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CONFIANZA EN LA INCERTIDUMBRE

centurión

CONTRASTES

Como te habrás fijado, estos días que has podido participar de la Santa Misa, o hayas leído algún libro o alguna homilía acerca del Adviento… O, estos días que estás escuchando los audios de 10 minutos con Jesús. Claro, durante el Adviento, la Iglesia nos propone figuras que contrastan mucho, fuertes contrastes.

Contrastes, por ejemplo, como el que nos propone el profeta Isaías. La figura del desierto y la lluvia.

El desierto como símbolo de la humanidad, que sin Dios está desierta, es decir, sin vida, sin lo más elemental que es el agua, y la lluvia que viene del Cielo y que es una imagen de Dios.

La humanidad por eso, sedienta de Dios y que implora, que pide a Dios que baje, que venga. Ésta es la del ansia de la venida del Mesías. Pero es un fuerte contraste:  desierto y lluvia, ¿verdad?

O por poner otro ejemplo, también característico del Adviento, que es la imagen misma de Juan Bautista. Juan Bautista es un contraste fuerte en sí mismo.

El contraste con una vida acomodada, con una vida que busca placeres, que busca gozos de este mundo. Y la imagen misma de Juan Bautista que proyecta austeridad, rudeza. Vestía, como sabes, con piel de camello. Se alimentaba con langostas y miel silvestre. No vivía en un lugar, digamos, acomodado.

La misma imagen de Juan Bautista es una fuerte contradicción. La idea misma de conversión a la que invita en su mensaje san Juan Bautista: cambio de rumbo, transformación. Un ir más allá, un cambio de vida y de mentalidad. Un fuerte contraste.

JUSTOS ANTE DIOS

El Evangelio de hoy, nos presenta también esto, un fuerte contraste, el de una mujer que no podía tener hijos, una mujer estéril que da a luz. Y es nada menos que la madre de Juan Bautista. Seguramente te suena, por lo menos en sus rasgos esenciales la historia.

Zacarías estaba casado con Isabel, la prima de nuestra madre, Santa María, y ambos eran un matrimonio muy bueno. Eran -dice la Escritura- justos ante Dios.

Fíjate, no dice solo justos, hay muchas personas que a ojos de los demás, de sus amistades, de la sociedad, son gente muy correcta.

Pero claro, no es lo mismo decir ‘esta persona es buena’, a decir ‘esta persona es buena delante de Dios’. Estamos hablando de una bondad de otra categoría mucho más importante y en realidad la decisiva.

Así que ambos ‘eran justos ante Dios’ y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor. Era gente muy buena. Ambos. No tenían hijos porque Isabel era estéril y los dos eran de edad avanzada…

¿Te imaginas dos personas mayores, viejecitos y que no habían podido tener hijos? Es inevitable, quizá para ellos también, pensar ¿por qué Dios no los bendijo con hijos?

Quizá Isabel muy pronto, o muy poco después de haberse casado, empezaría a ver con cierta pena, cómo sus vecinas o sus amigas, iban ya por la calle con pequeños en brazos, o incluso de la mano. Pero para ella no había llegado aún esa bendición…

CONFIANZA Y FE

Y pasa, lo que no pasaba sólo en los tiempos de Jesús, también ahora que cuando ocurren cosas similares, en seguida nos viene la idea: ¿qué he hecho mal? ¿Por qué Dios me pone esta prueba? ¿Por qué Tú señor a veces parece que nos castigas sin razón, o de un modo desproporcionado? ¡No nos das lo que te pedimos!

¿Te imaginas cuánto habrá rezado Zacarías e Isabel por tener hijos? Es la ilusión de todo padre y toda madre de familia y, además, felizmente casados.

