UN RATO DE ORACIÓN
Hoy vamos a fijarnos en la Primera Lectura para hacer nuestro rato de oración, estos diez minutos… y los que tú quieras continuar en tu oración personal.
Pero antes, pensemos un ratito, un poquito de examen. ¿Cómo va nuestra oración? La tuya y la mía. ¿Te parece que la vas necesitando cada vez más?
No tanto porque sientas mucho esa necesidad, pero sí esa conciencia de que es importante y muy importante. No solo porque la oración nos ayuda y nos anima a hacer el bien sino, por supuesto, a buscar la santidad.
Para esto la oración es fundamental, nos recuerda lo más importante de nuestra vida. Pero decía no solo para eso, sino para una cosa muy personal y es esa unión con el Señor.
De repente no estamos por dentro súper emocionados de hacer la oración, pero ya sólo el hecho de estar con Jesús, de buscarlo una vez más, de ponerme a su alcance para que me diga lo que quiera.
La oración es como ese momento en el que me acuerdo de Dios y le digo: “Señor, estoy aquí y te quiero mucho”. Esto está presente en tu oración, es súper importante…
Y todos los frutos de la oración que vengan después, por supuesto, la confianza con el Señor, ese conocimiento más profundo que tenemos de Él, esas ganas de parecernos a Él, esas ganas de que más gente lo conozca.
La paz y la alegría que nos queda después de haber hecho un rato de oración. Incluso a veces con esfuerzo. Vamos pidiendo si ves que no encuentras esos frutos.
Todavía te cuesta mucho ver lo que hay detrás de la oración, de lo que significa. Pídelo con sencillez. No te olvides que no es solo una lucha tuya, ni siquiera principalmente la oración, no. Díselo al Señor con confianza.
NO RECHAZA A NADIE
Ahora, si nos vamos a la Primera Lectura de la Misa de hoy, está sacada de la carta de san Pablo a los romanos. ¿Y qué ocurre? Un poquito de contexto…
San Pablo está haciendo una explicación amplia de lo que significa la salvación de Dios para todos los pueblos, la salvación universal a la que ha destinado a toda la humanidad en Cristo Jesús.
Pero claro, esto presenta un problema. ¿Qué pasa entonces con el pueblo elegido? Si el Señor, si Tú, Señor, has querido que todos los hombres se salven y todos estemos destinados a esa felicidad eterna, al Reino de los Cielos a través de Jesucristo, pasando por su persona.
Entonces ¿qué tan importante es ahora esa pertenencia al pueblo elegido? Es que Dios los rechaza o los repudia.
Y a esto responde san Pablo en su Carta con una frase contundente. Dice:
«Dios no ha rechazado a su pueblo»,
pero lo que quiere hacernos entender es que la salvación no viene por la pura pertenencia de raza o de etnia, sino por la fe en Jesucristo, que es un acto personal. La fe es un acto personal, un acto libre.
De modo que la salvación nos viene a través no del lugar de nacimiento, sino del corazón que cree en el Hijo de Dios.
Por eso, una vez más, aparece aquí lo que en el Evangelio tantas veces se repite:
«Siempre se trata del corazón».<
La cuestión de la salvación siempre se ha tratado de una decisión libre que nace del corazón del hombre. Siempre se ha tratado de nosotros antes y ahora todavía más.
Este es el mensaje de san Pablo para judíos y gentiles. Es cuestión de fe, es cuestión del corazón, Es cuestión de corresponder libremente a la gracia.
CAMINO, VERDAD Y VIDA
Y eso, ¿qué nos dice a ti y a mí?… Son aplicables estas mismas palabras, estas mismas verdades. Es cuestión de fe, de que tú y yo lleguemos a esa intimidad, cercanía y confianza con Jesucristo para alcanzar la salvación.
Porque esa misma intimidad, cercanía y confianza es el contenido de esa salvación. Ya lo ha dicho el Señor:
«Yo soy el camino, la verdad y la vida».
