Icono del sitio Hablar con Jesús

¡AY, JONÁS!

¡AY, JONÁS!
NOS ESCUCHAS SEÑOR

El otro día me decía una persona que se sentía muy sola, y que le ofrecía ese sentimiento a Dios; pero que al ver como que nada cambiaba, se preguntaba si tenía sentido ofrecerlo, si Dios la oía o no.

Esto es algo que todos en cierto sentido nos lo preguntamos: Si Tú, Señor, nos escuchas. Si Tú, Señor, cuando te ofrecemos algo, pues lo tomas como agradable y bueno…

EL ESFUERZO CONLLEVA PACIENCIA

Yo también estaba con esos pensamientos, cuando de pronto en mi breviario leí una homilía de un autor del siglo II, y aunque sea muy larga, vale mucho la pena. Y dice así:

“Ningún justo consigue enseguida la paga de sus esfuerzos, sino que tiene que esperar pacientemente. Si Dios premiara enseguida a los justos, la piedad se convertiría en un negocio”.

Daríamos la impresión de que queremos ser justos por amor al lucro, y no por amor a la piedad. Por esto, terminaba diciendo este autor del siglo II:

“Los juicios divinos a veces nos hacen dudar y entorpecen nuestro espíritu, porque no vemos aún las cosas con claridad”.

VER LOS FRUTOS DE LA CRUZ

Es muy cierto. Tú, Señor, nos haces esperar a ver los frutos de la cruz, para que el buscarlos no se convierta en un negocio, o sino, todo lo que ofreciéramos diera como un gozo inmediato, pues todo mundo ofrecería todo, ¿verdad? ¡Así que chiste!

O sea, ¿dónde estaría el mérito de la fe? ¿Dónde estaría el mérito de la confianza, de saber que a pesar de que a veces no siento nada, Dios me escucha? Yo sé que me escucha y que está valiendo la pena todo lo que le ofrezco…

JONAS TRATA DE HUIR

Hoy en el Evangelio, Jesús hace referencia al Antiguo Testamento, cuando Dios le dice a Jonás que vaya a Nínive a predicar su destrucción. ¿Te acuerdas la historia cuando Jonás huye porque no quiere ir a Nínive? Jonás piensa que no le van a hacer caso, y entonces se embarca.

Y aun a medio mar, aquella embarcación ya no se mueve, no hay viento, y los marineros dicen: -Aquí hay alguien que está huyendo de Dios. Y Jonás dice: -Pues soy yo. Y le dicen: – ¿Y qué hacemos contigo? Y dice Jonás: -Pues tirenme al mar. Y le responden: -Si tú lo dices… Y lo tiran al mar. Luego se lo traga una ballena durante tres días y tres noches.

¡AY, JONÁS!

Sería esa imagen de la Resurrección de Cristo. Después de haber estado tres días y tres noches en el sepulcro.

Porque después aquella ballena escupe a Jonás en la playa. ¿Y dónde crees que estaba Jonás? En Nínive. Como diciéndole Dios: ¿Pues adónde crees que vas Jonás?

Y efectivamente, a Jonás ya no le queda de otra, y empieza a anunciar que dentro de cuarenta días Nínive será destruida.

CONVERTIRSE: EL AGRADO DE DIOS

Pero fíjate la reacción de los ninivitas. Ellos hicieron penitencia, mortificación corporal de ayunos y sacos de tela ruda. Y el resultado de su penitencia fue del agrado de Dios. Dios se agradó con su penitencia y no destruyó Nínive.

Y nos dice el Señor en el Evangelio del día de hoy:

“Los hombres de Nínive se alzarán en juicio contra esta generación y harán que los condenen, porque a ellos se convirtieron con la predicación de Jonás”.

 Y aquí hay uno que es más que Jonás. Jonás va a Nínive. Jesús va a Galilea y sigue viniendo a los caminos de la tierra. A esta Nínive de la sociedad contemporánea. Jesús sigue predicando el Reino de Dios e invitando a todos a la conversión, y el mundo no le hace caso.

AMOR A LA CRUZ

Bueno, nosotros si queremos hacer caso como los ninivitas hicieron caso a Jonás. Queremos convertirnos, acoger esa invitación permanente del Señor a la conversión a través del amor a la cruz, para que el Reino de Dios se establezca en nuestras familias, en nuestros corazones y en nuestras vidas.

A veces podríamos pensar que la invitación a la conversión la hace la Iglesia, como en épocas muy específicas, y sólo en ellas: en Cuaresma, en el Adviento y es verdad que son ocasiones especiales de ofrecer sacrificios.

Pero la Iglesia no nos invita sólo en Adviento y Cuaresma a la penitencia y a la mortificación, sino siempre, todos los días y con alegría.

Como decía san Josemaría:

“Con alegría, ningún día sin cruz”.

UNA ANÉCDOTA

Te quería contar la historia de Andrés, un trabajador de la empresa de Mario mi amigo, al que tuve la ocasión de visitar ayer, porque tuvo un accidente de carretera.

