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EL MILAGRO DEL AGRADECIMIENTO ALEGRE

EL MILAGRO DEL AGRADECIMIENTO ALEGRE
¿QUIÉN SOY YO, DIOS MÍO, PARA QUE ME QUIERAN TANTO?

Recuerdo haber estado hace ya algunos años en una tertulia multitudinaria con Monseñor Javier Echevarría, que en ese entonces era el Prelado del Opus Dei. 

El recibimiento fue -no sé- especialmente acogedor; la gente estaba muy contenta y se notaba el cariño. Ante esto, él dijo una frase que se me quedó grabada: -¿Quién soy yo, Dios mío, para que me quieran tanto?

Se ve que todo aquello le golpeaba (para bien, lógicamente). Y comentó que se le habían venido esas palabras a la boca, por ser las mismas palabras que repetía san Josemaría cuando notaba el cariño de personas a las que apenas conocía o con las que se encontraba por primera vez en su vida… ¿Quién soy yo, Dios mío, para que me quieran tanto? 

Y aquello no era una falsa humildad, se notaba que era una sinceridad natural. A mi me golpeó. Porque mostraba la humildad de los santos, que les lleva a tener conciencia, a maravillarse, de todos los dones de Dios y, en consecuencia, a agradecerlos.

DIOS SE MANIFIESTA 

¿A qué viene esto? “A que hoy Jesús, llegas a Nazaret, hablas en la Sinagoga. Te escuchan complacidos, pero parece ser el gozo de quien se complace por ser él el entretenido, por esperar recibir o presenciar algo, por poder presumir: -“Yo estuve” o “yo lo vi”.

Y tú, Jesús, no haces nada. No haces un número de magia, no sacas el conejo del sombrero. Y entonces empiezan a dudar, se comienzan a enojar…”

A mi me parece que se sienten con derecho a ser complacidos. Y allí está el problema. Como cuando nosotros exigimos a Dios hacer nuestra voluntad, qué haga lo que le decimos, lo que le pedimos…. Y, al no ver los resultados, nos enojamos. Es lo que piensan ellos. 

Y lo dice el Evangelio:

“Cuanto hemos oído que has hecho en Cafarnaún, hazlo también aquí en tu tierra”

(Lc 4, 23).

Y a nosotros se nos ocurre pensar: ¿Y por qué a fulanito sí y a mí no…? ¿Por qué Dios no me puede resolver esto? ¿Por qué no puede concederme este milagro? ¿Por qué no actúa en esto como yo quiero?

Quizá muchas veces nos hemos preguntado: ¿Por qué Dios no se manifiesta más claramente, por qué no habla más alto? A lo mejor incluso hemos querido rebelarnos ante esta forma suya de ser e ingenuamente hemos buscado corregirla. 

MISTERIO DIVINO

Benedicto XVI nos prevenía ante esta tentación, que se repite una y otra vez a lo largo de la historia, y decía: «Cansado de un camino con un Dios invisible, ahora que Moisés, el mediador, ha desaparecido, el pueblo pide una presencia tangible, palpable del Señor, y encuentra en el becerro de metal fundido hecho por Aarón, un dios que se hace accesible, manipulable, a la mano del hombre. 

Esta es una tentación constante en el camino de la fe: eludir el misterio divino construyendo un dios comprensible, que corresponda a los propios esquemas, a los propios proyectos» (Audiencia, 1-VI-2011) (Agradar a Dios, Diego Zalbidea).

Jesús lo sabe, y se le vienen a la mente dos personajes del Antiguo Testamento: la viuda de Sarepta y Naamán, el sirio. Dos personajes que no forman parte del pueblo judío, pero que fueron objeto de grandes milagros por parte de dos grandes profetas: Elías y Eliseo.

¿POR QUÉ ELLOS SÍ Y YO NO? 

Parece ser esa la pregunta flota en el ambiente. Y la pregunta se hace como quien reclama un derecho. Y esto es bastante atrevido…

Jesús podría responderles perfectamente, como en aquella parábola en la que el dueño de la viña le dice a los trabajadores que reclaman justicia en el jornal:

“¿No puedo yo hacer con lo mío lo que quiero?”

(Mt 20,15)

Y yo te digo: “Sí, claro que sí Jesús. Como tú quieras y con quien tú quieras”. ¿Quién soy yo para decirle a Dios cómo actuar?

Esto no deja de ser un misterio. porque Dios elige y lo hace por razones que desconocemos. No vamos nosotros a venir a corregirle la plana… 

Dios elige a Abraham, elige al pueblo judío, elige a Matías (el último apóstol que sustituye a Judas) y lo elige echándolo a la suerte, elige intervenir aquí o allá. 

