Icono del sitio Hablar con Jesús

UN PEDACITO DE CIELO

del cielo

Al comenzar esta oración mental, dejémonos iluminar por la Palabra de Dios, que siempre nos guía y consuela.

Hoy meditamos en el Evangelio de san Marcos y recordamos aquel momento en que Jesús, enfrentándose a la incredulidad de los saduceos, les explica la verdad sobre el Cielo.

Sabemos que estos hombres no creían en la resurrección y le hicieron una pregunta capciosa sobre una mujer que había tenido siete maridos y ninguno le había dado descendencia.

Jesús, al ver la intención de estos saduceos, les aclara:

“Están en un error, porque no entienden las Escrituras ni el poder de Dios. Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni los hombres tendrán mujer ni las mujeres marido, sino que serán como los ángeles del Cielo”.

Eso quiere decir que no habrá esta atracción o esa unión carnal, sino que seremos como ángeles del Cielo.

“Y en cuanto al hecho de que los muertos resucitan, ¿acaso no han leído en el libro de Moisés aquel pasaje de la zarza, en que Dios le dijo: ‘Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Están, pues, muy equivocados’”

(Mc 12, 24-27).

Así termina este pasaje, pero estas palabras de Jesús nos llevan a reflexionar sobre una verdad fundamental: que nuestra verdadera morada no está aquí en la tierra; que somos ciudadanos del Cielo y nuestra vida aquí es sólo una preparación para la eternidad.

PARA ENTRAR EN EL REINO DE LOS CIELOS

Los santos y las santas de Dios nos recuerdan continuamente que nuestro destino es el Cielo.

Creo que antes era un poco más fácil, porque antiguamente muchas almas consagradas se retiraban a la vida monástica, “muriendo en vida” y el mundo era un ejemplo para esas personas que vivían sólo para Dios.

Ese testimonio nos recordaba con más fuerza de que estamos de paso en la tierra.

Aunque hoy tengamos tantas señales visibles de esta verdad, necesitamos mantener viva la conciencia de nuestra mortalidad y la realidad del juicio que nos espera una vez que muramos.

El Señor nos advierte que es difícil para un rico entrar en el Reino de los Cielos. Esta enseñanza nos tiene que llevar a recapacitar a que no podemos estar pegados a las riquezas o a las comodidades terrenales. Hay que aprender a vivir en una pobreza de espíritu que nos abra a la gracia de Dios.

Esto nos puede también llevar a pensar en los pobres. De alguna forma, tienen más fácil el acceso al Cielo. Tal vez los enfermos y las personas que han sufrido mucho tienen ese acceso más directo.

¿CÓMO NOS PODEMOS PREPARAR?

Hay un pasaje que se recoge en los apuntes íntimos de san Josemaría Escrivá que está también recogido en un libro de Andrés Vásquez de Prada (que es su biografía), una reflexión que es muy fuerte. Dice:

“No quiero dejar de anotarlo, aunque ya he despersonalizado las Catalinas

(así llamaba san Josemaría a esos textos de sus apuntes íntimos),

desde hace tiempo: muchas veces, cansado de la lucha un poco (Él me perdona), envidio al enfermo sarnoso, abandonado de todos en un hospital: estoy seguro de que se gana el Cielo muy cómodamente”.

Yo he leído varias veces esto Señor y cada vez me golpea más. Sí, se ganan el Cielo a través de ese dolor, a través de esa situación difícil que a veces les toca afrontar solos.

Y es afrontar solos durante un poco tiempo aquí en la tierra y luego gozar completamente en el Cielo. Entonces, los que tenemos más, ¿cómo nos podemos preparar para el Cielo?

Algo que sale evidente, es que no nos apeguemos tanto a las comodidades, a los bienes, a nuestro propio criterio o a nuestros propios gustos. Intentar ver cuál es la voluntad de Dios y cumplirla, así nos preparamos.

Ver en cada cosa que nos sucede pruebas y oportunidades para ganarnos puntos para el Cielo. Porque queda claro que cada acto de paciencia, cada vez que respondemos con amabilidad, cada vez que soportamos con gracia una molestia, estamos acumulando tesoros en el Cielo.

