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EL TEMPLO ES NUESTRA CASA DE ORACIÓN

Nuestro templo de Oración

Hoy leeremos en el Evangelio que nos propone la liturgia para la misa, a San Lucas que nos dice que:

“En aquel tiempo entró Jesús en el Templo y se puso a echar a los vendedores diciéndoles: – escrito está: Mi casa es casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de bandidos. 

Y enseñaba todos los días en el Templo; los sumos sacerdotes, los letrados y los senadores del pueblo, intentaban quitarlo de en medio, pero se dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios”.

(Lc 19, 45-48)

Vemos aquí el celo del Señor por el Templo, aquel Templo maravilloso, el Templo de Jerusalén y, aunque es verdad que Dios está en todas partes, que no puede encerrarse en un templo o en cuatro paredes o en ladrillos hecho por mano de hombres.

Sin embargo, al Antiguo Testamento recordemos que Dios nuestro Señor pidió a Moisés, la construcción, al principio, un tabernáculo; era una especie de tienda de campaña donde los hebreos se iban moviendo en el desierto peregrinando allí durante años; también iban con ellos el Templo del Señor representado en aquel Tabernáculo que mandó a construir.

El Templo de Jerusalén

Luego, una vez que se asienta el pueblo judío, pues Salomón, también por indicación divina, comienza la construcción del Templo de Jerusalén y a ese templo acudía el pueblo a rendir culto público a Dios; nuestro Señor acudía a él.

Estaba escrito que los israelitas tenían que aportar al Templo alguna víctima para el sacrificio en algunas festividades, especialmente en el tiempo de Pascua.

Y para facilitar ese cumplimiento, se había montado en los atrios del Templo, un servicio, vamos a decir así: de compra y venta, un verdadero mercado de animales para el sacrificio.

Además, se cambiaban monedas, porque la existente tenía la esfinge del emperador romano y estaba prohibido pagar con esa moneda en el Templo o darlo de donativo.

Entonces, se hacía el cambio de una moneda del Templo, por unas monedas, por decirlo así, paganas.

En fin, todo eso lo que en un principio pues pudo haber sido tolerable, incluso hasta conveniente, había degenerado de tal modo que esa intención religiosa del proyecto inicial después parece que se fue subordinando por lo que el Señor hace y dice en Su tiempo, en un provecho económico de aquellos comerciantes que quizá eran los mismos sacerdotes y servidores del Templo que se aprovechaban de todos ellos.

Aquello se parecía más a una feria de ganado con todo lo que eso ello conlleva: el caos, la suciedad, los olores, etc. que a un lugar sagrado, que a un lugar de encuentro con Dios y el Señor al ver ese, digamos así, deplorable espectáculo y con mucha indignación, los echó del Templo.  Además, les saca en cara:

“Mi casa es casa de oración”,

hace una cita del Antiguo Testamento y así es con esa situación, quiso el Señor indicar cuál debería de ser ese respeto, esa compostura que tenemos que tener todos por el carácter sagrado que tiene.

Bueno, el templo cristiano mucho más, porque allí está el verdadero Templo que es Jesucristo en la Eucaristía, reservado en nuestro Sagrario y además, allí también se celebra el sacrificio Eucarístico donde Jesucristo, Dios y Hombre verdadero está verdadera, real y sustancialmente presente; reservado.

Cómo nos presentamos en la Iglesia

Eso para un cristiano significa muchas cosas, una de las principales que tiene que significar es el modo en el que nosotros acudimos al Templo, el modo en que nosotros vestimos para ir a la iglesia.

Ahora que estamos en tiempo de pandemia, apenas en algunos lugares y países están abriendo de un modo muy particular, cada uno en su país, en su ciudad.

Pero bueno, independientemente de esto: cómo nos vestimos, cómo vamos, qué gestos y posturas tenemos en el Templo; la genuflexión ante el Sagrario, que sea de verdadera adoración; cómo nos comportamos allí, si apagamos el celular por ejemplo, que es siempre una guerra; los pobres párrocos siempre están en guerra con sus feligreses de apagar el celular.

Son manifestaciones concretas, todo ello del respeto debido al Señor en su Templo.

No sólo la Iglesia enseña que la Santa Misa que se celebra en los Templos, es el centro de toda la Iglesia, de toda la vida del cristiano (además, ha determinando su liturgia, una lectura no solamente para que la viva el sacerdote que celebra, sino también los fieles que acudimos) ha querido también que nuestras iglesias sean verdaderas casas de oración como dice el Señor aquí:

“que sean verdaderas casas de oración”.

El sagrario también tiene que ser el centro, por eso, normalmente está en el mismo lugar: destacado y a la vez recogido para que todos los cristianos podamos honrar al Santísimo Sacramento, también un culto privado.

Tenemos que manifestar, incluso corporalmente, que estamos en el Templo, en la casa de Dios; nosotros también somos templos.

San Pablo nos lo decía: Somos templos del Espíritu Santo, templo viviente y por eso también tenemos que actuar como tales, porque somos hijos de Dios.

Ser templo del Espíritu Santo, es una comparación que no es por casualidad que la hace San Pablo, sino porque es verdad: con nuestra alma en gracia habita en cada uno de nosotros la Trinidad entera.

Esa forma misteriosa que porque no sabemos exactamente cómo es, en que el Señor habita en nosotros, lo llevamos dentro de nosotros.

Cuidar del culto de honor y ser celosos amantes

San Agustín decía que “el Señor es más íntimo a nosotros que nuestra propia intimidad” y eso no son exageraciones de los santos, de los doctores de la iglesia, sino que es así; es decir, el Señor nos eleva mucho con nuestra alma en gracia a vivir así: muy unidos a la Trinidad Beatísima.

Por eso ¡claro que somos unos templos!: templos del Espíritu Santo, donde está el Espíritu Santo, el Padre y el Hijo.

Bueno, son dos cosas: cuidar del culto del honor que merece la liturgia y estar dentro de una iglesia y que seamos celosos amantes, imitar al mismo Jesucristo de quien son esas palabras:

“El celo de tu casa me consume”

(Salmos 69, 9)

y le pedimos a nuestra Madre Santa María, ella que fue también, de un modo especialísimo, un verdadero templo, llevando al Señor dentro de sí, en cuerpo, sangre, alma y divinidad, que nos ayude a ti y a mí a comportarnos siempre como ella, con la presencia permanente del Señor, sabiendo que lo tenía muy dentro de sí.

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