¿Por qué a él, por qué a ellos…? ¿Por qué Pedro es el primer Papa? ¿Por qué Jorge Mario Bergoglio es el actual Papa?  Es un misterio… Pero el Espíritu Santo no tiene que consultarme a mí para tomar sus decisiones.

ME ELIGIÓ, ME CONSAGRÓ

“He aquí la petición que hizo un niño a Dios. (…) No tendría más que ocho años. Había ido a la iglesia con su madre, y cosa rara en él, en esta ocasión estaba bien formalito y rezaba con atención. 

En su cara se reflejaba cierta preocupación. La madre pensó que su hijo estaba pidiendo a Dios algo importante y le preguntó: «¿Qué le pides a Dios?». Y la respuesta del niño fue inmediata: «Que Pekín sea la capital de México, porque eso es lo que he puesto en mi examen de geografía»” (Jesús Azcárate Fajarnés, Octubre 2020, con Él). 

¡Seamos serios! A veces nos parecemos a este niño. Y resulta que nuestra fe se tambalea como la de los habitantes de Nazaret, cuando realmente todo aquello es un sinsentido.

Ahora, no quería detenerme solo en este aspecto de la escena. Y pensaba en esa frase que leemos en la Primera Lectura de la Misa de hoy:

“El Señor me dirigió la palabra: «Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré»”

(Jr 1, 4-5).

SIEMPRE AGRADECER

Todos somos objeto de una elección especial de Dios. “Fijémonos en algunos de esos beneficios que hemos recibido. En primer lugar, Dios nos ha creado y somos hijos suyos. 

Después, Cristo nos ha redimido y nos ha abierto las puertas del Cielo. También, estamos bautizados en la Iglesia Católica. Además nos ha dado a su Madre como Madre nuestra. ¿Y en cuántas ocasiones nos ha perdonado los pecados? Y podríamos seguir diciendo más dones. (…)

Te doy gracias, Padre, por el don de la vida. ¡Qué bello es vivir! Tú nos hiciste, Señor, para la Vida. La amo, la ofrezco, la espero. (…) 

Gracias, Señor, por el don inapreciable de mi Bautismo que me hizo hijo de Dios y templo vivo de la Trinidad. 

Gracias, Dios mío, por el sacramento de la Penitencia, en el cual Tú me perdonas los pecados. 

Gracias por la Eucaristía, donde me brindas tu compañía para recorrer el camino de mi vida; el poderte recibir en la Comunión, siendo el alimento espiritual de mi alma. 

También te doy gracias, Jesús mío, porque me redimiste con tu muerte en la Cruz y me has abierto las puertas del Cielo. 

Gracias, Señor, por todo. Sé que te agrada, cuando recibo algo de Ti, que lo reconozca y te dé gracias” (Jesús Azcárate Fajarnés, Octubre 2020, Con Él).

DIOS ME HA DADO TANTO…

“¿Quien soy yo, Dios mío, para que me quieras tanto? No me lo merezco. Al contrario de los habitantes de Nazaret, te digo: ¡No me lo merezco! Hacerme nacer en un hogar cristiano, haber estado rodeado de cuidados y cariño (mi familia, mis parientes, mis amigos y amigas…)”. 

Claro, siempre hay sinsabores, pero son las sombras las que dan el relieve. Luces y sombras. Pero las luces sobresalen. Siempre más alegrías, más gozos… ¿Qué le voy a reclamar? ¿Qué le voy a exigir a Dios que me ha dado tanto? ¿Quién soy yo para exigir…?

“Pero yo te pido un milagro hoy también, Jesús. Con todo respeto, y espero que no sea mucho pedir: te pido el milagro de darme cuenta de esto siempre. De ser consciente de esto”.

Y es que quien se da cuenta de esto, sabe ser feliz. Y lo ve todo como un regalo, como un milagro, como un mimo, una caricia, de su Padre Dios. 

LA VOZ A TI DEBIDA

Sucede como dice el poeta: 

«Y súbita, de pronto

porque sí, la alegría. 

Sola, porque ella quiso, 

vino. Tan vertical,

tan gracia inesperada, 

tan dádiva caída, 

que no puedo creer

que sea para mí» 

(Pedro Salinas).

El que no lo ve así, termina enfadado como los de Nazaret, y le entran ganas de despeñar a Jesús por el precipicio de su criterio egoísta. 

“Yo no quiero ser así…, no quiero tratarte así Jesús… Concédeme ese pequeño milagro, ayúdame”.

Le pedimos a nuestra Madre saber vivir alegremente maravillados de todo lo que su Hijo ha hecho y hace por cada uno de nosotros: Por ti y por mi.

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