Estas pequeñas mortificaciones y estos actos de amor son caminos para nuestra salvación.

HABLAR DEL CIELO

San Josemaría también nos invita a quemarnos como la lámpara que cuida el Sagrario, así, poco a poco, viviendo cada momento con intensidad y amor a Dios:

“Piensa qué grato es a Dios nuestro Señor el incienso que en su honor se quema; piensa también en lo poco que valen las cosas de la tierra, que apenas empiezan ya se acaban…

En cambio, un gran Amor te espera en el Cielo: sin traiciones, sin engaños: ¡todo el amor, toda la belleza, toda la grandeza, toda la ciencia…! Y sin empalago: te saciará sin saciar”

(San Josemaría, Forja punto 995).

¡Qué hermoso! Señor, yo quiero prepararme para ese Cielo y quiero aprovechar todas estas oportunidades que me das en la tierra.

Sé que te son especialmente gratos mis esfuerzos por tratar bien a la gente, a los pobres que son tus elegidos Señor; por tratar bien a la gente que ha sido -por así decir- menos favorecida.

Tú nos dices que cuando les hemos hecho a ellos un favor es a Ti mismo al que hemos hecho ese favor. Hablar del Cielo…

¡Qué importante es hablar del Cielo! Porque ahora no se escucha tanto el término: muerte. De hecho, es casi como algo que evitamos porque trae mucha tensión al ambiente, pero es importante hablar del Cielo y para hablar del Cielo hay que hablar también de la muerte.

Recordar el Cielo para mantener la esperanza de la vida eterna.

PENSAR EN EL CIELO

Hay una anécdota entre el jovencísimo san Juan Bosco que fue a ver al padre Cottolengo a expresarle estas mismas dudas:

“Padre Cottolengo, vengo a pedirle un consejo: ¿qué remedio debo recomendar a las personas que vienen a contar que están aburridas de la vida, desesperadas y llenas de mal genio por la pobreza, por las enfermedades o por el mal trato que les dan los demás?”

Entonces el padre Cottolengo, con esa sabiduría de los años, le dijo:

“Mira, Bosco. El mal de aburrimiento y de la desesperación es el mal moderno más común de todos. Para combatirlo, nos ha mandado Dios un gran remedio: pensar en el Cielo que nos espera. No olvides nunca que: un pedacito de Cielo lo arregla todo”.

Don Bosco puso en práctica este consejo y pronto vio resultados maravillosos y personas tristes, personas que estaban desesperadas, al escuchar sobre el Cielo y la alegría que nos espera después, cambiaban su semblante, renacían.

Así nosotros también debemos vivir como resucitados, con la alegría del Cielo que nos espera.

Hace ya algunos años, estaba con unos pobres, indigentes (y con algunos voluntarios y monjitas) que vivían en la calle y les dije que ellos eran los preferidos de Dios y que Dios les tenía preparado un Cielo muy grande a ellos.

Al final de ese fervorín que hablé, se me acercó una señora a decirme que cómo les podía decir eso, que aquí tenían toda una vida durísima y que tenían que sólo sufrir para ganarse el Cielo.

ENTRAR EN EL CIELO

Es que eso es lo que nos dice un poco el Evangelio que estamos viendo. El Cielo es realmente hacia donde vamos y el Señor ha escogido a esta gente para mostrar sus preferencias.

Ha escogido lo pobre, lo poco, lo desechado de la tierra para confundir a los sabios, a los que han recibido mucho.

Vamos a pedirle a nuestra Madre, ella nos va a ayudar a entrar en el Cielo. Tengamos esta alegría de tener como un pedacito de Cielo. Ella nos ayuda cada vez que rezamos el Ave María:

“(…) ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte”.

Señora, que tengamos siempre presente el Cielo, para que esa presencia nos ayude a estar siempre contentos y a soportar cualquier cosa que nos venga, con ese ánimo sereno, porque tú estarás al final de nuestro camino.

Salir de la versión móvil