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CÓLERA Y DESEO DE VENGANZA

Jeremy
PERDER LA COMPOSTURA

El otro día mi querida madre, mi querida mamá, me contó que uno de mis hermanos la llevó a un lugar; y qué pues no sé por qué, pero mi hermano como que perdió un poco la paciencia conduciendo porque alguien hizo alguna infracción de tránsito, y él reaccionó mal.

Incluso bajó un poco la ventana. No sé si dijo algo, si tocó pito o claxon o puso luces… En todo caso, se dió cuenta de que perdió la compostura un poco.

Y entonces yo le dije en ese momento: —Mamá, ¿sabes qué? A mí me pasa lo mismo aquí en Bogotá. —¡Ay, no! ¿cómo así?…

Entonces le conté que es verdad, y que hay veces y no me gusta que, cuando yo hago fila para coger un semáforo, se me atraviese alguien. No me gusta que se me pasen; no me gusta cuando veo que alguien está como ofensivo en el tráfico y no me dejo…

Bueno, como yo me conozco y sé que me pasa esto, tengo que luchar. Tengo que decir no, un momentico, un momentico, un momentico…

Cuando llegué en esta segunda temporada a Bogotá le dije esto a un amigo, y me dijo: —El tráfico aquí es tremendo, yo no sé qué hacer, pierdo la paz y me canso mucho.

TRANQUILO Y SERENO

Entonces él me dio un consejo muy bueno y me dijo: —Mira, si tu sabes que te vas a encontrar, ¿para qué te azaras? ¿para qué te aceleras? ¿para qué perder la paz? ¡Tranquilo! Si va a ir a algún sitio, salga diez minutos antes y se va tranquilo, sereno…

Entonces, hablando con mi mamá, le dije: —Mamá, ¿por qué crees que yo me conseguí una bicicleta? ¿Y por qué crees que le puse un motor eléctrico? Porque esa es la trampita que le tengo a la bicicleta de movilidad, a la que le puse una plaquita que dice ‘sacerdote a bordo’, (y de ahí lo que se vino después en el canal de YouTube y el canal en Instagram: ‘Sacerdote a bordo’).

Claro, porque yo no quería llegar aquí siempre quemado. Entonces más bien, llego tranquilo, respirando aire puro… -pero no es muy puro-… Pero llego tranquilo y sereno, no acelerado. No llego apurado ni perdiendo la paciencia.

«Bueno, Señor, tenemos un corazón muy sensible que puede reaccionar con mucha facilidad, con odio, con cólera, con venganza. ¿Y por qué? Porque somos así. Somos así, somos así…»>

DESEO DE VENGANZA

Mira el Catecismo, en el punto número 1772 habla un poquito de lo que son las pasiones. Ejemplos eminentes de pasiones son el amor y el odio; el deseo y el temor; la alegría, la tristeza y la ira. Son pasiones que habitan el corazón. Y una de ellas, tristemente descubrimos, es la reacción de la venganza.

Sin ir muy lejos, cuando vemos una película de Hollywood y hay un personaje malo, malo, malo, estamos esperando que se venguen de él. Que el bueno siempre salga vencedor o incluso que tome venganza del malo.

«Jesús, y cuando leemos tu vida sabemos que muchos te odian, pero nunca esperamos que Tu tomes venganza. No, porque sabemos que eres bueno y no nos puedes defraudar. 

El bueno siempre tiene la virtud y siempre tiene que defender la virtud. Y es algo que admiramos del Redentor y del Salvador. ¡Gracias, Señor! Porque así nos das ejemplo, así nos enseñas». 

La cólera, que palabra tan cacofónica. Cólera. Cólera… Experimentamos la cólera. Y la cólera es un deseo de venganza, Señor. Y no quiero hablar de los pecados capitales, que también son una mancha en el corazón. La soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula, la pereza. ¡Ay, Dios mío!

Bueno, esta meditación no pretende ser como un palo de agua que nos cae, un baldado de agua que nos cae encima y que nos sentimos terrible. No, no, no.

Mira, ¿por qué te cuento esto? Jesús, estamos hablando con Vos porque el Evangelio hoy va por ahí.

Nos dice san Mateo:

«En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: —Habéis oído que se dijo “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: —No hagáis frente al que os agravia.

Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra. Al que quiera ponerte pleito como para quitarte la túnica, dale también el manto.

A quien te requiera para caminar una milla, acompáñalo dos, y a quien te pide, dale. Y al que te pide prestado, no le rehuyas»

(Mt 5, 38-42).

