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AUTOENGAÑO

autoengañar

“Todavía estaba hablando a la multitud cuando su madre y sus hermanos, que estaban afuera, trataban de hablar con Él. Alguien le dijo: ‘¡Tu madre y tus hermanos están allá afuera y quieren hablarte!’

Jesús le respondió: ‘¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?’ Y, señalando con la mano a sus discípulos, agregó: ‘Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el Cielo, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre’”

(Mt 12, 46-50).

Este es el Evangelio que nos propone la Iglesia el día de hoy y queda claro que la criatura más perfecta es la Virgen María.

“Esta maternidad perdura sin cesar en la economía de la gracia… (…) Pues una vez recibida en los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos, por su múltiple intercesión, los dones de la eterna salvación. (…)

Ninguna creatura puede compararse jamás con el Verbo encarnado y nuestro Redentor”

(Concilio Vaticano II).

Otro nivel, porque es el mismo Dios hecho Hombre; sin embargo, nosotros los católicos le damos un lugar preeminente.

En este evangelio descubrimos el motivo más profundo de esa importancia de la Virgen y es la que sigue la voluntad de Dios, porque “Todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el Cielo, ese es mi hermano y mi hermana; sobre todo mi madre”.

LA VOLUNTAD DE DIOS

Qué importante es que tengamos claro que lo que tenemos que buscar, en nuestra vida, es la voluntad de Dios y eso es algo que tenemos que buscarlo con fuerza.

Muchas veces es difícil distinguir cuál es la voluntad de Dios y cuál es mi voluntad. ¡Qué es lo que Dios quiere para mí! Muchas veces podemos llenarnos de autoengaños.

Por eso he titulado esta meditación con ese nombre: autoengaños, porque tendemos mucho a los autoengaños y no es bueno para nuestro crecimiento espiritual, sino que más bien, tenemos que buscar cuál es la voluntad de Dios.

Para ejemplificarlo, me gustaría recurrir a una anécdota real de la vida de Isaac Albéniz, un célebre compositor y pianista español que, según Wikipedia, nació en 1860.

Era un pianista tan famoso que se iba de sitio en sitio, viajaba con mucha frecuencia justamente por su trabajo y su esposa se quedaba en casa con los niños.

Una vez, cuando estaba en Francia, su esposa recibió el siguiente telegrama:

“Ven pronto, estoy gravísimo”.

Su esposa acude precipitadamente y, apenas baja al andén de la estación de trenes donde su marido la espera, le pregunta: ¡¿Qué te sucede?! Isaac responde: “Estaba comenzando a enamorarme”.

Yo creo que esto es bastante fuerte: ¡Reconocerlo!

AUTOENGAÑAR

Es interesante también ver esa perspectiva, porque la falta de humildad puede enceguecernos e impedir captar a tiempo los autoengaños.

Y si nos preguntásemos qué diferencia habría para Isaac Albéniz entre aquel desesperado “estaba comenzando a enamorarme” o si la respuesta hubiera sido comenzar a autoengañarme: “no pasa nada, ya me voy a separar, esto en realidad es una tontería…”

Si se empezase a autoengañar, tal vez no hubiera sido fiel a su esposa.

Me parece que esta respuesta sintetiza dos virtudes: uno, la humildad, que justamente sirve para pedir ayuda. Y la otra: la sinceridad para manifestar con prontitud esa debilidad.

En cambio, el autoengaño que atenta contra el amor y contra la fidelidad, hace que cuando nuestra conciencia comienza a ofuscarse, razone equivocadamente sin ser capaz de reconocer lo más simple y evidente.

Si tu corazón tiene dolor de muelas, te sugiero urgentemente ir al confesionario para que te hagan unas buenas extracciones.

“Padre, tengo… dolor de muelas en el corazón”.

Esta frase, es real, se la dijo un chico a san Josemaría y lo dejó escrito en Camino. Le respondía que necesitaba un buen dentista que le haga extracciones; o sea, que le ayude a dejar esas cosas que le estaban causando el daño.

“¡Si te dejaras! …”

(San Josemaría, Camino punto 166).

