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BUSCAR A CRISTO

Diogneto

Celebramos hoy la fiesta de Tito y Timoteo, esos dos colaboradores de san Pablo.  Ayer celebrábamos la conversión de san Pablo y hoy los vemos a estos dos que fueron obispos y que impulsaron sus comunidades para conocer cada vez más a Dios.

Me parecía interesante unir esto a la misión del cristiano, tanto en el hogar como en el mundo.

Hay una epístola que se llama epístola A Diogneto que fue descubierta en 1436.  Fíjate, hasta ese momento había estado completamente olvidada.

Es un documento del Siglo II que empieza, de hecho, así:

“Veo, excelentísimo Diogneto, que tienes gran interés en comprender la religión de los cristianos”.

Realmente tiene una calidez impresionante para meternos en cómo los cristianos vivían ya en los primeros siglos.  Recuerda que esto está muy cerca de Tito y Timoteo.

Dice el texto:

“Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres.  Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito (o sea distinto), ni llevan un género de vida distinto.

Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres, sino en Dios mismo”.

Cuando uno ve esto y se da cuenta de que esos cristianos tenían la seguridad de que lo que les habían dado era de manos de Dios… esa doctrina no era suya, era una cosa que venía del Cielo y, por lo tanto, tenían que cuidarla.

Por lo tanto, tenían que comportarse de tal modo que se note que ellos eran cristianos, porque cuidaban esos detalles sin hacer cosas totalmente distintas, porque no tenían una forma de hablar sola o no vivían en sitios solo-cristianos, sino al contrario, estaban metidos en el mundo, como estamos tú y yo metidos en el mundo.

Ahora, es interesante ver cuál era la realidad del Siglo II, porque una persona podía ser condenada a muerte solo por el hecho de ser cristiano.

La delación por cristianismo conllevaba el arresto inmediato, además del posterior interrogatorio del reo.  Si en el transcurso del mismo negaba la acusación de cristianismo, era liberado.  Pero si decía que era cristiano, inmediatamente, era condenado a muerte.

CARTA A DIOGNETO

Es una cosa muy fuerte esto, pero es lo que vivían los del Siglo II y ahí es donde recibe esta carta Diogneto que dice:

“Igual que todos se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben (o sea no abortan).  Tienen en común la mesa, pero no el lecho”.

(No hay cama, no hay fornicación ni adulterio).

Y continúa este autor escribiéndole a Diogneto y dice:

“Viven en la carne, pero no según la carne.  Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo.  Obedecen las leyes establecidas y con su modo de vivir superan estas leyes.

Aman a todos y todos los persiguen.  Se los condena sin conocerlos.  (…)  Sufren deshonra y ello les sirve para dar gloria; sufren detrimento en su fama y ello atestigua su justicia.

(…) Son tratados con ignominia (o sea duro) y ellos, a cambio, devuelven honor.  Hacen el bien y son castigados como malhechores. (…)

Los judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad”

(De la Carta a Diogneto -escrita a finales del s. II).

Esta carta nos puede dar bastantes luces.

“Señor, estos primeros cristianos que vivieron en el Siglo II, Diogneto que quería conocerlos -que seguramente se volvió cristiano-, nos dan un ejemplo claro de que nuestra vida no puede ser cualquiera; de que tenemos que conocer más a Cristo; que tenemos que hacer que nuestra vida valga la pena”.

Y para valer la pena, tenemos que cimentarnos más en Jesús.  “Señor, ayúdanos a cimentarnos más; en creer más en Ti”.

CUATRO ESCALONES

Decía san Josemaría que:

“Ser cristiano es identificarse con Cristo”

Y eso es lo que queremos ser.  Queremos seguir esta misión, identificarnos realmente contigo y, este esfuerzo por identificarse con Cristo, san Josemaría decía que había distinguido como cuatro escalones:

“El primero es buscarle; el segundo, encontrarle; el tercero, tratarle; y el cuarto, amarle”.

Y ahí tenemos que estar.

“Señor, queremos buscarte, buscarte cada vez con más fuerza y encontrarte -por supuesto- porque esa es la única forma de tratarte y amarte”.

