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CENTRO DE GRAVEDAD

Escoger la mejor parte

Todo comenzó con un resfrío. Así solía comenzar el relato del evangelio de hoy, un sacerdote amigo: Todo comenzó con un resfrío…

“Lázaro se agravó de muerte, mientras Jesús estaba lejos. Las dos hermanas le enviaron un empleado con este sencillo mensaje: Señor, aquel que tú amas está enfermo.”

(cfr. Jn 11, 2-3).

Era un mensaje de confianza en que, Jesús va a actuar a su favor. Pero Jesús, que estaba al otro lado del Jordán, continuó su trabajo sin moverse de donde estaba. A los apóstoles les dice:

“Esta enfermedad será para Gloria de Dios.”

(cfr. Jn 11, 4).

Y luego les añade:

«Lázaro, nuestro amigo ha muerto y me alegro de que esto haya sucedido sin que yo hubiera estado allí, porque ahora vais a creer.”

(Jn 11, 14).

Menos mal que, santa Marta no es alguien llena de actividades simplemente, sino que la vemos en el Evangelio hoy, que estaba totalmente segura de quien era el Señor. De hecho, así lo confesará cuando Jesús resucita a Lázaro finalmente, y le dice:

“(…) Yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.”

(Jn 11, 27).

Marta encontró que el sentido profundo de todo trabajo, de todo lo que hacía en medio del mundo, no era simplemente realizar cosas, competencias profesionales, sino que era también servir a Jesús, era estar con Dios, ese era el centro de gravedad de su vida.

Porque todas nuestras tareas se convierten en servicio a Jesús, se convierten en realización de nuestra fe, si los ofrecemos por amor a Dios.

El Señor nos lo ha dicho muy claro:

“En verdad les digo que cada vez que lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron.” (Mt 25, 40).

OFRECER A DIOS TODO LO QUE HACEMOS

Toda tarea que emprendemos, toda tarea que realizamos, si lo hacemos por amor a Jesús, son para Dios. No son cuestión de quedarnos con algo, sino dando de beber a alguien, dándole una ayuda a otro, considerando también esto que puedo regalarle a este otro… hacemos un servicio, Jesús.

Consideremos estas palabras del Señor, porque son las que Marta también vivió durante su vida. Ahora, en este tiempo de frío extremo o de calores extremos, depende del lugar, podemos ayudar a muchos hermanos nuestros.

Jesús le prometió a Marta, no solamente que encontraría descanso junto a Él, de hecho, los visitaba con frecuencia a Marta, María y Lázaro, sino que también le dijo: Mira, hay algo más encima de todo lo que estás haciendo…

Primero, porque estaré yo con ustedes, como los acompañaban, pero a veces nosotros nos podemos quedar en una misión humana o muy corta.

Fíjate, Jesús es el único que puede prometer algo tan importante. Lo decía san Josemaría en el libro Amigos de Dios en el punto 200:

“Mienten los hombres, cuando dicen para siempre en cosas temporales. Solo es verdad, con una verdad total, el para siempre cara de Dios; y así has de vivir tú, con una fe que te ayude a sentir sabores de miel, dulzuras de cielo, al pensar en la eternidad que de verdad es para siempre.”

Vos y yo también podemos vivir ese “para siempre” o “para siempre” que es también acompañar a Jesús en las cosas que hacemos, vivir con los demás, también como Dios quiere que vivamos. Porque la tristeza, a veces, se puede quedar en cosas de acá de la tierra y nos olvidamos de ese para siempre.

Nos olvidamos de por qué hacemos las cosas, para quién hacemos las cosas, si estamos enamorados de Jesús o no.

SER CARITATIVOS

 

La tristeza de este mundo es la acedia que, a veces, se queda en las cosas temporales, como decía también el cardenal Robert Sarah. Mira en la vida que también nosotros sepamos mirar más allá, que no nos quedemos con una mirada contingente, podemos tener una experiencia mucho más alegre.

Jesús, nuestro Señor, que vivía ahí en Galilea, pero cuando visitaba Jerusalén solía acompañar a esos tres hermanos, también mostraba esa caridad. No es que, simplemente, estaba en cosas operativas y nada más, no. Jesús sabía pensar en el otro, rezaba con los otros, compartía cosas con los demás.

Me acuerdo de una anécdota de un chico que tenían que operar, tenía pocos años y hacía falta una transfusión de sangre. Entonces, los médicos vieron que su hermano menor tenía también el mismo grupo sanguíneo y le dijeron al padre que le parecía si su hermano menor, su hermanito, donaba sangre para su hermano.

Y cuando el padre se lo preguntó, la verdad que el chiquito se sorprendió un poco, pero le dijo: -Me lo voy a pensar. Pasaron unas horas y el chiquito volvió y muy solemnemente le dijo al papá: -Estoy de acuerdo.

