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TE LLAMAN

Apóstoles

Venimos a hablar con Jesús, a escuchar a Jesús.  Jesús no es mudo, habla, pero no es que grite: habla.  Y cuando habla, necesita unos oídos que lo escuchen y unos ojos que lo volteen a ver.

El Papa, comentaba en una ocasión:

“El misterio de la voz es fascinante, pensemos que desde el vientre de nuestra madre aprendemos a reconocer su voz y la del papá.  Por el tono de voz percibimos el amor o el desprecio, el afecto o la frialdad.    La voz de Jesús es única, si aprendemos a distinguir, Él nos guía en el camino de la vida”.

Esto decía el Papa y tú y yo hacemos estos 10 minutos de oración, con la intención de meternos en las escenas del Evangelio y ver a Jesús, hablarle a Jesús y escucharle; escuchar su voz que es fascinante; escuchar lo que tenga que decir: esta es la oración.

LA IMPORTANCIA DE LA ORACIÓN

El Evangelio de hoy nos presenta la escena de la elección de los 12 apóstoles, pero empieza diciendo:

“Jesús se retiró a una montaña para orar y pasó toda la noche en oración con Dios”.

(Lc 6, 12)

¡Qué importante es la oración! “Tú Jesús estás a punto de hacer algo importante y lo respaldas con oración”.

Y seguía el Papa diciendo:

“Detrás y delante de toda vocación, está la fuerte e intensa oración de alguien: de una abuela, un abuelo, de una madre, un padre… las vocaciones nacen de la oración y de la oración. Y sólo en la oración pueden perseverar y dar fruto”.

Así es y entonces, antes de continuar, pregúntate: ¿cómo rezas por las vocaciones en la Iglesia? Y ¿Cómo agradeces lo que han rezado por ti?

Por ti. Sí, porque todos tenemos vocación y, aunque tal vez no seas sacerdote, ni religioso ni te has entregado en celibato, pero igual tienes vocación. Estés donde estés, Dios te llama allí, algo quiere de ti, sueña contigo, como con los apóstoles.

            “Cuando se hizo de día”,

sigue el Evangelio,

«Llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos a los que dio el nombre de apóstoles:  —Simón, a quien puso el sobrenombre de Pedro; Andrés su hermano; Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago -hijo de Alfeo- Simón, llamado el Zelotes; Judas hijo de Santiago y Judas Iscariote que fue el traidor»

(Lc 6, 13-16).

La verdad, es que qué suerte la de estos hombres. “Ellos cuando Tú Jesús bajas de la montaña en la que has estado haciendo oración y empiezas a mencionar sus nombres, cuando escuchan cada uno el suyo, se saben, se sienten hombres con suerte.

¡Suertudos, se han llevado la lotería! Y seguro que cuando van escuchando sus nombres: Simón, Felipe, Tomás… se sienten grandes, están como hinchados de orgullo, se sonríen.  Tú Señor los llamas por sus nombres”.

SOMOS APÓSTOLES

Tú y yo los vemos y pensamos: ¡Qué suerte! ¡Qué suerte! Ahora, yo te digo: escucha bien, porque en la lista, esa lista que escuchamos salir de labios de Jesús con su Voz, en esa lista de repente se escucha tu nombre: Federico, Sebastián, Carolina, Nicolás, Ana, Sara, Alejandro… vaya usted a saber el nombre de cada uno, pero escuchas tu nombre.  Somos apóstoles, nos llevamos la lotería y, tal vez, no te lo terminas de creer y yo, ahí a tu lado, te doy un pequeño empujoncito y te digo: ¡Hey! Te llama, eres apóstol, somos apóstoles.

No porque tengas que vivir una entrega al sacerdocio (a algunos sí, ojalá) pero no es sólo o exclusivamente eso.  Apóstol significa enviado y ser enviado implica movimiento, ir, hacer un camino, sacar adelante una misión.

Decía san Josemaría:

“Ten presente hijo mío que no eres solamente un alma que se une a otras almas para hacer una cosa buena”.