A veces se nos van las fuerzas criticando o cuando nos quedamos resentidos o cuando nos quedamos con esa sensación de que estamos perdiendo o que nos ven la cara de tontos…

“Señor y no estamos decididos a que Tú realmente nos ames, a que lo que realmente vale la pena es el Reino de los Cielos que viene después”.

¿De qué nos sirve guardar tesoros aquí? Lo dice el Señor en san Mateo:

“No amontonéis tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los corren y donde los ladrones socaban y los roban. Amontonen, en cambio, tesoros en el Cielo, donde ni la polilla, ni la herrumbre los corroen y donde los ladrones no socaban ni roban.  Porque donde está tu tesoro ahí está tu corazón”

(Mt 6, 19-21).

“Ay Señor, ¿cuántas veces hemos perdido de vista estas cosas tan importantes y nos preocupamos o nos afanamos por las cosas de la tierra? El dinero, el prestigio o que no me invitan y al otro sí lo invitaron, las envidias…

Señor, queremos renunciar a todas estas cosas para tener realmente nuestro corazón en el Cielo y por eso estamos dispuestos a pasar por lo que tengamos que pasar: por una enfermedad o por un momento de dinero un poco más apretado o por una cosa familiar que tal vez no nos termina de gustar”.

Pero en todos esos ambientes es donde tenemos que dar gloria a Dios; es donde tenemos que manifestar que somos cristianos.

¿Y CÓMO MANIFESTARNOS?

No perdiendo la alegría, pidiéndole a Dios siempre que la gente vea que no perdemos la esperanza; que, aunque nos duela, aunque nos revolquemos, siempre estamos alegres.

Sí, con dolor se puede estar alegre; con dolor se puede estar alegre; con preocupaciones se puede estar alegre; con estrés -por supuesto- porque sabemos que nuestro tesoro está en el Cielo.

En cambio, cuando está aquí en la tierra, claro, rápidamente perdemos los papeles y no vivimos como le están explicando a Diogneto.

Vivimos más bien en una tontería, en una forma de querer que todo pase aquí en la tierra y de tenerlo todo aquí en la tierra, cuando en realidad el tesoro debe estar en el Cielo.

“El verdadero cristiano está siempre dispuesto a comparecer ante Dios.  Porque, en cada instante -si lucha para vivir como hombre de Cristo-, se encuentra preparado para cumplir su deber”

(San Josemaría, Surco 875).

Si hoy día te piden el alma, ¿podrías decir que has estado cumpliendo tu deber?  ¿Que has estado poniendo tu corazón en el Cielo?

Estas son las preguntas que nos tenemos que hacer, porque si no, vivimos demasiado hacia la tierra y poco hacia el Cielo.

Hay que intentar darse cuenta de que uno de los principales problemas que hemos tenido, una tragedia, es identificar, hacer actos de piedad, con tratar íntimamente a Dios.

Me parece que es útil que todos veamos esto, porque las normas de piedad, lo que nos tienen que hacer, es ir cambiando el corazón.

Solo cuando tratas a Cristo en tu oración personal -como estamos haciendo en este instante, en estos 10 minutos con Jesús, que estamos intentando hablar con Él-, es cuando le tratas íntimamente.

Por eso repite conmigo: “Jesús, que tenga mi corazón en el Cielo.  Que no les dé tanta importancia a las cosas de la tierra, porque todas son relativas, lo único que realmente importa eres Tú Señor.

Lo que quiero es poner mi corazón en Ti y aceptar, de buena manera, todas las cosas que vengan, porque me doy cuenta de que así empezaré a buscarte; así te encontraré; así te trataré y, finalmente, llegaré a amarte locamente y pondré todas mis esperanzas en el Cielo”.

¿Quién nos va a enseñar esto? La Virgen María, porque ella puso, desde el principio, las cosas en el Cielo y conservaba todas las cosas duras, guardándolas en su corazón.

Esa es la forma en que ahora nos ayuda ella, a que tengamos esa visión sobrenatural.

Enséñanos señora a encontrar a tu Hijo, a buscarle, a encontrarle, a tratarle y, sobre todo, a amarle.

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