LEY DEL TALIÓN

Es una enseñanza de nuestro Señor. Y entonces estuve averiguando un poquito de por qué Jesús hace alusión a la ‘Ley del talión’ que existía, la de ‘ojo por ojo y diente por diente’. Y entonces encontré dos explicaciones.

En el libro del Éxodo se menciona esta ley para ‘regular’ el modo en que se hacía justicia, evitando que se convirtiera en una venganza desproporcionada. Nadie podía excederse cobrando el doble o siete o diez veces más, sino que el castigo sería igual a la ofensa.

«Jesús, ¿podríamos decir entonces que la venganza es una costumbre ancestral? Sí, porque es como lo normal, como la moneda con la que se debe pagar». 

Y la segunda explicación es que en sociedades muy primitivas, como reacción a un mal sufrido, era normal tomarse la justicia por la propia mano y devolver al agresor un daño mayor. Esto generaba una cadena de agresiones y reacciones cada vez más violentas, que causaban grandes males y sufrimientos.

En su momento la Ley del talión: ojo por ojo y diente por diente, ayudó a atemperar esas escaladas de violencia, al marcar el límite de ojo por ojo y diente por diente, estableciendo que el mal devuelto podía ser equivalente al sufrido, pero no mayor.

DIOS ESTÁ DENTRO DE NOSOTROS

Pero llega Jesús y dice ¡No! Te pegaron en la mejilla, preséntale la otra. Estás haciendo fila para pasar el semáforo y se te coló uno, pues deja colar dos. ¡Ay no Señor, yo no puedo con eso la verdad! Me da una rabia, ¡qué paciencia!

Pero tengo que sonreír, ¿no? Porque además soy sacerdote y puedo generar un escándalo… por eso mejor me monto en la bicicleta y ya está la solución. ¡Jesús, cámbiame el corazón!

Hace dos semanitas, bueno, hace solo una semana fue Pentecostés y el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado. Tenemos al Espíritu Santo en nuestro corazón, en nuestra alma. ¡Dios está dentro de nosotros! Se ha derramado amor y por eso debemos dar amor.

Me acuerdo de la primera meditación que prediqué en 10min con Jesús hace muchos años, allá en noviembre del 2018. Y hablaba de la naranja exprimida. ¿Qué pasa cuando uno exprime una naranja? ¿Qué sale? ¡Jugo de naranja! No va a salir jugo de, no sé, de pera o de mango o de zapote… No, sale jugo de naranja.

Pues, ¿qué pasaría si exprimieran nuestro corazón? ¿Qué saldría? ¿Odio, ira, venganza, cólera? ¡No, no, no, no, no! Tiene que salir amor. El amor de Dios que ha sido derramado. ¡Que se derrame amor!

DERRAMAR AMOR

Señor, me gustaría contar otra anécdota, pero ya no hay mucho tiempo. Es la anécdota de una mamá que, (en el colegio en el que estoy) cada año regala muchas flores para la procesión del Corpus Christi.

Y entonces llamé a agradecerle y le pregunté por qué lo hacía. Y me dijo: —Padre, es un compromiso que yo hice con mi mamá, porque mi mamá era quien las regalaba. Pero le quiero contar algo: mi mamá siempre quiso que yo estudiara en este colegio. Y me presenté dos veces y las dos veces no me recibieron.

Pero, Padre, aquí estoy, metí a mis hijas en este colegio al que quiero muchísimo, y que a pesar que no pude estudiar aquí, no tuve el perfil, aquí estoy. Y además, regalo las flores para la procesión del Corpus Christi.

Fíjate qué reacción tan impresionante, debería haber reaccionado de otra manera. ¡Yo no meto a mis hijas aquí, ni por el chucho! ¡Y además que cuento de regalar flores para el Corpus Christi, que se las consigan como puedan! Y no, no es esa la reacción de su corazón. Es diferente…

Bueno, quiero terminar este rato de oración con la oración de san Francisco de Asís, que da tanta paz, da tanto coraje y anima tanto…

«Señor, hazme instrumento de tu paz. 

Donde haya odio, siembre yo amor;

donde haya injuria, perdón;

donde haya duda, fe;

donde haya desaliento, esperanza;

donde haya oscuridad, tu luz;

donde haya tristeza, alegría. 

¡Oh Divino Maestro!, 

que no busque ser consolado, sino consolar;

que no busque ser querido, sino amar;

que no busque ser comprendido, sino comprender;

porque dando es como recibimos;

perdonando es como Tú nos perdonas;

y muriendo en Ti, es como nacemos a la vida eterna»

(Oración de san Francisco de Asís).

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