelio de la Misa de este día, de esta XVII semana del Tiempo Ordinario.

Nos dice Jesús:

««El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo, el que lo encuentra lo vuelve a esconder, y lleno de alegría va a vender todo lo que tiene y compra el campo.»»

(Mt 13, 44)

Es una experiencia lógica, ese tesoro escondido, un tesoro que va a resolver todas nuestras necesidades, ya no tendremos que volver a trabajar -de alguna manera-.

¿Por qué? Porque en ese tesoro está todo, es un tesoro infinito, vale la pena vender todo por alcanzar ese tesoro.

Vale la pena como dice el texto: “Vender todo lo que uno tiene y comprar el campo”

Jesús no solamente habla del Reino como ese tesoro escondido que se encuentra, sino que también dice en el mismo Evangelio de hoy:

««El Reino de los Cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que, al encontrar una perla de gran valor, se va y vende todo lo que tiene y la compra.»

(Mt 13, 45-46)

¡Es lo mismo! Ya no es un tesoro como lo imaginamos, quizá como un cofre con monedas de oro, si no es ese tesoro expresado en una perla.

BUSCAR LO QUE VALE LA PENA

Una perla extraordinaria, finísima, pero que al final, el proceso termina siendo el mismo. Al encontrar esa perla de gran valor, va a vender todo lo que tiene, y la compra.

Todo, toda la vida, todo lo que uno posee, al final podríamos decir: ¡No vale nada! Con respecto a ese tesoro, a esa perla, a esa cosa de gran valor, qué es: ¡El Reino de los Cielos!

Ahora bien, cuando nos preguntamos: ¿Qué es el Reino de los Cielos? Quizás es bueno, que se lo preguntemos a Jesús.

“Señor, Tú, cuando hablas del Reino, del Reino de los Cielos, que hablas mucho, hablas siempre, porque toda tu predicación es sobre eso, ¿A qué te refieres con el Reino los Cielos?

Pienso que la respuesta a esta pregunta, nos la da el Señor de diferentes maneras en el Evangelio. Pero de una muy clara, al final de su vida: Jesús en la cruz, sobre su cabeza, tiene una inscripción: Jesús Nazareno rey de los judíos.

Jesús es rey, Jesús es rey de un orden nuevo, y a la vez como han dicho los teólogos: Jesús es el Reino.

Bueno, pienso que san Josemaría lo dice de una manera bellísima, extraordinariamente bella, y a la vez como sencilla y adaptada a nuestro entender, y lo dice citando específicamente el Evangelio que hemos leído y meditado.

Nos dice, ya no sobre un tesoro en concreto sino, sobre todo lo que puede haber en esta tierra.

Considera lo más hermoso y grande de la tierra…, lo que place al entendimiento y a las otras potencias…, y lo que es recreo de la carne y de los sentidos…

(Camino, punto 432)

TODO EL UNIVERSO

Y nosotros, siguiendo a san Josemaría en esta primera parte de este punto de camino, el punto 432, podemos hacer ese ejercicio:

Considerar: lo más hermoso y grande de la tierra, lo que place al entendimiento y a las otras potencias… lo que es recreo de la carne y de los sentidos…

Y podemos pensar cada uno, en esas cosas que más le gustan de su vida, que más le han gustado, que más le gustaría hacer, quizá cosas grandes…

Quizá entre cosas materiales, viajes por el mundo, contemplar tantas bellezas naturales, tantas obras del hombre, de arquitectura, de cultura…

Quizá ser capaz de la mayor sabiduría en el mundo, o no sé, más grande todavía… el amor, el amor de las personas, el amor de un enamorado, o el amor de un hijo a su madre o a su padre…

O el amor de un padre o de una madre a su hijo, tantas cosas grandes y bellas en el mundo…

Pero san Josemaría sigue, no solamente considera a Jesús sino además dice:

El mundo y los otros mundos, que brillan en la noche: el universo entero.

(Camino, punto 432)

No solamente las cosas que podemos encontrar aquí, sino ¡Todo el universo!

LEVANTAR LA MIRADA AL CIELO

Cuando en esas noches que a veces pasamos en el campo, donde no hay ciudades, y levantamos la cabeza, nuestra mirada al cielo, y miramos esa cantidad de estrellas, tantas constelaciones, tantas galaxias y nosotros somos tan pequeñitos…

Bueno, de alguna manera toda esa belleza junta, dice y sigue diciendo san Josemaría:

Y eso, junto con todas las locuras del corazón satisfechas…, nada vale, es nada y menos que nada, al lado de ¡este Dios mío! —¡tuyo!— tesoro infinito, margarita preciosísima, humillado, hecho esclavo, anonadado con forma de siervo en el portal donde quiso nacer, en el taller de José, en la Pasión y en la muerte ignominiosa… y en la locura de Amor de la Sagrada Eucaristía.

(Camino, punto 432)

Qué es pues, lo que vale más que todo lo que podemos encontrar en la tierra, lo que es un amor más grande, más bello y más perfecto que todos los amores que podemos alcanzar en esta tierra, es el: ¡Jesucristo!

EL TESORO INFINITO

Nada vale, es nada y menos que nada… dice san Josemaría, al lado de Jesucristo, ¡Él es el tesoro infinito, Él es esa perla preciosísima!
Y pone san Josemaría esas características de su vida: humillado, hecho esclavo, anonadado…

¿Y a qué se refiere precisamente? Al hecho de hacerse hombre y no solo hacerse hombre, sino hacerse pequeño, ponerse a nuestro lado, acompañarnos toda nuestra vida, ser para nosotros modelo.

AL LADO DE LA SAGRADA ESCRITURA

Y, además, como dice al final: ¡En la Locura de Amor de la Sagrada Eucaristía!

Qué son todas nuestras actividades, todas las cosas que tenemos que hacer cada día, qué son todos nuestros compromisos y nuestras relaciones, las salidas, el deporte, el trabajo y las relaciones familiares…

¿Qué son al lado de la Sagrada Eucaristía? ¡No son nada!

“Señor, podemos terminar diciéndole a Jesús: Señor, ayúdame a tener más fe, a saber reconocer el valor de tu presencia a mi lado, y especialmente ahí en el Sagrario y en cada Santa Misa y en cada Comunión.

Quiero valorar más esta presencia tuya, este tesoro infinito por el cual vale la pena dejarlo todo. Ayúdame, -y así me lo propongo hoy-, a vivir más y más de ese amor tuyo, de esa presencia tuya que me das todos los días.”

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