Cuántas veces tenemos que hacer nosotros lo mismo: dejar que nos ayuden, reconocer con humildad que no avanzamos, ser humildes. “Lo puedo todo, yo llego, yo hago, yo digo…” a veces podemos estar autoengañándonos.

JUAN XXIII

Cuentan también que el Papa Juan XXIII tenía, a veces, unas conversaciones ecuménicas con algunos pastores.

Una vez acudió un anglicano de apellido Douglas que, tras hablar de los bueyes perdidos, el Papa Juan XXIII le confesó su profundo aburrimiento por los trabajos de oficina y le comentó:

“Cuando estoy muy cansado tomo estos prismáticos y, desde mi ventana, miro por una de las cúpulas de las iglesias de Roma. Entonces pienso en los que viven alrededor de ellas: gente desconocida que es feliz o que sufre; ancianos solos y familias alegres. Le pido a Dios que los bendiga”.

Según Douglas, ese testimonio fue la lección más brillante y contundente que centenares de entrevistas ecuménicas.

Ayer venía en el avión y cuando nos aproximábamos a Guayaquil (la ciudad donde vivo, yo venía desde Cuenca) me acordaba de esto porque lo intento hacer desde hace algún tiempo: rezar por la gente que está abajo en la ciudad mientras el avión va por encima.

(Lo escuché alguna vez que lo hacía san Josemaría, sigue más o menos esta misma anécdota de Juan XXIII.)

Es increíble, en esa ciudad, cuando pasas por encima, debe haber familias que la están pasando mal; familias, en cambio, que están celebrando el nacimiento de un niño; y otros, en cambio, acompañando a la muerte de un vecino con mucho dolor…

CONTRADICCIONES

Siempre hay un contraste entre todas las personas: llanto y dolor; nacimientos y muertes; éxitos y fracasos; contratos laborales y despidos; ceremonias de casamiento y juicios de separación; vidas rescatadas por los bomberos y niños asesinados por el aborto… todo bajo un mismo techo, bajo una misma ciudad.

En nuestro espíritu también se repite ese sucederse de contradicciones. Cada uno puede decir: alegría y dolor; virtudes y pecados; intenciones rectas y también, a veces, intenciones torcidas.

Mezclas que conviven no sólo en nuestra persona sino también en una misma acción.

Porque no sólo nos encontramos con una vida enmarañada en la que se enredan momentos de mal humor con otros momentos de alegría, sino que en un mismo acto mezclamos el bien con el mal: dar limosna y quedar bien con los demás; ese chiste gracioso que hicimos buscando sobresalir a toda costa…

Hay miles de cosas que, a veces, nos autoengañamos intentando pensar que tiene una intención pura.

EXAMEN DE CONCIENCIA

Por eso es importante la misión del examen de conciencia, que es rectificar la intención; purificar la intención y, a tal efecto, nos ayudará decirle a Jesús antes de irnos a dormir:

“Señor, sé que hoy fui nuevamente un miserable en muchas de las oportunidades porque me he vanagloriado y también sé que en mi persona conviven acciones buenas con intenciones, a veces, un poco más torcidas.

Te pido perdón Señor y también te pido que me concedas un corazón puro y recto”.

No te dejes autoengañar porque la tarea de la rectificación de la intención ha de ser continua.

¿Cómo es la rectificación del volante en un viaje de carro que dura muchos kilómetros? A veces hay que hacer miles de giros: pequeños, grandes, giros en u… lo que haga falta, pero eso es lo que nos lleva al sitio final: rectificar, no dejarnos autoengañar.

La Virgen no se dejó nunca autoengañar y por eso, para ella, no fue un dolor escuchar a su Hijo hablar así de los que siguen su voluntad; al contrario, se reconoció en eso porque lo más importante es seguir la voluntad de Dios.

Por eso habrá rectificado también las veces que hiciera falta para ponerse siempre siguiendo a Jesús, cosa que tú y yo tenemos que hacer.

No nos dejemos autoengañar, vivamos ese examen de conciencia que nos lleva a rectificar y a seguir a Jesús en todas partes.

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