Quedó prensado en el camión que manejaba, luego de que se les atravesara una vaca. Los bomberos tardaron cinco horas en sacarlo. Llegó de milagro al hospital después de haber perdido muchísima sangre.

Lo tuvieron allí como doce días en terapia intensiva en un coma inducido. Al final tuvieron que amputar la pierna derecha, y ahora está en observación de la pierna izquierda para ver si logra rescatarla.

FORTALEZA Y LUCHA

Vamos a encomendar que así sea, y que se restablezca pronto, y que con su prótesis vuelva a trabajar con el mismo entusiasmo con el que lo hacía antes.

Porque realmente, a pesar de que ha sido algo muy fuerte, él está sereno. Realmente me contagió su serenidad, su paz y su fortaleza de ánimo.

Cuando me platicó que tenía treinta y tres años, se emocionó al saber que era la edad de nuestro Señor cuando fue a la cruz, y me decía: -Yo nací en un día 2 de abril, día de la Resurrección del Señor, con razón Dios no me ha dejado nunca solo en este accidente. He sentido su protección a todas horas.

Y me terminaba diciendo Andrés, que con la ayuda de Dios y la de su familia saldría adelante. Y era emocionante verlo allí a sus cinco hijos rodeando a su papá junto con su mujer también.

LAS CONTARIEDADES CON ALEGRÍA

Qué buen ejemplo me dio Andrés de lo que significa llevar con alegría lo que supone una contrariedad y encuentro con la cruz, sabiendo, además, de que la Cruz es la máxima manifestación del amor de Dios. Y, por tanto, es también el empuje donde encontramos la última razón del amor de Dios por todas las personas.

Es también la mejor manifestación de amor a la gente. Así como fue la mejor manifestación del amor de Dios por nosotros. Es como la garantía del amor verdadero. Por eso hay que creer a la gente, hay que interesarnos por la gente, que buscar el bien de la gente y el máximo bien es acercarles al Señor. Es darles a conocer la gran noticia del amor de Dios, que se manifiesta de modo extraordinario en la cruz.

JESÚS NOS AYUDA

Cuántas veces hemos meditado esto, que la cruz de Cristo, cuando la aceptamos de veras, ya no pesa, porque es Él nuestro Cireneo, nuestro Simón de Cirene, ese que le ayuda a Cristo a llevar la cruz. Pues es ahora Cristo el que nos ayuda a nosotros a llevar con alegría la cruz de cada día.

HUELLAS EN LA ARENA

Quizá podamos terminar con esta historieta que probablemente habrás leído o habrás escuchado, que se llama Huellas en la arena. Y dice: “Una noche tuve un sueño. Soñé que estaba caminando por la playa con el Señor y a través del cielo pasaban escenas de mi vida.

 Por cada escena que pasaba percibí que quedaban dos pares de pisadas en la arena. Unas eran las mías y las otras del Señor.

 Cuando la última escena pasó delante de nosotros, miré hacia atrás, hacia las pisadas en la arena, y noté que muchas veces en el camino de mi vida quedaban solo un par de pisadas en la arena. Noté también que eso sucedía en los momentos más difíciles de mi vida. Eso realmente me perturbó.

 Y pregunté entonces al Señor: -Señor, tú que me dijiste cuando resolví seguirte, que andarías conmigo a lo largo del camino. Pero durante los peores momentos de mi vida había en la arena solo un par de pisadas. No comprendo porque me dejaste en las horas en que yo más te necesitaba.

Entonces Él, clavando en mí su mirada infinita, me contestó: Mi querido hijo, yo te he amado y jamás te abandonaría en los momentos más difíciles de tu vida. Cuando viste en la arena sólo un par de pisadas fue justamente allí donde te encargué en mis brazos”.

PROPÓSITOS DE SANTIDAD

Vamos a terminar acogiendo esta invitación de Dios, a convertirnos por la cruz, a levantar la cara, girar nuestra vida de nueva cuenta hacia el Señor en la cruz. Y vamos a hacer examen con profundidad, para no quedarnos en la superficie con detalles indiferentes.

Vamos a revisar nuestras disposiciones de fondo, para evitar que el amor propio se interponga entre Dios y nosotros, o entre nosotros y los demás.

Vamos a hacer propósitos de una santidad más decidida por una fidelidad total, por no rebajar la entrega en las circunstancias en las que nos encontramos, con la seguridad de que, esta vez, van a ser más eficaces que nunca, y vamos a dar mucho fruto.

Porque como dice también Jesús en el Evangelio:

“Si el grano de trigo no muere, queda infecundo. Pero si muere, produce mucho fruto”

(Jn 12, 24).

 Le pedimos a la Virgen que el amor que le tendremos a Ella y a su Hijo nos lleve a atarnos a ella junto a la Cruz de Jesús.

Salir de la versión móvil