Incluso podemos pensar en las miles de personas que hacemos oración con estos 10 minutos y cómo la compartimos o la reenviamos.

Pero san Josemaría te dice:

“No eres solamente un alma que se une a otras almas para hacer una cosa buena.  Esto es mucho… pero es poco.  -Eres el apóstol que cumple un mandato imperativo de Cristo”

(Camino, punto 942).

CUMPLIMOS UN MANDATO IMPERATIVO

¿Qué mandato imperativo? Pues el de ir por todo el mundo y proclamar el Evangelio, el de acercar las almas a Dios.

Es Dios el que va a ayudar a la gente; lo nuestro es facilitárselo.  ¿Por qué yo? Porque soy apóstol y alguno podría decir: bueno y entonces ¿para qué voy yo a preocuparme por acercar a mis amigos a Dios si ya Él verá cuándo les ayuda?

Esta pregunta se la oí a un buen cura en una homilía de domingo y respondió del siguiente modo: “Dios tiene sus manías y lo que puede hacer con otros, prefiere no hacerlo solo” y me gustó, me pareció una respuesta muy de Cristo, muy Suya; o sea, “Tú Jesús has querido necesitar de nosotros”.

JESÚS NECESITA DE MÍ

Jesús quiere necesitar de ti y de mí como de los primeros doce.  Pero ojo, porque no se trata de hacer algo, sino de ser alguien: somos apóstoles, eres apóstol las 24 horas del día, los 365 días del año y ¡qué suerte tienes de serlo!

“Jesús, ayúdame a ser buen apóstol, a serlo realmente.  Dame conciencia de esto para que viva como un apóstol, duerma sabiendo que soy apóstol, me divierta como apóstol, ayude a los demás sabiéndome apóstol, rece como reza un apóstol”.  Porque eso soy y no es que un apóstol (no sé lo que a ti te venga a la cabeza) pero no es que un apóstol sea un bicho raro, un perro verde o un pulpo en un garaje, como dicen.

No, un apóstol es alguien de carne y hueso, con sus días malos y sus días buenos, como tú y como yo, hechos de barro quebradizo, pero portadores de un gran tesoro.  ¿Te sorprende esto? Pues Jesús te llama.

El Papa decía:

“A veces Jesús nos llama, nos invita a seguirlo, pero a lo mejor resulta que no nos damos cuenta de que es Él.  Déjenme preguntarles esto, ¿han escuchado a veces la voz del Señor que, a través de un deseo, una inquietud los invita a seguirlo más de cerca? ¿Lo han escuchado? ¿Han tenido algún deseo de ser apóstoles de Jesús?  

La juventud (en ese caso, se está refiriendo a los jóvenes, pero igual se refiere a todos) La juventud hay que meterla en juego, en pos de nobles ideales.  ¿Piensan en esto? ¿Están de acuerdo?  Pregúntale a Jesús lo que quiere de ti y sé valiente, pregúntale”.

(Papa Francisco, 24/04/2013.  Domingo del Buen Pastor)

QUE TE ESCUCHE SEÑOR

“Señor, me encantaría escuchar mi nombre en la lista de apóstoles, ¡qué suerte tienen ellos! Pero me doy cuenta de que yo estoy incluido en esa lista.  ¡Qué suerte tengo yo de ser apóstol! Quiero ser valiente, quiero escuchar Tu voz, no quiero estar ahí despistado y en una de esas me mencionas y yo ni cuenta me doy.

Que no Te tenga miedo, que no me haga el loco, que no me pase a mí Jesucristo, que no te tenga miedo, que me acerque a Ti, que te vea, que te escuche, que saboreemos la dicha de ser apóstoles tuyos”.

Se lo pedimos a Tu Madre, que nos ayude a ser buenos apóstoles.  Ella que es Reina de los apóstoles.  Pues, Madre nuestra, danos ese santo orgullo de ser apóstoles y de actuar en consecuencia.

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