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P. Federico

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ACUÑANDO MONEDA

Somos imagen viviente del Dios viviente. Jesús quiere ver brillar en nosotros ese reflejo que Dios ha impreso en nuestro ser.

A DIOS LO QUE ES DE DIOS

“Le enviaron a algunos de los fariseos y de los herodianos para atraparle en alguna palabra. Acercándose, le dijeron: —Maestro, sabemos que eres veraz y que no te dejas llevar por nadie, pues no haces acepción de personas, sino que enseñas el camino de Dios según la verdad. ¿Es lícito dar tributo al César, o no? ¿Pagamos o no pagamos?

Pero él, advirtiendo su hipocresía, les dijo: —¿Por qué me tientan? Tráiganme un denario para que lo vea.

Ellos se lo trajeron. Y les dijo: —¿De quién es esta imagen y esta inscripción?

—Del César —le contestaron ellos.

Jesús les dijo: —Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

(Mc 12, 13-17)

Dicen algunos que esa imagen que el hombre tiene en su alma es la de Dios. Y que somos como esa moneda.

Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra”

(Gen 1, 26)

dice el libro del Génesis.

Y aquí tienes Señor un denario con la imagen del César y al hombre que está llamado a ser la imagen viviente del Dios viviente. Esa es su (nuestra) más profunda identidad, nuestra más profunda identidad.

Cuando se acuña moneda, cuando se fabrica moneda, se elige el diseño y siempre existen razones simbólicas detrás. Me parece que no hay que ser expertos en numismática para esto…

Pues resulta que para dar a conocer al pueblo de Roma y a todos los habitantes del Imperio quién ostentaba cada título en cada periodo, se acuñaban monedas que certificaban la dignidad de cada persona de la familia imperial. Todo Augusto, todo César, tenía monedas con su efigie alrededor de la cual se grababan con letras mayúsculas todos los títulos del emperador.

Y aquí está el denario con la efigie del César y, seguramente, con todos sus títulos.

Y aquí están también Jesús, estos fariseos y herodianos que no están reflejando la imagen de Dios que tu Padre ha impreso en sus almas…

Pasa que las monedas se van desgastando por el uso, al punto que la imagen acuñada llega a ser irreconocible. 

Parece que estos han ido descuidando su vida espiritual, quedándose en meros formalismos, o en orgullos vacíos que ven amenazados por tu figura… Como que les entrara envidia al verte. Tal vez por el contraste, porque ven en Ti algo que les hace falta. Pero no se dan cuenta que no vienes a echárselos en cara sino a ayudarles.

JESÚS, QUE TU PRESENCIA ME PULA

¿Crees que está ahí?

Jesús, que yo nunca me sienta amenazado o arrinconado por ti. Que Tu presencia me interpele para bien, que me pula, que me limpie, como una moneda a la que se le saca brillo después de mucho uso y recupera algo de su belleza original. 

Porque la suciedad, la mugre de los pecados o de los pactos con medianías, se acumula y vuelve borrosa la imagen impresa.

¡Qué contraste con esas monedas de ediciones conmemorativas: están relucientes y los detalles resaltan!

Esa es el alma que no pone obstáculos; brilla, reluce. 

Pensando en esta moneda del César me acordaba que de algunos emperadores fue decretada la damnatio memoriae: que era la condena de su memoria, se condenaba el recuerdo de esa persona, como si se quisiera borrar su recuerdo de la historia. 

Cuando el Senado romano decretaba oficialmente la damnatio memoriae, se procedía a eliminar todo cuanto recordara al condenado: imágenes, monumentos, inscripciones, e incluso se llegaba a la prohibición de usar su nombre. 

Por eso se borraba su nombre de donde estuviera, y se quitaba su figura de las monedas o se sacaban de circulación…

EXISTE LA POSIBILIDAD DE VOLVER A BRILLAR

sin tristeza CONFESIÓN

Es cierto que podemos ensombrecer la imagen que Dios ha dejado en nosotros e incluso podemos casi desecharla, intentar borrarla. 

Pero nunca podremos borrarla por completo. 

Por eso, siempre existe la posibilidad de volver a brillar. Desechar lo que no va y volver a brillar. Jesús les dijo: —Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

Te pedimos Jesús que quites la mugre que se ha adherido. Danos luz para ver en qué tenemos que cambiar, que mejorar, y danos la fuerza para conseguirlo, para ser dóciles a tu gracia. 

