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ABRACADABRA

No sabemos su nombre, pero sí que sabemos cosas de ella. Unas las sabemos por lo que nos cuentan los evangelistas; “factos” como dicen ahora.    Factos: que era Cananea, más específicamente: sirofenicia (antigua raza Cananea), que vivía en la región de Tiro y Sidón, se trata de una mujer, que es madre al menos de una hija y esta hija suya sufría una posesión diabólica…  Hasta ahí los factos. 

Ahora, hay otras cosas que conocemos por verla actuar: que, por ejemplo, había oído hablar de Jesús y que tenía fe en Él… y que, por eso mismo, era perseverante, insistente…

“Jesús se retiró a la región de Tiro y Sidón. En esto una mujer cananea, venida de aquellos contornos, se puso a gritar: —¡Señor, Hijo de David, apiádate de mí!” 

VOLAR ALTO

Esta mujer ve pasar a Jesús, ve pasar a Dios. Y acude. Pero, aparentemente, no consigue. De todos modos, insiste.

Lo primero que hace es darle alcance a Dios. Eso es rezar…: alcanzar a Dios. Ya solo eso es una ganancia.

Jesús no tendría porqué haber estado en esa región; no tenía porqué cruzarse en su vida. Pero ahí estaba y ella lo iba a alcanzar. 

Pensó: “¡esta es la mía! ¡No se me escapa, porque no se me escapa!”

La oración es mirar a Dios, es elevar la mirada, es volar alto. En palabras poéticas lo dice San Juan de la Cruz

“volé tan alto tan alto / que le di a la caza alcance”.

Si seguimos las palabras de este santo podemos decir que esta mujer ha salido de cacería y su caza era Jesús, era Dios…

Ella lo iba a alcanzar y ya Dios diría. Pero lo iba a alcanzar y le iba a decir lo que llevaba en lo más profundo de su corazón. Ese día su cacería iba a ser oración. Oración hecha vida. Dirigida, por supuesto, a Dios. Que, por ser Dios, tenía que quererla; aunque ella viera que la vida le daba dolores…

NO ES UN ABRACADABRA

“se puso a gritar: —¡Señor, Hijo de David, apiádate de mí! Mi hija está poseída cruelmente por el demonio” 

Por eso, “lo primero de todo, entérate: te ha creado por amor; te ha creado para amar, para que generes belleza, para que construyas felicidad a pesar del dolor o sobreponiéndote al dolor. Dios no es el gran facilitador de las cosas, no te equivoques. No hay que pensar: «Voy a rezar para que todo me salga bien», sino «voy a rezar para que Dios esté conmigo, me vaya bien o mal».

La oración no es un abracadabra que convierte la vida de repente en otra cosa; la oración es la experiencia de que Dios está a nuestro lado (…)” (Chequeo Espiritual, Jesús Higueras).

Esa es la primera experiencia de la cananea. Dios pasa a su lado. 

Y ella le habla, le grita. El resultado no es un abracadabra. Es más, parece que ni siquiera le escucha.

Dice el Evangelio que “Él no le respondió palabra. Entonces, se le acercaron sus discípulos para rogarle: —Atiéndela y que se vaya, porque viene gritando detrás de nosotros»

PEDIR Y PEDIR POR LOS DEMÁS

Es impresionante esto: porque ella acude a Dios por su hija y los apóstoles acuden a Dios por ella. Se suman oraciones. Es la oración de intercesión: pedir, pedir por los demás.

Pero, aunque se sumen oraciones las cosas no suceden inmediatamente, no es un abracadabra… La insistencia no está exenta de dificultades.

 “Él respondió: —No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Ella, no obstante, se acercó y se postró ante él diciendo: —¡Señor, ayúdame! 

Él le respondió: —No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perrillos.  Pero ella dijo: —Es verdad, Señor, pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos”

CONSTANCIA  Y PACIENCIA

“Muchas veces nos cansamos de pedir, normalmente porque nos falta la paciencia para hacerlo durante el tiempo que sea necesario, hasta que Jesús nos lo conceda. Sin embargo, esa constancia y paciencia dicen mucho de quien pide y el Señor se sirve de ellas para mayor gloria suya. 