Entonces el padre se sorprendió más todavía, fueron a donar sangre y cuando terminaron de sacarle sangre al chiquito, se quedó muy quieto esperando y le dice: – Bueno, ¿cuándo me muero? Como diciendo esta donación de sangre es terminal, acá se termina la historia.

Este chiquito había dado “todo lo que tenía”. Al final había sido un poco de sangre para su hermano enfermo, pero a veces nosotros queremos hacer lo mínimo y necesario: Que no puedo dar más… Es que no me puede exigir todo siempre a mí…

Marta, efectivamente, está en muchas cosas, pero se ve que se preocupaba y se ocupaba por sus hermanos. La actitud que tenía para Jesús era una actitud total. No era una actitud pasiva: a ver qué pasa…

SANTA MARTA

De hecho, esperaba tanto de Jesús, porque ella había dado tanto. Se inquietaba y estaba un poco nerviosa, quizás, porque tenía todo pensado humanamente, pero Jesús sabía mucho más allá.

El Señor, cuando trata a Marta y a María, las trata con ese amor total, un amor para siempre, un amor que no se queda en cuestiones de acá, de esta tierra. Tiene más hondura Jesús, tiene una particular fuerza, en el sentido de que está centrado en lo que está haciendo.

Viene a amar como Él también nos ha enseñado a amar. A veces, se piensa un poco el mandamiento del amor como un mandamiento olvidado, un mandamiento que hay que recuperar. Un mandamiento que es urgente vivir.

Amamos poco y a veces demasiado tarde, se dice. ¿Cómo vivimos nosotros la caridad?

Marta vivía una caridad quizás operativa, pero la vivía, ¿no? ¿Cuál es nuestro centro de gravedad a la hora de vivir la caridad? No podemos ser como esa remera o esa camiseta que llevaba grabada: “Cambio cuñado por víbora venenosa”.

No, no podemos ser personas que lastiman a otros con los comentarios o personas que faltan al sentido de la caridad.

Me gustan las palabras de san Juan Crisóstomo, que dicen: “no hay señal ni marca que así distinga al cristiano y al amador de Cristo, como el cuidado de nuestros hermanos y el celo por la salvación de las almas.” (San Juan Crisóstomo, Homilías sobre lo incomprehensible, 6, 3).

Ahí está el centro de gravedad, ahí está el centro que Jesús nos marcó: la caridad. Ahí está la buena actitud, que también Marta y María vivían. Marta, que hoy celebramos su fiesta, también tenía especial cuidado. Sabía que lo hacía por Jesús y de hecho lo reconoce así a Jesús.

PONER AMOR EN LAS COSAS PEQUEÑAS

Nosotros lo podemos recibir todos los días en la comunión, lo podemos recibir también en nuestra oración, en nuestra amistad con los demás, en el cuidado de las cosas pequeñas, como cuidamos también esa fortaleza y esa luz a la hora de hacer las cosas.

Marta, que hoy celebramos su fiesta, nos enseña también a poner ese amor en las cosas pequeñas, a estar en las cosas de cada día, a no olvidarnos de los detalles que Dios espera de cada uno de nosotros.

Es que eso no me toca a mí… Bueno, mejor me adelanto, no importa. Como el chiquito que entregó toda su vida, casi, por donar un poco de sangre; como lo dice san Juan Crisóstomo, en esa señal del cristiano o como también decía san Josemaría: que ese amor para siempre es el amor que Dios espera de cada uno de nosotros.

Vamos a pedirle al Señor que ahora, en este rato oración, sepamos recibir con alegría cada comunión, a cada hermano, a cada hermana que tengamos cerca, para ayudarlos, no solamente en cuestiones operativas, sino también en cuestiones de amor, en las cosas concretas de cada día: Es que cumple años, necesita esto, pues que me pueda acordar de esto otro, le gusta esta comida…

HACER LO QUE DIOS QUIERE

Decía el Prelado la Obra que, muchas veces, un buen asado hace muy bien a la vida de familia porque efectivamente, alegra la vida familiar.

Vamos a pedirle al Señor, se lo pedimos a Nuestra Madre santa María, se lo pedimos a santa Marta que aprendamos esa lección que le dio el Señor, en aquella ocasión, para saber esperar de lo que Él quiere, siempre lo mejor. Porque lo que Dios quiere siempre lo mejor.

Señor, a veces, podemos dudar un poco de tus planes, como le pasó a santa Marta, pero ella lo reconoció finalmente: “Yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir a mundo.”

Vamos a pedirle a santa Marta que sepamos tenerlo como centro de gravedad: Yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.

Vamos a pedirle al Señor que también descubramos en nuestra vida, en nuestra alegría, lo que Él espera de cada uno de nosotros.

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