Quizá entonces esa pareja joven de Zacarías e Isabel conversarían. Zacarías quizá intentaría consolar a la mujer: —Tranquila. Ya vendrán los hijos. Ya los enviará el Señor…

Pero lo cierto es que se habían hecho ya mayores, y eso no había ocurrido. Qué difícil es por eso pensar, o dejar de pensar en un castigo. Qué difícil es no mirar la propia vida y decir: ¿qué he hecho mal en algo? ¿No estoy agradando a Dios? ¿Por qué no me da esto? ¿Por qué no me lo concede?

No es esto lo que dice la Escritura, pero podríamos pensarlo, ¿qué pasaría por el corazón de Isabel o de Zacarías? Porque son pensamientos que en el fondo vienen de nuestra debilidad y de nuestra fe… Porque sabemos que Dios, si quiere, nos lo puede conceder.

No ofende a Dios preguntarnos el porqué de las cosas, está bien si nos lleva a rezar, no necesariamente nos lleva a la pérdida de la fe, pero sí de buscar los porqués y el porqué de Zacarías y de Isabel.

¡Era porque Dios tenía un plan preparado para ellos, mucho más grande de lo que podían imaginar! Y pasó precisamente el día que nos narra el evangelio de hoy.

ANUNCIACIÓN DE JUAN BAUTISTA

«Zacarías, que era sacerdote, fue sorteado para ofrecer ese día la ofrenda a Dios, la ofrenda perpetua que sólo se podía ofrecer una vez en la vida, y ese derecho se ganaba por un sorteo. 

Precisamente este día le tocó a Zacarías, así que era un momento de suma felicidad muy especial para Zacarías. 

Y el momento en el que se acercó a ofrecer el incienso, se le apareció un Ángel que le dijo: —No temas, Zacarías, tu ruego ha sido escuchado. Tu mujer Isabel, te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegría y de gozo, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor»

(Lc 1, 8-14).

Pensemos un poquito hacia atrás… Tantos años de ilusión, tantos años de oración pidiendo descendencia. Tanto tiempo de pensar Zacarías y su esposa en esos ‘porqués’

Que finalmente este día -que ya había comenzado a ser especial por la enorme suerte de Zacarías de ofrecer el sacrificio perpetuo-… No imaginó que el día era todavía mucho más grande y todavía mucho más especial de lo que parecía.

Porque aquel día, toda su vida, incluso su pena, todas sus oraciones, encontraron un sentido: ¡Dios lo había elegido para ser el padre de Juan Bautista, su precursor, el que le abriría el camino al mismo Salvador, a Jesús!

TÚ SABES LO QUE ME CONVIENE

Pensemos por eso un momento: ¿Cómo pides? ¿Pides con exigencia? ¿Pides con fe? ¿Pides con confianza? ¿Pides incesantemente? ¿Pides, mirándote sólo a ti en lo que te falta, en lo que necesitas o crees necesitar?…

O, ¿estás dialogando con Jesús? O, ¿estás dispuesto a que el Señor te lo conceda en el momento de la manera que Él quiera?

Porque no tenemos tú y yo esa valentía de Jesús: “Señor, mira, aunque yo no lo entienda, Tú sabes qué es lo que me conviene. Y si alguna vez no me das lo que te he pedido, que sepas que lo entenderé… No te voy a abandonar”.

Y éste es un hermoso y gran contraste, de una mujer estéril que podríamos pensar, que simboliza también a la humanidad sin Dios. No podemos dar más. No podemos ser felices. No podemos encontrarte, Señor, a la iniciativa Divina, a Dios que se acerca y de pronto todo lo transforma, y lo que parecía no tener ya esperanzas, recibe la bendición de Dios que todo lo puede.

Y una mujer estéril da a luz. ¿Dejaremos de confiar alguna vez tuyo en Jesús? Pues yo creo que no. Vamos a pedirle a Jesús, que ese es un regalo.

Podemos hacer propósitos ahora, pero, sobre todo, es una gracia que a través de Nuestra Madre Santísima se la vamos a pedir: “Señor, danos una confianza en Ti a prueba de todo. Y dárnoslo a través de nuestra Madre Santísima”.

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