Basta pensar un poco en esta buena mujer a la que el Señor le responde que no está bien dar de comer a los perrillos el pan de la mesa de los hijos. Y, ante la insistencia de aquella mujer que le recuerda que también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos, Jesucristo acaba no solo concediéndole lo que pedía, sino alabando su fe.

En el fondo, la constancia en la oración no hace sino mejorarnos, a nosotros mismos. Como a aquella madre que, cuando su hijo se alejó de Dios, decidió rezar diariamente un Via Crucis para que su hijo volviese al buen camino. Y su hijo, tras un cáncer, decidió volver a la práctica de la vida cristiana, para solo tres meses después rendir las cuentas de su alma ante Dios. 

SABER QUÉ PEDIR

Pero lo más impresionante es que aquella madre rezó su Via Crucis diario durante 35 años. Tenemos que pedir por los demás, por los que están cerca de Dios para que sean muy santos, y por los que no piden y viven alejados de Él” (cfr. Cuaresma 2020, con Él, Rubén Herce).

“Entonces Jesús le respondió: —¡Mujer, qué grande es tu fe! Que sea como tú quieres. Y su hija quedó sana en aquel instante”

Insistió y alcanzó. Ya se ve que Jesús se dejó conmover por la oración de esta mujer y vio conveniente la curación de su hija. Señor ¡ojalá! que también mi oración te conmueva.

Ahora, ya que estamos con el abracadabra te comparto algo que leí hace poco: 

“Si de improviso cayera en tus manos la lámpara mágica de Aladino y al frotarla se te apareciera un genio legendario diciéndote que puedes pedir un deseo, el que quieras, que te lo concederá, ¿qué le pedirías? Parece cosa de niños hacerse esta pregunta. 

¡INSISTE!

Recuerdo que alguno, bastante espabilado, decía que lo que él pediría serían mil deseos más o, mejor aún, ilimitados deseos. Pero, fuera de esta respuesta algo repelente, lo habitual era pensar en cosas materiales, dinero, fama; éxito humano, en definitiva. (…) 

[Ahora,] si solo ruegas a Dios por la salud, la tuya y la de los demás, o por un buen estado material de las cosas, ya sea económico o social, entonces sí es problemático. Porque la petición, cuando es honda y se dirige a lo verdaderamente importante, eleva el alma hacia el cielo. 

Por eso pide en primer lugar la salvación, el cielo, y pídeselo a Dios para ti y las personas a quienes quieres y tienes más cerca. (…) A continuación, ruega a Dios que te conceda, y conceda también a los que encomiendas en tu oración, los bienes espirituales necesarios para cumplir la propia vocación y alcanzar así el cielo. 

Así, por ejemplo, estando muy bien que pidas por la salud de un enfermo, no olvides pedir antes que Dios le conceda paciencia y fortaleza para sobrellevar la enfermedad y unirse así a la cruz de Cristo. 

NOS ESCUCHA Y DESEA LO MEJOR PARA NOSOTROS

No sabemos si Dios dará la salud, porque los bienes terrenos –y la salud corporal lo es– son relativos y no siempre se alcanzan ni tan siquiera convienen; lo que puedes tener por seguro es que los bienes definitivos, los del cielo, y los medios que nos conducen a ellos, los obtienes siempre que los pides a Dios con humildad y con insistencia” 

(Siempre con Él 1. Tiempo Ordinario. Semanas I-VI, Fulgencio Espa; Antonio Fernández; Fernando del Moral).

Jesús no es el genio de la lámpara maravillosa, no funciona con un abracadabra, pero sí que escucha y desea lo mejor para nosotros. Ojalá que nosotros también sepamos reconocer lo mejor para no dejar de pedírselo confiando en que nos escucha y nos quiere. 

Ya Él sabrá si aquello que pedimos se hace realidad. Pero la petición en sí misma ya es un gran bien para nosotros y para quienes nos rodean.

Acudimos a Jesús a través de su Madre que también es Madre nuestra y que le pide por nuestras cosas como esta mujer cananea pedía por su hija.

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