Icono del sitio Hablar con Jesús

EL FUEGO DE DIOS EN NUESTRAS ALMAS

El fuego De Dios en nuestras almas

PIDIENDO ENERGÍA CINÉTICA

Leyendo el Evangelio de hoy, me salió del alma una petición de mi vida pasada -bueno, quiero decir, de mi vida de ingeniero- y decía: “Señor, dame más energía cinética”.
Esta petición es verdad que es un poco extraña, “pero leyendo tus palabras de hoy, Jesús, me acordé de aquello de que la temperatura en realidad es una medición indirecta de la energía cinética de las moléculas”. Es decir, vamos a decirlo en cristiano: si algo tiene mucha temperatura, es porque sus moléculas se están moviendo mucho; y mientras más frío esté, en cambio, menos se mueven sus moléculas.
Y entonces ¿por qué esta petición tan extraña? ¿Por qué más energía cinética? Bueno, porque un cristiano no puede estar congelado. Eso sería el equivalente a estar muerto. “Y tú, señor, no nos quieres cadáveres. Nos quieres vivos, con mucha vida interior, con mucha energía cinética. Y nos lo dice en el Evangelio de hoy:

“He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que esté ya ardiendo!”

(Lc 12, 49).

IMPOSIBLE QUEDAR INDIFERENTES

“Es que es imposible que el encuentro contigo, Señor, pueda dejarnos indiferentes”. Porque o sentimos un urgente deseo de crecer en vida interior y de corresponder con generosidad a tu amor, o nos provoca un rechazo porque creemos que tenerte cerca, en el fondo, nos complica la vida.

Y vemos capaz que la vida cristiana es algo bueno, pero complicado, algo inalcanzable, porque hay que renunciar a muchas cosas que a mí ahora mismo me parecen indispensables, imprescindibles, o cosas que me parecen impensables que podría dejar.
Ahora mismo, ¿qué producen en mí estos encuentros contigo, Señor? Esos encuentros en la oración y en los sacramentos ¿me hacen querer más o me hacen querer no complicarme más?
Yo espero que estos momentos de hablar contigo, Jesús, provoquen en nosotros lo primero: ese ilusionarnos por crecer en vida interior, en ser almas de oración; en que todo lo que nos suceda en el día, ya sea importantísimo o intrascendente, ya nos parezca excelente o nos parezca una tragedia, pues que todo nos haga acordarnos de ti y hablar contigo con esa naturalidad de quien habla con un amigo.

VIDA INTERIOR: FUEGO ENCENDIDO

San Josemaría, que fue un santo de profunda vida interior, es decir, con un corazón encendido en amor de Dios, nos da una pista de lo que podemos hacer en concreto para que crezca ese fuego de Cristo en nosotros.
En Surco dice san Josemaría:

“Te falta vida interior porque no llevas a la oración las preocupaciones de los tuyos y el proselitismo; porque no te esfuerzas en ver claro, en sacar propósitos concretos y en cumplirlos; porque no tienes visión sobrenatural en el estudio, en el trabajo, en tus conversaciones, en tu trato con los demás… – ¿Qué tal andas de presencia de Dios, consecuencia y manifestación de tu oración?” (Surco, 447).

¡Caray! esta lista de manifestaciones que nos propone san Josemaría, por supuesto que no son para desanimarnos. Podemos quedarnos en el ¡qué basura soy! ¡Cuan poca vida interior tengo!  ¡Poca reacción sobrenatural ante lo que me sucede! ¡Qué paciencia tienes conmigo, Señor! Pero eso no es lo que quieres tú, Jesús, en el Evangelio de hoy.

FUEGO QUE ENCIENDE EL AMOR

Tú quieres que ese fuego, que es manifestación de tu amor por nosotros los hombres, se encienda en nuestros corazones como un amor hacia ti. Y si Dios lo quiere, ¿qué podrá impedírselo? Pues solo nuestra libertad.

Y ahora mismo, mientras hacemos este rato de oración, Dios está queriendo encender el fuego de su amor en cada uno de nosotros. Pero eso no se va a producir “a juro”, contra nuestra voluntad. Es que el amor no funciona así. Es que nadie ama obligado. Siempre el amor es libre y libremente queremos amar a Dios, corresponder a ese amor de Dios por nosotros.
Pero hay que creer de verdad.

“Me dices que sí, que quieres. -Bien, pero ¿quieres como un avaro quiere su oro, como una madre quiere a su hijo, como un ambicioso quiere los honores o como un pobrecito sensual su placer? – ¿No? -Entonces no quieres” (San Josemaría, Camino 816).