Piensa ahora en lo que comentábamos, en la presencia de Dios, al comienzo de este audio. Claro, la oración es de alguna manera, escaparnos al Cielo por un momento. No sólo la oración, también la misa, por ejemplo.
Pero en la oración se da especialmente esa cercanía personal de conversación y confianza que tanta falta nos hace, y que es un anticipo del Cielo. ¿Qué haremos en el Cielo? Estar con Dios…
Y, ¿qué hacemos en la oración? Pues ir probando, ir poco a poco, aprendiendo cómo estar, cómo se siente… Aprender a ver lo que vamos a disfrutar en el Cielo plenamente y para siempre…
Ten presente aquella frase que dice que:
“Dios premia de acuerdo a nuestra esperanza”.
¿Qué nos da Dios para la vida eterna? De acuerdo a lo que hemos esperado durante nuestra vida. Tenemos la esperanza puesta en estar con Él, pues Dios nos lo dará por su misericordia, y mirando nuestros méritos personales.
Pero nos premiará con el Cielo siempre que lo hayamos querido también previamente. Y al contrario, si una persona no pone su esperanza en el Cielo, sino que pone su esperanza más bien en sí mismo, en las cosas materiales o en las cosas de este mundo, pues al final se quedará sin Dios.
VIVIR SIN SENTIR RECHAZO
La vida eterna no será más que alcanzar definitivamente y para siempre lo que esperamos.
Pero si quieres, te lo digo con la frase completa que es de san Juan de la Cruz, y que está bellamente expresada:
«De Dios, obtenemos tanto como esperamos».
Es impresionante… ¿Cuál sería un buen negocio entonces en esta Tierra? Pues esperar lo más grande: Aspirar al Cielo.
A pesar de los pesares, a pesar de las cosas que te den miedo. No, no… Dios quiere que esperemos lo grande. Dios quiere que pensemos en grande, por eso nos ha hecho hijos suyos.
Piensa por eso, despacio. ¿Qué actitudes en tu vida son de poca esperanza? Por excelencia el miedo. El miedo siempre tiene algo que ver con la falta de esperanza.
Las dudas de ir hacia una vida más generosa, más entregada, de decidirse quizá a vivir más plenamente nuestra vocación de cristianos.
La falta de tranquilidad, es que a veces, en la conversación con mucha gente aparece esto, como ese descontento y me dicen: —Padre, no estoy contento. Algo me falta.
Bueno, quizá tu esperanza no está todavía fijada en el Cielo. De repente, todavía tu esperanza está un poco en las cosas de este mundo. Y que no es que sean malas, pero están desordenadas. Le falta un centro que dé sentido a todo, y eso solo lo puede dar Dios.
La falta de abandono, que también eso es falta de esperanza. Y al revés… ¿Cómo es una persona llena de esperanza? Una persona confiada con que las cosas se desbaratan y se desarrollen tanto… Todo va a ir bien.
DIOS NO TE RECHAZA NUNCA
Por último, ten muy presente esas palabras también de la carta de san Pablo:
«Dios no ha rechazado a su pueblo».
Dios no rechaza a nadie. Esta frase, ¿no te llena de esperanza? Dios no te rechaza nunca.
Si alguna vez, por tus pecados te has sentido pasivo, triste, angustiado, no es porque Dios te rechace, es que estás muy lejos de Dios. Ojo, no vayas a pensar que lo que sientes es la ira de Dios, su rechazo y su enfado. ¡No! Lo que sientes es lejanía de Dios.
Es como imagínate estar en una noche de fogata, una noche muy fría y estar cerca del fuego caliente y de pronto te alejas… En ese momento sentirás un frío horroroso. Pero no tiene la culpa el fuego. Acércate al fuego, acércate al calor y verás como vuelves a sentirte bien.
Siempre podremos acercarnos a ese amor grande, incondicional de nuestro Padre Dios. Esta es nuestra esperanza.
Acudimos a nuestra Madre Santísima, Madre nuestra, ayúdanos, tú que eres esperanza nuestra. Y así le decimos en las Letanías: «Santa María, Esperanza nuestra, Ayúdanos» a tener una esperanza a prueba de todo.
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