Porque a veces sí que tenemos claro lo que hay que cambiar, pero no nos terminamos de decidir a cambiarlo…

COMO QUE JESÚS ME LO DICE A MI ALMA….

Hace poco leí lo siguiente: “Pedro Salinas tiene un poema que, al parecer, escribió pensando en una joven estudiante norteamericana que conoció siendo profesor, y de la que estaba enamorado. Poco a poco la joven fue distanciándose, hasta acabar volviéndose a América. Me gusta leerlo pensando que es Jesús quien me lo dice a mi alma. Te sugiero que pruebes tú a hacerlo así. El poema es este:

“Se te está viendo la otra. / Se parece a ti: / los pasos, el mismo ceño, / los mismos tacones altos / todos manchados de estrellas. / Cuando vayáis por la calle / juntas, las dos, / ¡qué difícil el saber / quién eres, quién no eres tú! / Tan iguales ya, que sea / imposible vivir más / así, siendo tan iguales. / Y como tú eres la frágil, / la apenas siendo, tiernísima, / tú tienes que ser la muerta. / Tú dejarás que te mate, / que siga viviendo ella, / embustera, falsa tú, / pero tan igual a ti / que nadie se acordará / sino yo de lo que eras. / Y vendrá un día / –porque vendrá, sí, vendrá– / en que al mirarme a los ojos / tú veas / que pienso en ella y la quiero: / tú veas que no eres tú” 

(SALINAS, P., La voz a ti debida).” 

(Sin miedo, José Brage).

La verdad es que el poema, leído como salido de los labios de Jesús, golpea. 

Y casi que lo podríamos resumir en una frase suya: 

Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios

Porque parecen ser las dos caras de una misma moneda, tan iguales que ¡qué difícil el saber / quién eres, quién no eres tú! 

Pero lo sabes y sabes que se te está viendo el César que no eres tú, en cambio al Dios tiernísimo lo tienes un poco escondido y corres el riesgo de tenerlo muerto, cuando en realidad es lo mejor que tienes…

MI IDENTIDAD

Te comparto una última consideración:

 “Para vivir no quiero disfraces ni rótulos. Para vivir solo quiero yo y quiero tú. ¿Quién soy yo? ¿Cuál es mi identidad? Si no sé quién soy, tampoco puedo amarme; si no sé quién soy, tampoco puedo saber hacia dónde me llevan los esfuerzos que hago. Solo la persona que es consciente de su propia identidad es capaz de construir una vida y de vivir feliz, con un proyecto y hacia una plenitud. 

Cuando no tenemos clara nuestra identidad recurrimos de manera inconsciente a generarla nosotros mismos; intentamos construir nuestra identidad: «Voy a hacerme un proyecto de mí mismo. Así sabré lo que quiero y lo que puedo ser». 

Cuando nos damos una identidad a nosotros mismos, nos damos un valor: «Yo valgo porque soy esto». Si no sé quién soy, ignoro mi propio valor. Y si no soy nada -porque no tengo identidad- no valgo nada. 

Entonces, si mi vida carece de valor, no me importo, lo demás tampoco, el tiempo me da igual, sobrevivo en el día a día, me conformo con ir tirando hacia adelante y me contento con ir gastando la vida.

Nuestra identidad nos da noticia de nuestro valor. Necesitamos saber si valemos y cuánto valemos” 

(Santos de carne, José Pedro Manglano).

JESÚS SABE LO QUE VALEMOS

Cruz

Jesús sabe lo que valemos. No somos calderilla, suelto, cambio, sencillo, o como le llamen en tu tierra. Eres una moneda conmemorativa. Eres imagen de Dios. 

Nuestra Madre Santa María nos mira con ojos de madre. Ella sabe de tu valor. Si tienes alguna duda pregúntale a Ella, porque tiene, en nosotros sus hijos, su tesoro…

 

 

 


Citas Utilizadas

2 Pedro 3, 12-15, 17-18

Salmo 89

Marcos 12, 13-17

Gen 1, 26

José Brage, Sin Miedo

José Pedro Manglano, Santos de Carne

Reflexiones

Señor, ayúdame a que la imagen de Dios en mi alma, brille, dame luz para cambiar lo que haya que cambiar, para ser dócil a Tu gracia.

 

Predicado por:

P. Federico

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