Al comienzo de su primera encíclica, Benedicto XVI (hace años ya), quiso dejarnos un par de pasajes del Nuevo Testamento en los que está como el centro el mensaje evangélico de la buena noticia que Jesús nos trae. Allí nos dice (ese Papa) que Cristo es el centro del Evangelio. Y tiene estas palabras que quizá hemos escuchado ya muchas veces que nos orientan tanto.
Decía entonces que:
“No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea sino por el encuentro con un acontecimiento con una persona que da un nuevo horizonte a la vida y con ello una orientación decisiva”.
Ese acontecimiento que acabamos de celebrar que es tu venida, Jesús. Ese acontecimiento que es nuestro encuentro personal con vos, con alguien. No tanto una decisión ética, no tanto unas enseñanzas como la experiencia de tratar a alguien que nos revela.
Y acá vienen las palabras con las que empieza esa encíclica que te comentaba que el Papa quiso tomar un par de pasajes del Nuevo Testamento y dice:
“Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”.
Eso es lo que vos Jesús nos revelas y que es tan importante.
EL DISCÍPULO AMADO
En ese mismo versículo que pertenece a una carta del evangelista san Juan, a quien hoy celebramos, dice también este apóstol:
“Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él”.
Y san Juan, el autor de estas palabras, que fue elegido muy joven por Jesús cuando el Bautista le señaló: “este es el cordero de Dios” y te siguieron, Señor, junto con Andrés y pasaron aquella tarde con vos. El mismo que vos después llamarías cuando se encontraba en la orilla del lago y que dejó las redes y a su padre para ir detrás de vos Jesús, para seguirte.
El que en ocasiones se mostraba impetuoso y te preguntó: “quieres que hagamos caer fuego del cielo y que los consuma” cuando no te querían recibir los samaritanos. El que se recostó en tu pecho en la Última Cena preguntándote quién era el traidor. El único de los 12 que estuvo al pie de la Cruz y recibió a María, a tu Madre Señor como Madre suya. El que te reconoció desde la barca cuando resucitado te apareciste en la orilla: “Es el Señor”.
El que vivió hasta edad avanzada y nos dejó el cuarto Evangelio y algunas cartas y el Apocalipsis. Que se llama a sí mismo el discípulo amado en su Evangelio sin querer revelar su nombre. El mismo nos dice:
“Dios es amor. Nosotros hemos creído en el amor que Dios nos tiene”.
OPCIÓN FUNDAMENTAL
Qué buen día hoy para, dentro de la octava de Navidad, pedirle a san Juan el discípulo amado, que también nosotros podamos decir que hemos conocido y hemos creído en el amor que Dios nos tiene. Conocerlo.
Conocerlo porque nos lo han transmitido esta misma tradición que estamos celebrando, la Navidad. Que nos remite al momento en que fuiste el Emmanuel “Dios con nosotros”, te quisiste quedar junto a nosotros. Conocerte también a través de los Evangelios.
Y creer, dice Benedicto XVI, siempre en la introducción de “Deus Caritas Est” que ese “hemos creído en el amor de Dios” puede expresar la opción fundamental del cristiano. Y me llama la atención que diga que creer es una opción fundamental.
Porque uno podría pensar que creer es algo espontáneo que surge de lo que uno ve, de lo que uno experimenta más que una decisión. Y sin embargo es así, es una opción, es algo querido libremente. De otro modo necesariamente creería toda la gente que se le comunica tus milagros Jesús, que Dios se hizo hombre.
ACOGER LIBREMENTE
Y no, no es así. Quisiste dejar, Señor como un espacio para nuestra libertad para que podamos acoger libremente este Misterio de tu amor a nosotros; que Dios es amor y que quien ama permanece en el amor y Dios en él. Qué bueno que nosotros hagamos esa opción, primero conocerte y profundizar en nuestra fe.
Pero también elegir creer. Creo en tu amor por mí. Creo Señor que me conocés, que me quieres, que me escuchas, que me ves (como decimos al principio de este rato de oración), que viniste a este mundo por mí. Y de ese conocimiento y de esa fe en el amor que Dios nos tiene surgirá el amor, es lo que nos muestra también el discípulo amado.
Que fue creciendo en el amor al prójimo y que dirá que es inseparable. “No ama a Dios a quien no ve; el que no ama a su prójimo, a quien ve”. Ese que era impetuoso, que lo llamaban hijo del trueno junto a su hermano Santiago con el tiempo se lo verá como tan cariñoso escribiendo: “hijitos míos”.
Y ya luego fue cambiando en él, se fue transformando.
AMAR DESDE LA FE
Y eso queremos hacer también nosotros, Señor. Que estos actos de fe, que desde la fe nos lleven a amar y amar con obras. Incluso a veces esos actos de amor con obras pueden ser un acto de fe. Por ejemplo: perdonar a alguien que no me da ninguna gana, que tengo mil excusas para alejarme; o alguien que no me cae bien, no tratarlo.
Pero por algo más grande que mis ganas o que mis criterios humanos, que puede ser la fe en el amor de Dios uno podría acercarse, perdonar, servir. San Juan recibió en ese momento tan dramático de la Cruz, en ese momento tan sublime Señor, de tu entrega por nosotros, le dejaste nada menos que a María a tu Madre: “he ahí a tu Madre” le dijiste al discípulo amado; y en él todos la recibimos.
Una cosa más para que le estemos agradecidos al apóstol y evangelista que hoy celebramos. Y Ella, cuánto lo habrá ayudado en su camino, en ese recorrido de transformar el corazón a san Juan.
También a nosotros nos ayuda. Madre nuestra, que podamos conocer más a tu Hijo, que elijamos creer. En primer lugar, creer en el amor que Él nos tiene, que nos impulsará a amar a los demás. Tantas veces en pequeñas cosas pero un amor que irá siendo cada vez más grande, que nos irá transformando. Que en estos días tan propicios para acercarnos a los demás, para perdonar y para recibir el amor de Dios, podamos dar un pasito en esa dirección. Se lo encomendamos también a san Juan, apóstol y evangelista.
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