Por eso podemos hacer nuestra oración diciendo: “Quiero, Señor, pero quisiera querer de verdad”. Te podemos decir, Señor, que te amamos, pero queremos amarte cada vez más, con obras y no sólo de palabras, recomenzando cada día, y hoy más que ayer. Y por eso es tan buena esta imagen del fuego, porque el fuego tiene que estar continuamente renovándose, porque si no, se extingue.

PARÁBOLA DE LAS VÍRGENES NECIAS Y LAS VÍRGENES PRUDENTES

Tú, Jesús, quieres que este fuego arda en nosotros y cómo no recordar esa parábola en la que el fuego que cada persona debía custodiar juega un papel fundamental. Es esa parábola de las vírgenes necias y de las vírgenes prudentes.
Podemos decir que la misión que tenía cada una de ellas se reducía a corresponder a esa predilección del esposo por cada una de ellas, esa predilección que les permitió estar en la primera fila en esos festejos nupciales. ¿Cómo tenían estas mujeres que corresponder este privilegio? Pues haciendo todo lo necesario para que sus lámparas tuvieran fuego. Si el fuego, como hemos dicho, es signo del amor, pues entendemos que esas vírgenes somos cada uno de nosotros, que tenemos que mantenernos alertas para que no se extinga en nosotros ese fuego.
En la parábola finalmente llega el novio y todo son nervios -bueno, al menos para las vírgenes necias porque se habían quedado dormidas y sin haber tomado ningún tipo de previsión. Sería una falsa caridad que las vírgenes prudentes pusieran en riesgo su propio fuego por intentar ayudar a las otras.

No olvidemos que estamos hablando del amor, concretamente del amor a Dios. Y por eso, amar menos a Dios o las cosas de Dios por intentar igualarnos al mundo, sería un suicidio, una imprudencia, una necedad. Por eso las vírgenes prudentes les dicen: No podemos darles de nuestro aceite.
Además, esas vírgenes prudentes saben que ellas no son la fuente del fuego. Ellas lo que tienen también lo han recibido, lo custodian, eso sí, como lo más precioso, y lo muestran a los demás. Y los cristianos debemos hacer lo mismo: debemos agradecer constantemente ese amor que todos los días recibimos de Dios por nosotros. De hecho, deberíamos hacerlo en este rato de oración y no dejar que se apague y mostrarlo a los demás.

VIDA PERFECTA

Ojalá podamos mostrar a los demás ese amor de Dios en nuestras vidas. Y no porque nuestra vida sea perfecta, sino porque en ella tenemos a Dios y no nos falta más. Las vírgenes necias decidieron no complicarse la vida, pero ahora tienen envidia de las prudentes y éstas, con la mayor rectitud de intención les responden que ese fuego no es de ellas, y las reconducen a donde pueden conseguir que sus lámparas se enciendan nuevamente. Y los cristianos debemos hacer también lo mismo: no atraer gente hacia nosotros, sino reconducir a todos hacia Dios.
Yo aprovecho y te recomiendo un libro que a mí me parece excelente que se titula: ¿Por qué sonríes siempre? Es relativamente reciente, de hace pocos años. Y ese libro recoge las historias de cinco mujeres que podemos decir que son mujeres verdaderamente empoderadas, porque sus vidas no son esas vidas de viajes y de éxito que nos encontraríamos, por ejemplo, en Instagram. Son vidas que son felices, son cinco mujeres normales, marcadas por el sufrimiento, pero son vidas felices. Y lo son, no porque la vida les sonría siempre, sino porque sus sonrisas están ancladas en el amor a Dios.

EN MEMORIA

Como en la vida de tantos santos: la de san Maximiliano Kolbe, cuya memoria celebramos el día de hoy, la de santa Teresa de Calcuta, de san Josemaría, de san Juan Pablo II, del beato Carlo Acutis, etc. De tantos santos de la Iglesia que podían sonreír siempre, a pesar de que sus vidas tuvieron siempre el signo de la cruz.
En sus vidas ardió ese fuego que Tú, Jesús, quieres que también arda en nosotros. Pues no nos quedemos solamente en la envidia los santos. Oye, ¡qué bueno sería ser santo! Es que Dios ha venido a prender fuego a la tierra. ¡Y cuánto desea que esté ya ardiendo en cada uno de nosotros! Está empeñado Dios en que tengamos vida interior -pues queramos tenerla también nosotros, por supuesto.
Y por eso la petición de la energía cinética. “Señor, que dentro de mí haya movimiento, que haya vida, que haya temperatura, que eleve también la temperatura de los demás para acercar más almas a Dios”.

Salir de la versión móvil